Alioth caminaba entre los altos pilares del salón lunar. Había un concilio de hadas y seres mágicos sentados en sillas igual de elegantes y finas que los pilares y los muros del palacio. Árboles tan altos como edificios se alzaban a los lados y en medio del salón, formaban con sus copas el techo te un verde oscuro que recordaba a la oscuridad del túnel. De las ramas colgaban lamparas que brillaban con un fuego blanco en su interior. Una mesa muy larga se extendía de un lado al otro del salón y gradas hechas de piedra gris se alzaban a los lados. En medio de las gradas había un pasillo alfombrado por una tela purpura. La puerta color caoba, contaba la historia de la constante guerra de los Pixies y los Sheaad. La victoria sobre el santuario conseguida por las hadas, estaba grabada en esa puerta. Bajos relieves de ángeles caídos y hadas destrozadas iban formando los cimientos del triunfo de los seres mágicos sobre los seres divinos.
Alioth atravesó el pasillo, orgulloso y magnifico como solo las criaturas mágicas pueden ser. Su larga melena plateada se columpiaba tras su espalda. La corona de ramas doradas y flores blancas que adornaban su cabeza, estaba viva. La madera pertenecía a un árbol sagrado, ubicado en el corazón del santuario. Las hadas le tenían devoción a aquel árbol y la corona que el guardián portaba en su cabeza, jamás se secaba, jamás necesitaba agua y permanecería tan viva como en el momento en que nació del árbol; siempre y cuando al árbol sagrado no le pasara nada. Alioth llegó hasta un trono de madera y oro en el centro de la mesa. Los nobles que lo acompañaban en la mesa se levantaron cuando el llego. Los súbditos en las gradas igual lo hicieron. Habían criaturas tan extrañas y otras tan similares a los humanos: un hombre con el rostro bello de un modelo de revista, pero en lugar de piernas tenía pesuñas de carnero, una dama que en lugar de brazos tenía alas de cisne. Otro ser que era alto y negro y que tenía cola de toro. Su sonrisa extremadamente ancha, hacía sentir cierto miedo al verlo. Había seres pequeños, con ropas hechas de plantas, ojos curiosos y dientes afilados. Todos ellos miraban atentos a su líder y a los tres humanos que entraban en ese momento al salón lunar.
-Sentaos, mis amigos. Dejad pasar a los invitados.
Vee y su familia entraron con paso firme al salón. Albert aún tenía el libro entre manos. Había acordado darlo a Alioth hasta que cumplieran su promesa, aunque de todas formas, el guardián no podía romperla. Era una ley entre los seres mágicos, aunque muchas veces sus promesas eran engañosas y sus palabras confusas.
-Tomad asiento, hija del sacerdote. Vosotros dos haced lo mismo. -ordenó Alioth.- Violett Carter, es tiempo de que hables por ti misma. Decidme aquí, frente a todos mis nobles y súbditos lo que os sucedió. Contad tu historia.
El salón guardó silencio. Los ojos de todo ser mágico se fijaron en ese momento en la niña menuda que se encontraba en la silla del centro frente a la mesa de Alioth. Vee se sintió insegura, pero sabía que no tenía de otra. Tenía que hablar y contar todo si quería ser ayudada por ellos. Buscó fuerzas pensando en su padre y en los buenos momentos vividos con él. En las tardes bajo el árbol de su patio y las lecciones de guitarra. Tomó un respiro profundo y se levantó.
Alioth permanecía con el rostro tranquilo e impasible. Vee comenzó a contar todo.
-Un ángel me ataco de noche...
Comenzó y el salón lunar se tornó, con cada palabra, un poco más sombrío de lo que ya era.
Ω
Alya, Merak y Phiro volaban con la gracia de un águila cazando. El viento se volvía débil cuando ellos cortaban el vacío con sus alas y sus cuerpos acorazados. La fortaleza de los ángeles Sheaad se encontraba en lo alto de una montaña, en uno de los lugares mas remotos. Los Himalaya guardaban la gran fortaleza que era su hogar. Una capa de magia cubría el inmenso complejo que ocupaba kilómetros de construcciones hechas con roca negra y metales preciosos. Oro, plata, cobre brillaban bajo la luz del sol. La nieve blanca daba un aspecto más sobrenatural y un resplandor más blanco a la fortaleza de paredes tan gruesas como las raíces de la montaña. Había guardias con alas moteadas en puntos estratégicos de la fortaleza. Cada uno tenía un arma diferente: arcos, dagas, lanzas, ballestas, espadas, tridentes, mazos, hachas y hasta látigos formaban el arsenal de los que vigilaban. También había grandes catapultas y maquinas hechas de metales brillantes y potentes. En el centro de la fortaleza se alzaban siete grandes pilares hechos de cuarzo, cada uno de un color diferente: verde, azul, rojo, blanco, amarillo, violeta y negro. El pilar negro se coronaba en el centro y los demás a sus lados. Cada uno brillaba con su color respectivo y los tamaños iban creciendo de acuerdo a su lugar. El negro era el más alto de todos. Había también casas en la fortaleza. Escuelas, mercados, y un gran conjunto de edificios que guardaban a los soldados alados. Una armería al oeste y una herrería a su lado. Una gran biblioteca se alzaba en la zona céntrica de la fortaleza. Estaba hecha de cuarzo, como las siete torres u su color rosa pálido se perdía entre el brillo blanco que rodeaba todo el lugar. Niños con alas, mujeres y hombres, todos ángeles. No habían ancianos tal cual entre ellos, pero la edad se hacía presente en su semblante. A pesar de no envejecer, se podía ver quienes llevaban milenios de existencia y quienes apenas décadas. Y algo que resaltaba de ellos, eran sus ropas. De un color negro ónix. Los ángeles de más alto rango usaban piedras preciosas en sus corazas y sus ropas negras estaban adornadas con hilos de oro, plata y bronce. Diamantes negros y blancos, e incluso algunos zafiros y rubíes se prendían en sus armaduras. La gran muralla que guardaba todo aquello tras sus paredes de metros de grosor, se extendía de punta a punta entre dos montañas, cimentada en una gran planicie que en un tiempo fue el cráter de un inmenso volcán. De forma circular y con una profundidad bastante amplia, aquella fortaleza era una ciudad eficiente, sustentable y poderosa.
Los hermanos guerreros llegaron planeando el cielo azul que los cubría. El Castillo del Pacto se encontraba en el corazón de la ciudad, al pie de la torre negra y al igual que el cuarzo, sus piedras eran de un obscuro tono. Aquel castillo no emitía luz, ni siquiera un ligero resplandor gris, como lo hacía la torre que lo custodiaba. Toda la luz se perdía entre sus paredes y se dispersaba por los corredores y salones internos del castillo. Merak aterrizó primero en el patio de la entrada. Lo siguió su hermana, Alya y por último Phiro. Dos ángeles guardianes con cascos a juego los recibieron en la puerta principal. Llevaban lanzas de plata en las manos. Las altas puertas de roble reforzado con hierro crujieron al ser empujadas por la fuerza de Merak. Se abrieron con un pesado andar y rechinaron. Dentro el corredor iluminado por luces de colores diversos los recibió en silencio. Tres mujeres ángel vestidas con las típicas ropas negras caminaban con cosas en las manos. Mas adelante, al final del corredor, se encontraba la pintura que conmemoraba la labor de los ángeles en la tierra. Un fresco que mostraba al Arcángel Miguel entregando la fortaleza a Melark, padre de los tres ángeles, para acabar con la inmundicia en el mundo. Las tres mujeres aladas hicieron una reverencia al pasar los hermanos. Una de ellas tenía una gran melena amarilla que reflejaba el destello naranja de una de las luces que colgaban en los pasillos laterales. Alya la miró con cierto recelo. La mujer, una joven ángel, desvió la mirada de los hermanos y miró hacia abajo. Phiro solo rió ante aquel incidente.
-¿Acaso te has puesto celosa de esa belleza, hermanita?
-No seas idiota Phiro...
Phiro soltó una carcajada mientras seguía caminando. La mujer rubia dió media vuelta y siguió con su trabajo.
-Los súbditos hacen lo que hacen por que así lo desean, nadie se los pide ni los obliga, lo hacen por mandato divino. No olvide eso, hermana. Y será mejor que dejes de fijarte en la belleza ajena, tu tienes mucha. De sobra, diría yo. Además, con ese cabello de fuego que tanto escondes, podrías influir respeto en lugar de miedo.
-No buscaba influir miedo y no me estoy fijando en la belleza ajena, Merak. Es solo que... -Alya titubeo un momento.
-Es solo, ¿qué?
-Es solo que tuve roces con ella, nada importante.
Merak siempre había sido el más paciente de los tres y siempre actuaba con un padre con ellos. Aquel comentario solo lo hizo suspirar y reflexionar su respuesta.
-Los roces no son dignos de una princesa guerrera. Aquella hermana esta sirviendo por que la protegemos y por que tu eres su princesa. Me gustaría que dejaras de actuar con una de las hadas caprichosas que tanto detestamos, y actúes más como un ángel bondadoso, Alya.
Alya mantuvo la mirada fija al frente, hacía la pintura en la pared. Merak solo la hacía desesperar con su actitud de buen samaritano. El comentario no le agradó mucho.
-No soy y tampoco actúo como una Pixie, Merak. Mejor ocúpate de Phiro, el es quien debe de contar todo a nuestro padre sobre el bastardo. Yo me iré a mis aposentos.
-¡No! Nadie se irá a ninguna parte hasta después de que padre nos haya dado su consentimiento. Phiro, será mejor que me cuentes lo más que puedas en lo que llegamos al salón del trono.
-Como quieras, pero te advierto que no tengo mucho. -dijo Phiro.
-No tienes lo que prometiste, que es diferente. Pero lo viste, y eso es más que suficiente. Padre deseará saber esa información.
Caminaron y dieron vueltas en pasillos que brillaban con colores diversos: azul, violeta, rojo claro, amarillo, blanco, verde. Las llamas mágicas que alimentaban los calderos jamás se apagaban y la luz absorbida por la roca negra del castillo las alimentaba día y noche.
El salón del trono era una enorme bóveda tallada de color negro. Su techo cúpula estaba lleno de pinturas de diversos temas y en las paredes colgaban estandartes con la imagen de una espada alada y las siete torres detrás. Un trono de ónix brillaba alto al final del salón y Merak esperaba de pie, junto a una mesa larga a un lado del salón. Un ángel de ropas grises lo acompañaba. Era una mujer muy bella. De una larga cabellera negra, con hombreras acorazadas a tono con sus ropas y un látigo negro atado a su cintura. Sus alas eran casi tan grandes como las de Melkar y brillaban con un débil resplandor blanco. Tanto ella como Merak voltearon al sentir la presencia de terceros.
-Padre, te saludo. -dijo Merak mientras se arrodillaba sobre su pierna derecha. Sus hermanos lo imitaron.
-Han llegado... bueno, ¿y bien? ¿Encontraron el trofeo que me prometieron?
-Tuvimos problemas, padre, pero logramos grandes cosas esta vez. Uno de nosotros lo vio y adem...
-Si, lo se hijo. -dijo Melkar, callando a su primogénito- Se todo en realidad: que Phiro lo dejó escapar y que además, ese bastardo lo derribó con dardos envenenados -Phiro sintió una punzada de humillación en el estomago. Merak continuo, mirando a su padre a los ojos- se que quemaron la casa de los humanos que lo cuidaban y que los mataron, cuando no debían hacerlo y que el bastardo estuvo todo el tiempo en sus narices, pero ahora esta en algún lugar de ese maldito bosque embrujado, tal vez vivo o tal vez muerto. Lo vi todo. Los vi todo este tiempo y lo se todo.
Merak no dijo nada. Se quedó sorprendido ante lo que su padre había dicho. Alya y Phiro no supieron que hacer. Su padre solía ser severo y duro la mayor parte del tiempo. Era el líder de los Sheaad, prácticamente era su rey, aunque ellos no medían el poder por monarquías, pero el estatus le daba el poder de gobernar. Pero aquello, que su padre los hubiera vigilado desde la fortaleza, eso era nuevo.
-No solo los malditos tienes trucos y poderes, hijos míos. Yo uso mis dones para nuestro beneficio y nuestra causa. No para mis placeres y vanidad.
-Perdónanos, padre.
Melkar los miraba mientras se reía de ellos. La mujer a su lado los observaba junto a su padre. Alya fue quien advirtió primero que algo no estaba bien con ella. Tenía los ojos cerrados y tras un momento ligeramente largo, la mirada blanca de la mujer la sobresaltó. Solo había un punto blanco en medio de aquellos ojos neutros. La belleza que la envolvía se tornaba macabra al ver sus ojos. Phiro también la miraba.
-¿Perdonarlos? No seas ridículo hijo mío. El bastardo ha estado escondido muchos años, un día más no hará gran cosa. Estoy un poco decepcionado, es verdad, pero lo encontraremos. -Merak advirtió la presencia de la mujer y preguntó.
-¿Quién es la dama que os acompaña, padre?
Melkar había casi olvidado a su acompañante. La presentó sin hacer gran demora.
-Les presento a la dama Ascella. Nuestra nueva segunda al mando de las legiones.
Los tres la vieron con una curiosidad autentica. Ascella permaneció inexpresiva y solo movió los labios para presentarse. Sus cuencas blancas reflejaban la silueta de los tres guerreros alados. Merak hizo uso de las maneras entre los ángeles, acercó la mano para sostener la de Ascella, en muestra de respeto y saludo. En seguida, los ojos de la dama gris se tornaron de un color similar al fuego y al hielo. Un ojo se volvió rojo como un amanecer de verano y el otro azul como el hielo del mar en invierno.
Alya observó aquel cambio. su hermano apenas se había dado cuenta, pues besaba la mano de la nueva segunda y no podía verlos. Phiro clavó sus ojos grises en los de Ascella y no guardo su curiosidad al preguntarle -o tal vez afirmarle- lo que él creía que ella era.
-¿Qué usted no es una de esas leyendas antiguas? -Phiro mostraba cierto desdén e indiferencia en su voz. Volteó la miraba hacia un punto fijo en medio de la nada y luego sus ojos se vieron atrapados por los de Ascella- Eres una ascendida, ¿cierto?
Ascella desvió la mirada de Merak y sus ojos bicolor se clavaron en Phiro. El fuego y el hielo lo templaron y Phiro tuvo que esforzarse para no desviar sus ojos de los de ella. Había cierta fiereza en su mirada y en su postura. Era como un halcón a punto de atacar. Como un lobo gris, acechando a su presa desde las sombras.
-Lo soy -dijo Ascella- soy uno de los ascendidos de las legiones caídas.
Llamaban así las primeras legiones, cuando la tierra era joven y los seres que la habitaban inocentes. Los Pixies habían llegado desde lejos, de universos diferentes a poblar un lugar que ya estaba poblado y además protegido. Al principio las primeras legiones trataron como iguales a los visitantes de lejos, coexistían, los hicieron parte del mundo, pero algunos pixies eran engañosos y diestros de palabra. Juraban cuando prometían y prometían cuando solo especulaban y especulaban al mentir y mentían todo el tiempo. Pronto la paz comenzó a menguar y el caos fue creciendo poco a poco. Un grupo de seres trazaron sueños y visiones en las mentes inocentes. Hicieron que aquellos que vivían en paz, se tornaran el uno contra el otro. La guerra fue naciendo como una flor ponzoñosa, y su veneno fue extendiéndose como agua en la tierra. Aquellos que querían ver arder el mundo perfecto al que habían llegado, se gozaban en ver la destrucción que generaban. Fue entonces cuando las primeras legiones entraron en acción y el tratado entre los visitantes y los protectores se vio hecho cenizas entre las brazas de espadas de fuego y conjuros ardientes. Pelaron los ángeles contra quienes creían habían corrompido su mundo y a los que los habitaban. Muchos cayeron, tanto ángeles como hadas, fueron destruidos en un mar de sangre purpura y dorada. Y los que lograron escapar de esa masacre, se escondieron tras el velo de la magia. Los ángeles construyeron la fortaleza entre las montañas y solo algunos pocos pudieron ser rescatados de las sombras de los conjuros y los hechizos. Esos, los que lograron salir del sueño de la magia, eran los ascendidos.
-Las legiones caídas son leyendas vivientes, Phiro, hijo mío. La dama Ascella fue la comandante de la primera legión que dio batalla contra nuestros adversarios. Y es, hasta ahora, la única guerrera con el poder de ver el interior de las almas. Muestra más respeto, que es ella ahora la segunda al mando de todas las legiones. La líder de todos, después de mi.
Melkar, un ángel corpulento: hombros anchos y gruesos, espalda fuerte y maciza. Había músculos en cada ángulo de su cuerpo y sus alas de un gris humo, tenían ojos en cada punta de sus alas. Siempre observando, siempre mirando. Mantenía el cabello rojizo corto, como un soldado, y la piel cobriza le brillaba con resaltaba las oscuras siluetas de sus alas. Siempre portaba su coraza negra y la larga espada negra que colgaba de su cinturón como si fuera parte de su cuerpo. La hoja casi tocaba el suelo cuando caminaba. Estaba caminado mientras reprendía su hijo menor y los ojos rojos de sus alas ahumadas brillaban como trozos de carbón caliente. Phiro tenía mucho de él, excepto el color de alas y piel.
-La dama Acella es ahora vuestra líder. Muestren su respeto... -dijo con voz profunda y gutural.
Ascella no mostró orgullo ni tampoco supremacía sobre los tres hermanos. Su rostro como de mármol cincelado, no se espetó ante ellos. Solo los miró seca y fríamente. Permaneció firme y rígida como una estatua mientras Merak sostenía su mano y hasta que éste no la soltó, ella no dejó de ver a Phiro. Merak admiró a la dama con gran curiosidad y sus ojos no dejaban de ver con emoción e interés los de ella.
Los tres hermanos se preguntaban al mismo tiempo y sin decirlo cual era la razón de aquel cambio brusco y repentino. Sus ojos eran blancos como nubes un segundo y al siguiente guardaban los dos infiernos eternos: de fuego y lava, y hielo y cristal. Y sin esperar una respuesta a sus preguntas mentales, Ascella las respondió con palabras confusas.
-Seis eras de soledad y dos siglos de tempestad. Hay sangre en tus manos y almas que vagan a tu alrededor. Sostuviste la lanza del destino en tus manos y la contaminaste con la sangre de inocentes y por inocentes serás condenado. Entraste al infierno ardiente y te quebraste en el otro helado, y aún así tu victoria sobresalió. Pero se que en el fondo, buscas venganza por algo que ni siquiera tus ojos vieron. Buscas venganza por una guerra perdida y a la vez ganada eras atrás. Y pierdes tu tiempo en maneras innecesarias y cumplidos caprichosos, hijo de Melkar. Y tu, ángel de mirada ahumada, caerás, si no cambias tu parecer, a manos de un ser nativo de este mundo. A quien proteges de él debes de cuidarte...
Merak y Phiro se miraron mutuamente y Alya, quien parecía igual de confusa entendió todo sin que él mensaje fuera para ella.
-Ahora retírense guerreros, debo comentar asuntos de importancia con Ascella. Más tarde aclararemos vuestras cuentas.-dijo Melkar.
Los tres hicieron una reverencia para su padre y la capitana y se retiraron. Sus alas rosando los suelos negros del castillo. Las luces de colores brillaban como arco iris capsulados en los candelabros que colgaban en las paredes y en el techo; el viento gélido de afuera formaba nubes blancas en las cimas de la cúpulas de los salones. Cuando llegaron a sus habitaciones, Alya se detuvo en el pasillo que las conectaba e hizo que sus hermanos pararan tras ella.
-Quiero pensar que entendieron lo que Ascella les dijo.-Alya los miraba muy seria y su cabello rojo parecía brillar como fuego bajo las luces multicolor.
-Estupideces, eso fue lo que dijo esa resucitada. Puras y certeras estupideces.
-No creo que hayan sido estupideces y si no lo entendiste Phiro, entonces eres más idiota de lo que pensaba.-Alya puso los ojos en blanco ante su hermano y este solo la miró con desdén.
-¿Y supongo que tu si entendiste, hermanita?
-Claro que lo entendí. Lo entendí todo y todo tiene que ver con ustedes dos nada más, ¿qué no escucharon a nuestro padre cuando dijo que era la única con vida que tenía el poder de ver las almas?
Y si lo recordaban. Merak difícilmente olvidaba las cosas, su memoria era sorprendente-mente aguda y perspicaz, y Phiro era un fanático de los detalles, pero aún así, lo que haya dicho Ascella, les importó muy poco.
-Son unos idiotas, en verdad. Ascella les dictó sus sentencias de muerte. A ambos. A ti, altanero de "ojos ahumados", ¿en serio no escuchaste cuando te dijo que un humano te mataría?.
-¡Ha! Eso es imposible pequeño gorrión, los humanos no tienen ese poder y lo sabes. No son capaces de hacernos mayor daño que solo causarnos arcadas por su hedor a muerte.-dijo Phiro.
-¿Y qué me dices de los descendientes de los Sacerdotes? ¿Has olvidado que son ellos los únicos en quienes el poder de tocarnos fue otorgado?
Y Phiro no supo como contradecirla ante eso, pues Alya tenía razón y mucha.
-Y a ti, mi querido Menkar, ¿has olvidado a aquellos dos niños que asesinaste hace muchos años solo por que pudieron verte espiando a una joven humana? Si tu lo has querido olvidar, yo no he podido. Fue esa una de las razones por las que nuestra gente tuvo de nuevo problemas con los humanos y los seres de afuera, "Hay sangre en tus manos y almas que vagan a tu alrededor. Sostuviste la lanza del destino en tus manos y la contaminaste con la sangre de inocentes y por inocentes serás condenado...", ¿es que acaso eso no te dice algo?
Merak la miró igual con desdén y no quiso hacerle mucho caso. Alya podía ser tan insistente en algo cuando creía estar en lo correcto. La callaron argumentando que todo era producto de su mente, que Ascella era un ángel loco, un muerto revivido que ya había perdido todo sentido de la cordura. Ellos eran jóvenes, nuevos y con vidas autenticas. Ella era un ángel tan ancestral como la misma fortaleza. Ambos hermanos la dejaron de pie en medio del pasillo, como un asta clavada en la tierra, y se fue cada uno a sus aposentos a descansar del viaje y de todo lo sucedido la noche anterior.
Pero Alya sentía que ella estaba en lo correcto y parte temía por las vidas de sus hermanos. Dio media vuelta y entro a su recamara con una gran ventana que dejaba ver todo un valle bañado por nieve y soledad. La desolación era una belleza poco apreciada y en ese páramo de roca y magia, la desolación era una doncella de cabellos blancos y piel plateada que corría entre inmensos mares de nieve.
Mientras, en medio de un bosque encantado, Violett y su familia escuchaban a un elfo hablar sobre guerras legendarias, victorias inconclusas y un mundo entre sombras, el cual Vee estaba descubriendo ya, y en ese mismo bosque, en la seguridad de una cueva húmeda. Kelamir se preguntaba que sucedería ahora que estaba solo en el mundo, siendo atendido por un hada rechazada y salvaje, y un destino incierto.
Ninguno de los dos se imaginaba que sus caminos estaban más conectados que las estrellas del firmamento.
Alya observó aquel cambio. su hermano apenas se había dado cuenta, pues besaba la mano de la nueva segunda y no podía verlos. Phiro clavó sus ojos grises en los de Ascella y no guardo su curiosidad al preguntarle -o tal vez afirmarle- lo que él creía que ella era.
-¿Qué usted no es una de esas leyendas antiguas? -Phiro mostraba cierto desdén e indiferencia en su voz. Volteó la miraba hacia un punto fijo en medio de la nada y luego sus ojos se vieron atrapados por los de Ascella- Eres una ascendida, ¿cierto?
Ascella desvió la mirada de Merak y sus ojos bicolor se clavaron en Phiro. El fuego y el hielo lo templaron y Phiro tuvo que esforzarse para no desviar sus ojos de los de ella. Había cierta fiereza en su mirada y en su postura. Era como un halcón a punto de atacar. Como un lobo gris, acechando a su presa desde las sombras.
-Lo soy -dijo Ascella- soy uno de los ascendidos de las legiones caídas.
Llamaban así las primeras legiones, cuando la tierra era joven y los seres que la habitaban inocentes. Los Pixies habían llegado desde lejos, de universos diferentes a poblar un lugar que ya estaba poblado y además protegido. Al principio las primeras legiones trataron como iguales a los visitantes de lejos, coexistían, los hicieron parte del mundo, pero algunos pixies eran engañosos y diestros de palabra. Juraban cuando prometían y prometían cuando solo especulaban y especulaban al mentir y mentían todo el tiempo. Pronto la paz comenzó a menguar y el caos fue creciendo poco a poco. Un grupo de seres trazaron sueños y visiones en las mentes inocentes. Hicieron que aquellos que vivían en paz, se tornaran el uno contra el otro. La guerra fue naciendo como una flor ponzoñosa, y su veneno fue extendiéndose como agua en la tierra. Aquellos que querían ver arder el mundo perfecto al que habían llegado, se gozaban en ver la destrucción que generaban. Fue entonces cuando las primeras legiones entraron en acción y el tratado entre los visitantes y los protectores se vio hecho cenizas entre las brazas de espadas de fuego y conjuros ardientes. Pelaron los ángeles contra quienes creían habían corrompido su mundo y a los que los habitaban. Muchos cayeron, tanto ángeles como hadas, fueron destruidos en un mar de sangre purpura y dorada. Y los que lograron escapar de esa masacre, se escondieron tras el velo de la magia. Los ángeles construyeron la fortaleza entre las montañas y solo algunos pocos pudieron ser rescatados de las sombras de los conjuros y los hechizos. Esos, los que lograron salir del sueño de la magia, eran los ascendidos.
-Las legiones caídas son leyendas vivientes, Phiro, hijo mío. La dama Ascella fue la comandante de la primera legión que dio batalla contra nuestros adversarios. Y es, hasta ahora, la única guerrera con el poder de ver el interior de las almas. Muestra más respeto, que es ella ahora la segunda al mando de todas las legiones. La líder de todos, después de mi.
Melkar, un ángel corpulento: hombros anchos y gruesos, espalda fuerte y maciza. Había músculos en cada ángulo de su cuerpo y sus alas de un gris humo, tenían ojos en cada punta de sus alas. Siempre observando, siempre mirando. Mantenía el cabello rojizo corto, como un soldado, y la piel cobriza le brillaba con resaltaba las oscuras siluetas de sus alas. Siempre portaba su coraza negra y la larga espada negra que colgaba de su cinturón como si fuera parte de su cuerpo. La hoja casi tocaba el suelo cuando caminaba. Estaba caminado mientras reprendía su hijo menor y los ojos rojos de sus alas ahumadas brillaban como trozos de carbón caliente. Phiro tenía mucho de él, excepto el color de alas y piel.
-La dama Acella es ahora vuestra líder. Muestren su respeto... -dijo con voz profunda y gutural.
Ascella no mostró orgullo ni tampoco supremacía sobre los tres hermanos. Su rostro como de mármol cincelado, no se espetó ante ellos. Solo los miró seca y fríamente. Permaneció firme y rígida como una estatua mientras Merak sostenía su mano y hasta que éste no la soltó, ella no dejó de ver a Phiro. Merak admiró a la dama con gran curiosidad y sus ojos no dejaban de ver con emoción e interés los de ella.
Los tres hermanos se preguntaban al mismo tiempo y sin decirlo cual era la razón de aquel cambio brusco y repentino. Sus ojos eran blancos como nubes un segundo y al siguiente guardaban los dos infiernos eternos: de fuego y lava, y hielo y cristal. Y sin esperar una respuesta a sus preguntas mentales, Ascella las respondió con palabras confusas.
-Seis eras de soledad y dos siglos de tempestad. Hay sangre en tus manos y almas que vagan a tu alrededor. Sostuviste la lanza del destino en tus manos y la contaminaste con la sangre de inocentes y por inocentes serás condenado. Entraste al infierno ardiente y te quebraste en el otro helado, y aún así tu victoria sobresalió. Pero se que en el fondo, buscas venganza por algo que ni siquiera tus ojos vieron. Buscas venganza por una guerra perdida y a la vez ganada eras atrás. Y pierdes tu tiempo en maneras innecesarias y cumplidos caprichosos, hijo de Melkar. Y tu, ángel de mirada ahumada, caerás, si no cambias tu parecer, a manos de un ser nativo de este mundo. A quien proteges de él debes de cuidarte...
Merak y Phiro se miraron mutuamente y Alya, quien parecía igual de confusa entendió todo sin que él mensaje fuera para ella.
-Ahora retírense guerreros, debo comentar asuntos de importancia con Ascella. Más tarde aclararemos vuestras cuentas.-dijo Melkar.
Los tres hicieron una reverencia para su padre y la capitana y se retiraron. Sus alas rosando los suelos negros del castillo. Las luces de colores brillaban como arco iris capsulados en los candelabros que colgaban en las paredes y en el techo; el viento gélido de afuera formaba nubes blancas en las cimas de la cúpulas de los salones. Cuando llegaron a sus habitaciones, Alya se detuvo en el pasillo que las conectaba e hizo que sus hermanos pararan tras ella.
-Quiero pensar que entendieron lo que Ascella les dijo.-Alya los miraba muy seria y su cabello rojo parecía brillar como fuego bajo las luces multicolor.
-Estupideces, eso fue lo que dijo esa resucitada. Puras y certeras estupideces.
-No creo que hayan sido estupideces y si no lo entendiste Phiro, entonces eres más idiota de lo que pensaba.-Alya puso los ojos en blanco ante su hermano y este solo la miró con desdén.
-¿Y supongo que tu si entendiste, hermanita?
-Claro que lo entendí. Lo entendí todo y todo tiene que ver con ustedes dos nada más, ¿qué no escucharon a nuestro padre cuando dijo que era la única con vida que tenía el poder de ver las almas?
Y si lo recordaban. Merak difícilmente olvidaba las cosas, su memoria era sorprendente-mente aguda y perspicaz, y Phiro era un fanático de los detalles, pero aún así, lo que haya dicho Ascella, les importó muy poco.
-Son unos idiotas, en verdad. Ascella les dictó sus sentencias de muerte. A ambos. A ti, altanero de "ojos ahumados", ¿en serio no escuchaste cuando te dijo que un humano te mataría?.
-¡Ha! Eso es imposible pequeño gorrión, los humanos no tienen ese poder y lo sabes. No son capaces de hacernos mayor daño que solo causarnos arcadas por su hedor a muerte.-dijo Phiro.
-¿Y qué me dices de los descendientes de los Sacerdotes? ¿Has olvidado que son ellos los únicos en quienes el poder de tocarnos fue otorgado?
Y Phiro no supo como contradecirla ante eso, pues Alya tenía razón y mucha.
-Y a ti, mi querido Menkar, ¿has olvidado a aquellos dos niños que asesinaste hace muchos años solo por que pudieron verte espiando a una joven humana? Si tu lo has querido olvidar, yo no he podido. Fue esa una de las razones por las que nuestra gente tuvo de nuevo problemas con los humanos y los seres de afuera, "Hay sangre en tus manos y almas que vagan a tu alrededor. Sostuviste la lanza del destino en tus manos y la contaminaste con la sangre de inocentes y por inocentes serás condenado...", ¿es que acaso eso no te dice algo?
Merak la miró igual con desdén y no quiso hacerle mucho caso. Alya podía ser tan insistente en algo cuando creía estar en lo correcto. La callaron argumentando que todo era producto de su mente, que Ascella era un ángel loco, un muerto revivido que ya había perdido todo sentido de la cordura. Ellos eran jóvenes, nuevos y con vidas autenticas. Ella era un ángel tan ancestral como la misma fortaleza. Ambos hermanos la dejaron de pie en medio del pasillo, como un asta clavada en la tierra, y se fue cada uno a sus aposentos a descansar del viaje y de todo lo sucedido la noche anterior.
Pero Alya sentía que ella estaba en lo correcto y parte temía por las vidas de sus hermanos. Dio media vuelta y entro a su recamara con una gran ventana que dejaba ver todo un valle bañado por nieve y soledad. La desolación era una belleza poco apreciada y en ese páramo de roca y magia, la desolación era una doncella de cabellos blancos y piel plateada que corría entre inmensos mares de nieve.
Mientras, en medio de un bosque encantado, Violett y su familia escuchaban a un elfo hablar sobre guerras legendarias, victorias inconclusas y un mundo entre sombras, el cual Vee estaba descubriendo ya, y en ese mismo bosque, en la seguridad de una cueva húmeda. Kelamir se preguntaba que sucedería ahora que estaba solo en el mundo, siendo atendido por un hada rechazada y salvaje, y un destino incierto.
Ninguno de los dos se imaginaba que sus caminos estaban más conectados que las estrellas del firmamento.
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