martes, 17 de febrero de 2015

Capítulo 6: El Ángel y el Hada.



Azani caminaba sobre la superficie de un arroyo de agua muy clara. El Páramo donde vivía era un lugar oculto en medio de un inmenso bosque de árboles tan grandes como rascacielos y de troncos gruesos y fuertes. Las copas formaban una enrome cúpula ahí donde Azani caminaba tranquila y serena en el agua clara. El sonido que el arroyo creaba era una melodía tranquila que corría lenta.

Azani era un hada muy solitaria, muy pocas hadas se relacionaban con ella, a pesar de ser un hada mayor, y aunque todos la admiraban bastante, ella era solitaria, pues prefería el silencio al sonido, y en su silencio era donde podía escuchar mejor la voz del bosque y las palabras del agua. En aquel silencio, Azani podía escuchar mejor su propia mente.

El Páramo era un largo y extenso territorio habitado por distintas clases de seres como ella. Algunos compartían habilidades con la reina del agua y otros colaboraban con mantener el Páramo en perfecto estado y en cuidarlo. El Páramo era un antiguo y muy primitivo lugar. Había una cordillera de montañas custodiándolo de un lado y en lago tan extenso como el mar del otro: el Páramo era bello, lleno de vida y de magia. 

Pero aquel día, su soledad se vería interrumpida. El viento sobre los árboles era fuerte. Ráfagas de aire azotaban como látigos las copas y en el suelo, hojas verdes y algunas marrones y naranjas caían como gotas de una lluvia muy ligera. El arroyo se comenzaba a llenar de ellas, aunque Azani no se mostraba molesta ante lo que pasaba. La hojas daban un matiz más rustico a su pequeña y secreta bóveda ver arboles y oscuridad.

Mientras caminaba sobre el agua, como flotando en el aire, Azani recolectaba capullos de distintos tipos de lirios. Lirios tan blancos como la nieve y algunos con manchas rojas en los pétalos. Los lirios del Páramo eran especiales por mucha razones, pero las principales de estas eran dos en concreto: tenían poderes curativos y eran las flores que le daban su poder a el hada.

Azani llegó a una parte del arroyo donde el agua quedaba estancada. La corriente no alcanzaba con suficiente fuerza el fondo de aquel charco cerca de la orilla y en medio del agua, un lirio de un purpura muy suave flotaba. Tranquilo. En paz.

Una barrera de piedras forradas de musgo protegían el charco y en el agua se reflejaba el techo de hojas, con trozos de un cielo azul más allá. Azani se asomó para entrar al él y cuando sus ojos dieron con la cristalina agua que la reflejaba, se pudo ver a si misma. Tenía los ojos grandes y de un verde muy brillante, como dos esmeraldas. El cabello casi blanco le caía como capas suaves sobre los hombros. Era ondulado y le llegaba hasta los glúteos, debajo de la espalda. Su piel de un blanco azulado brillaba como si el rocío de la mañana la hubiera cubierto. Su ropa, hecha con elementos vegetales: fibra de corteza, lianas, hojas y flores que nunca se marchitaban; se entrecortaban con su cabello, que jugueteaba en las caderas. No era muy alta. Aunque en comparación con muchos de los seres del reino mágico, era de un tamaño bastante grande. Media tan solo un metro con cincuenta y seis, y su mejor amiga, una ninfa del bosque, media al menos cuarenta centímetros menos que ella.

Observaba la curvatura de sus labios, los finas y onduladas facciones de su rostro, el delicado mentón y el cuello delgado que sobresalía de entre su cabello dorado. Un cuervo blanco graznó para luego volar sobre su cabeza. Azani pudo el reflejo del cuervo sobre el agua y sonrió. El ave volvió a graznar y planeó hasta llegar a una rama cercana a donde ella estaba. Cuando llegó a ella, en un abrir y cerrar de ojos, sus garras se transformaron en un par de piernas albinas y lampiñas. Sus alas en un par de brazos, y el pico recto y largo pasó de ser la parte más grande de su cara, a ser la cosa mas delicada y afilada de un rostro infantil y blanco. Una criatura muy parecida a un niño de unos doce años meneaba las piernas debajo de la rama. Sus ojos negros, sin un atisbe de blanco ni algún otro color, observaban a Azani. El niño sonreía y del cabello plateado le colgaban plumas blancas y grises. A pesar de tener rostro como de humano, el rastro del cuervo se marcaba en la cara. La nariz era fina y angulosa. Las manos con dedos largos y los pies aún conservaban las garras donde debían estar las uñas. La criatura era un hada cambiante, similar  una ninfa. La única diferencia es que este era un varón y no una mujer.

-Siete bendiciones, Raverin.
-Siete bendiciones, Azani -contestó el niño.

Azani traspasó el umbral que separaba la tranquilidad de la energia del arroyo y sus pies tocaron las calmadas aguas del charco. Una onda circular comenzó a extenderse bajo sus pies y en seguida otras más le siguieron. Comenzaban pequeñas y conforme avanzaban, crecían tanto que la encerraban en una pequeña cárcel redonda a cada paso. El pequeño estanque perdió su equilibrio y el lirio violeta se meció. Azani se inclinó para tomarlo. La flor tenía un perfume muy fuerte, pero suave. Era como ser tocada por plumas o probar las nubes lavanda del atardecer. En algún momento de su vida, ella se había preguntado si esas nubes tenían sabores similares a las flores y frutas que crecían en todo el bosque de Êrezdar. Cuando era mas pequeña, se sentaba en las rocas de las altas montañas que rodeaban el Páramo y contemplaba, pensaba y meditaba si aquella nube podía saber a capullos de lavanda o si esa otra tenía sabor a mandarinas. Pero en ese momento, su mente se encontraba mas concentrada en otros asuntos. La flor fue a parar a una bolsa de un material similar a la tela, pero hecho de fibras de palmera. Cuando el lirio cayó dentro del bolso, se topó con otros más y un golpe sordo y suave se perdió en el aire. La tierra bajo sus pies se mojó y casi de inmediato pequeñas matas de enredaderas verdes y jóvenes comenzaban a salir de ella, rizándose conforme crecían y una alfombra de césped de un verde fluorescente creció por lo bajo.

Raverin seguí meciendo sus pies en lo alto de la rama. Azani lo veía desde abajo, sonriendo. Este saltó; era como ver a un halcón caer en picada desde el cielo: ágil y seguro. Sin miedo. Cayó con elegancia y agilidad al suelo terroso. Las garitas que sus pies tenían se aferraron al tocar el suelo. Azani siempre se había preguntado como hacia Raverin para no quedar desnudo después de transformarse. Cuando era un cuervo blanco, no portaba ropa alguna. Solo sus plumas de un blanco plateado y con pinceladas grisáceas aquí y por ahí le servían de manto. Pero al tomar una forma más humana, un gastado, pero bello habito plateado le cubría el cuerpo como si de una túnica se tratase.

Raverin tenía el cabello semi-largo de un niño. Estaba enredado y despeinado, lo cual resaltaba más la juventud que aparentaba, pues no era un niño en absoluto. La belleza inocente que su rostro reflejaba, era una consecuencia de su origen mágico. Raverin era uno de los seres mágicos del Páramo más antiguos. Casi tan viejo como el Páramo, y servía como consejero y mensajero del rey de aquel lugar: Alioth Telleberum.

-Hace una mañana hermosa como para que te resguardes en las sombras de este lugar, Azi.
-Hoy es la tercer semana de la primavera Raverin. -Azani di la respuesta como si pretendiera dar a entender algo en ella.
-La primavera... claro -contestó el chico cuervo- La época de las flores. Si, lo sé pequeña ninfa.
-Entonces encenderás que me debes dejar seguir con mis asuntos de ninfa, ¿verdad?

Ella miraba traviesa a Raverin, quien al igual que ella, sonreía como si una broma o travesura divertida estuviera escondida en aquellas palabras.

-Oh, si que lo se. No me gustaría ser parte de tus experimentos mágicos de nuevo. Y en realidad no estaría aquí si no fuera por que es necesario.

Un destello fucsia llamó la atención del hada. En un punto en medio de las sombras que se extendían más allá de la orilla del arroyo, había una flor de un vibrante e intenso tono fucsia. Los rayos del sol que se filtraban en las copas de los arboles, la tocaban a ratos y el brillo vivo de sus pétalos destellaba como una estrella en medio de la noche. Azani quiso dejar hablando solo a Raverin y caminar hacia aquel lugar, pero eso hubiera sido descortés y ser grosero con un miembro del Salón Lunar, era algo que se castigaba. Sus ojos verdes volvieron a posarse sobre el niño cuando este le dijo.

-¿Estás acaso escuchando algo de lo que te digo?

Ella parpadeó varias veces, tratando de despejar su mente. Se sintió tonta cuando respondió.

-Disculpadme, milord.
-No hay problema, sabes que no debes decirme "milord". Pero como sea, Lord Alioth solicita te presentes a una audiencia el día de hoy. Es más, ahora mismo. Debes venir conmigo.

No era nada nuevo para ella. Azani había sido convocada por el rey del Páramo varias veces antes. La primera vez, fue para saber de sus dones. Era una de las pocas hadas que podían controlar un elemento natural. Casi todas controlaban la magia a su gusto, y eso involucraba dominar los elementos naturales como el fuego y la tierra, pero eran pocas, muy pocas, las que nacían con el don de, además de controlar un elemento, ser parte de él. La magia no era necesaria en ellas para poder controlarlo. El elemento era una extensión más de su naturaleza. Básicamente, el hada y el elemento estaban unidas el uno con la otra.

En aquella primera audiencia, ella desconocía que vivía dentro de un reino. Hacía años que se dedicaba sus propios asuntos y nunca se alejaba demasiado de su zona de confort. Êrezdar era un lugar muy grande. Una bosque con cientos de miles de hectáreas y kilómetros que se extendían de este a oeste y de norte a sur. Era uno de los lugares que el mundo aún conservaba dentro de su decadencia moderna.

Cuando un día, Raverin junto a otros dos mensajeros, llegaron hasta donde ellas estaba. La primera vez que ella vio al chico cuervo, se quedó sorprendida y asustada al mismo tiempo. Nunca había conocido a alguien que lograra aquella maniobra. Era, pensó ella, un tipo de magia muy avanzada. Pero así como ella nació con el don del agua, Raverin había nacido con el don del cambio. Los otros dos mensajeros, eran un par de cuervos, similares a el, pero de plumaje y cabellos negros. Morenos en comparación a la blanca piel de Raverin y menos dados a hablar.

Aquel día Alioth le pidió en la audiencia que transformara el agua de una copa en los tres estados en la que se le conocía. Azani tuvo miedo al principio. Había jugado antes con el agua transformándola, pero eran juegos inocentes que ella hacia por que pensaba que eran normales. Que las demás personas los podían hacer. Pero al darse cuenta de que su habilidad era algo más grande, el miedo la hizo sentir indefensa. Fue poco a poco, con las palabras de Yuuri, la ninfa del bosque que desde ese momento se fuera a convertir en su amiga más cercana, que el miedo se disipo y pudo hacerlo. Transformo el agua en vapor, luego en hielo y por ultimo la regresó a la copa en su estado primero, como liquido.

La corte del Salón Lunar la miraba con asombro. La última hada del agua había existido hacia milenios y nunca se supo que había sido de ella. Aquel día, Alioth vio con ojos más nobles a Azani y fue desde ese día que el hijo de Alioth, Balioth, se predestino para ser su futuro esposo y ella su respectiva mujer. Pero aún en el mundo de los seres mágicos, el amor es un arma de doble filo. En un principio, Azani sintió deseo por conocer al joven príncipe y los mismo él, y la Luna sabe que fueron épocas felices. Pero ambos tenían metas distintas en sus vidas. El joven príncipe deseaba ser más que solo un hijo de cuna real, y ella deseaba tener aventuras que lograr.

Pero Raverin era, al igual que todos en el reino, un súbdito más del rey, al cual llamaban Guardián. Y cuando el rey solicitaba que se presentasen ante él, era mejor no negarse.

-¿Para qué solicita mi señor mi presencia? Tiene mucha belleza rodeando su palacio y su gran salón Lunar. Una inferioridad tal cual es la mía, no encaja en esos salones con luz de luna.
-Te menos precias a propósito, Azi. Y ambos sabemos por que su alteza pide que vayas.
-El príncipe y yo hace mucho que dejamos de frecuentarnos. No somos nada el uno del otro. No veo por que debo de ir a los aposentos de su majestad. En mi parte del Páramo estoy bien... aquí.

Raverin la miraba y el reflejo de ella se pintaba claro en sus ojos negros. Ya no había sonrisa en el rostro infantil y la voz suave y cálida, se había vuelto fría y dura.

-No quiero obligarte a que vengas conmigo, Azani. Te ofrezco la bondad de ser la invitada en mi escolta... pero si me orillas a otra cosa, no tendré más alternativa.

La nariz fina de Raverin comenzaba a desfigurarse. El fino rostro empezaba a llenarse de plumas y los pies comenzaban a ponerse negros ahí donde las garras sobresalían como dagas de obsidiana. Azani puso los ojos en blanco. Raverin era uno de sus amigos y sabía que el solo seguía las ordenes del rey de todos ellos. Pero a pesar de saberlo, seguía sintiendo un punzante dolor en el estomago, en parte por la impotencia y en parte por el coraje, y ambos se debían a que no tenía más alternativa que ir con él.

-Esta bien.-contestó- iré contigo.
-Gracias.-contestó él.




La Fortaleza tenía solo tres meses de haber sido terminada. Habían pocos ángeles Sheadh caminando en las calles de baldosas de piedra negra y granito. Las salvaguardas que se alzaban kilometros antes de llegar a las altas murallas, brillaban con un resplandor blanquecino y transparente. En medio de la ciudad se alzaban como torres los Siete Pilares del Pacto. De distinto color y material, gobernando en el centro el pilar negro, que era el Castillo: el centro de mando de todo aquel gran complejo.

Era curioso como los ángeles se alimentaban de básicamente los mismo elementos que los humanos: carne, vegetales y frutas, pescado, pan y queso, vino y agua, miel y azucares, y un sin fin de productos más. En las calles se escuchaban las voces de los ángeles mercaderes, aquellos que hacían los viajes hacia los valles de las tierras que colindaban con la fortaleza. Los ángeles no se regían por clases sociales, todos eran iguales antes todos, pero los distintos trabajos y oficios que realizaban, les daban cierto privilegio en las escalas que formaban su sociedad. Los mercaderes eran los que más permisos tenían para salir y entrar a gusto de la fortaleza, pues cosechaban, pescaban y producían los productos que la comunidad demandaba. Había puestos de todo tipo en las calles cercanas al lado oeste de la fortaleza, donde se concentraban los mercados, y en ella se podían encontrar desde alimentos, hasta telas celestiales de colores vivos y brillantes, aunque la mayoría vestía el uniforme negro de cuero de guerra.

Por otro lado, en las altas murallas se encontraban custodiando los Sheadh guerreros. Ángeles con toda clase de armas en las manos, caderas y espalda. Había desde espadas hasta discos con filo en las orillas, lanzas y arcos con flechas casi tan largas como un brazo entero. La puerta que era la entrada a la Fortaleza, estaba hecha de una dura madera llamada Poloponto. Un material extinto en la tierra desde la guerra con los Pixies. El Poloponto era mucho más duro que el acero y casi tan liviano como el pino. De un color negro como la noche y con resina que la hacia destellar al contacto con la luz, haciendo parecer que la puerta había encerrado una noche estrellada en su madera, pues miles de puntos plateados brillaban en ella.

La puerta estaba tallada de tal forma que el Arcángel Gabriel y Miguel, junto con el Querubín Yesabel, entregaban a el líder de los Sheaad, Melkar, las siete piedras del pacto. Tres fueron dadas por Gabriel, tres por Miguel y una por Yesabel, de las cuales se formaron las Torres del Pacto y los Cuatro Dones, por parte de Yesabel, que eran cuatro armas escondidas en los elementos de la tierra. La última piedra, la que fue entregada por Yesabel, fue la piedra de la cual se formo el Castillo Negro. Aquella puerta estaba protegida tanto por los tres ángeles superiores ahí representados, como por la misma magia divina que la madera contenía dentro de si.

Sobre la entrada había, edificada con la misma arquitectura que el resto de la ciudad, una habitación que servia de puesto de vigilancia. Y dentro de ella, se encontraba Kalhó.

Kalhó, el segundo al mando de las legiones de los ángeles Sheadh, los guerreros. Kalhó era el último descendiente de las primeras legiones enviadas a la tierra desde los cielos. Había participado en la batalla Universal, cuando los Pixies, seres de universos distintos, habían llegado como forasteros a la tierra, un lugar destinado para los primeros nacidos e hijos del creador. Los primeros nacidos, los jóvenes de aquel mundo. Los Pixies habían llegado solicitando refugio, el cual se les dio, pues en su infinito amor, el creador y los mismos ángeles, consideraron a los extranjeros como iguales. Al principio todo fue equilibrado, pero los Pixies engañaron, corrompieron e infectaron la vida de los los nacidos y entonces, en un intento por recuperar la inocencia perdida, la guerra estallo y el mundo dejo de ser lo que en un principio fue.

Kalhó había llegado como líder de la segunda mitad de las legiones, después de Melkar, quien lideraba tanto la primera mitad, como la segunda y a los reservados. Melkar era el líder y capitán de las legiones, y solo Kalhó era lo más cercano que existía a su rango en la comunidad de ángeles. Pero aquella mañana, con el sol iluminando la nieve que los rodeaba como un mar de cristal blanco, Kalhó se sentía todo, menos un líder.

-Y es aquí donde el rey de la montaña se esconde de los plebeyos -comenzó a canturrear una voz varonil-, tras los muros de piedra de su torre más alta...
-El rey no desea ser molestado ahora.
-¡Cuidaos, hijos míos! ¡El León está hambriento y quiere atacar! -siguió cantando.

Belhko se recargó en la entrada del cuarto de vigilancia. Sus alas de un blanco incluso más puro que el de la nieve, acariciaban un estante de espadas pegado a la pared. Belhko era aquella clase de ángel que cuadraba en el estereotipo de "rubio, hermoso y muy bueno". Todo en el era cielo de verano: ojos azules, alas blancas como nubes, cabello dorado como el sol y una piel delicada y suave como el viento. Era el mejor amigo de Kalhó y casi siempre lo molestaba mofandose de su recurrente soledad. Tenía una voz dulce y suave de tenor, y aunque sus canciones eran mas bien burlonas, su voz era un regalo que no se podía rechazar.

-Alya te estaba buscando... pensé en decirle que te buscara aquí, pero preferí decirle que estabas en e Salón de los Baños. ¿Me creerás que casi salió corriendo cuando se lo dije?

Kalhó no quitó la mirada del horizonte blanco y solo escuchó el bufido de su amigo al ser ignorado.

-En todo caso, pude decirle que me desnudara a mi si tanto quería ver carne bien trabajada. Al fin y l cabo, estoy mas bueno que tu y no lo pu...
-¿Has venido solo para decirme que tienes mejores abdominales? -Kalhó lo miró entonces.
-Bueno, no. No en realidad, pero por lo visto solo así se tiene tu atención.-sonrió.
-Bueno, ya la tienes... aunque no tienes mejores abdominales que yo y tengo mucha mas musculatura. Alya te lo puede asegurar.

Belhko rió muy bajo y su bello rostro casi se iluminó cuando salió de las sombras en las que se encontraba. El brillo del sol le pegó como oro liquido y lo envolvió en una luz tan dorada que lo hizo destellar. Su cabello se fusiono con ese oro liquido y se solidifico haciendo hilos del metal precioso en su cabeza. Él era tan diferente a su amigo: mientras que Belhko era todo oro y luz, Kalhó era plata y oscuridad. Era como ver en uno el día y en el otro la noche.

Kalhó se levantó de la silla frente a la ventana en la que se encontraba y sus alas negras derramaron una luz azulada por la habitación. Llevaba el traje de batalla color negro y solo su piel, más pálida que la de Belhko, resaltaba de todo el negro que lo cubría. Sus ojos como una nube de tormenta: de un gris muy profundo, recorrieron la estancia hasta encontrar lo que buscaban en una esquina. Kalhó caminó hacia ella, seguido de Belhko.

-Bueno, en realidad no he venido a hablarte de Alya. Estoy aquí por Melkar.
-¿Qué desea Melkar que no pueda decirme el mediante un mensaje? -Belhko borró la sonrisa de su rostro- Bueno, no me refrieron a que me da gusto que estés aquí, pero pudo enviarme un kerúv...
-Yo me ofrecí a venir en realidad. Me pidió que te buscara para que lo fueras a ver. Dice que necesita tratar algo importante contigo...

Kalhó tomó el arco y el carcaj que se encontraban en la esquina. Eran sus armas de mayor habilidad. En la cintura le colgaban un par de espadas cortas y dos dagas a juego. Los Sheadh siempre estaban armados. Dentro de su cultura, el estar preparados era casi una oración. Un mantra que se repetían a cada hora del día.

-Perfecto... ¿hay algo más?
-No, solo que te pudras... y me dejes ese par de dagas que cargas. Sabes que son legendarias, ¿verdad? -Kalhó no pudo evitar reír ante aquello, pues Belhko muy pocas veces lo trataba con mucha delicadeza.
-Claro que lo se, y ni un podrido serán tuyas. Antes regresó de la muerte y te las arrebato.-le dio un golpe en el brazo a su amigo.
-Vamos, te acompaño-dijo Belhko-, lo mas seguro es que nos tome a ambos como prisioneros de sus largas charlas.
-Pues mejor estar acompañado en esas charlas que son eternas.
-Preparado y bien alimentado. Así que antes, vayamos a la taberna de Juryen. Tengo ganas de una buena cerveza antes dé, ¿tu no? -le preguntó a Kalhó.
-No, en realidad no tengo antojo de nada.
-Vamos, algo debes de comer. Estoy seguro que no has comido nada desde ayer.
-Antier -corrigió el otro.
-Pues con mayor razón. Vamos, uno de los estofados de cordero te levantaran el animo.

Kalhó ajustó el carcaj y el arco en su espalda de tal forma que no le incomodaran las alas. Belhko tomó su ballesta ahí donde la había dejado recargada antes de entrar y la ajustó a un acinturo que le cruzaba el pecho y espalda.

Pudieron haber volado, pero decidieron caminar hasta la taberna. Era temprano aún, apenas la tercer hora después del amanecer y el sol se encontraba por encima de las cimas de las montañas mas bajas de los Himalayas. Así pues, caminaron hasta la taberna, mientras platicaban de cosas del día a día, las chicas que siempre los buscaban y de Alya, la hija menor de Melkar, quien con su cabello rojo como el fuego, estaba loca por el ángel de alas negras.

Al llegar, la taberna estaba medio llena. Pidieron cada uno un plato de estofado, tomaron una cerveza hecha a base de mieles, cerezas y cebada. Comieron pan recién horneado y se llenaron los estomagos, pues una vez que estuvieran frente al líder Melkar, era casi seguro que no tendrían tiempo para comer por un muy largo rato.




El Salón Lunar estaba como de costumbre: lleno de súbditos bien vestidos, con joyas y miradas inquisidoras. Azani nunca se considero parte de todo aquel montón de burócratas engreídos. Sus habilidades la habían puesto en un rango muy alto entre la comunidad de seres mágicos, era cierto, pero eso no la había cambiado a ella. Raverin volvía a ser un joven y hermoso varón. Aparentaba tener unos doce años en el rostro, pero su estatura era mayor a la de un niño de doce. Era solo un poco más algo que Azani, lo suficiente para que la diferencia de estaturas se notara. En las manos llevaba un pergamino enrollado. El papel se percibía viejo a la vista y destellos dorados se escapaban como flechas de las orillas cuando la luz blanca del salón lo tocaba. Azani no había reparado en arreglar mucho sus ropas para ir a ver al Rey de los Pixies, llevaba la misma ropa hecha de fibras vegetales con la que Raverin la había encontrado. Se veía en total descuadre en comparación con los seres de aquel concilio: ella en tonos verdes y opacos, ellos en brillantes sedas y joyas preciosas.

Al final del salón se alzaba el trono blanco del rey y a su derecha un trono marrón con dorado un poco más pequeño. Ambos tronos estaban hechos de una madera muy preciosa y solo el trono del rey resaltaba con la luz de la luna en todo el salón. Su madera era de un plateado precioso y de la madera nacían bellas flores blancas y plateadas que adornaban la cima como una corona extra. En él estaba sentado Alioth Telleberum y a su lado se encontraba su hijo, Balioth Telleberum.

Raverin fue el primero en llegar al final del pasillo del salón y se posicionó de tal forma que su cuerpo miraba tanto al rey como a los nobles.

-Siete Bendiciones, su alteza -Se inclinó e hizo una reverencia al rey.- De los arroyos del Este, Lady Azani. Protectora del tesoro azul, la hacedora de la magia de las aguas.

Raverin cerró el pergamino y volvió ha hacer una reverencia, pero esta vez para Azani. La chica no supo si devolverla o no, así que volteó hacia el trono del rey y saludo con la misma educación.

-Siete Bendiciones, su alteza. -se inclinó igual.
-Lady Azani, me alegra que haya aceptado mi invitación a esta audiencia.
-El honor es mío, su alteza.

Azani no estaba acostumbrada a las maneras de las hadas nobles y le costaba seguir el ritmo educado y formal del Salón Lunar. Iba descalza y pudo sentir el frío del piso de mármol subirle por las piernas como dedos.

-Te has de preguntar por que te he pedido que vinieras, ¿verdad? -claro que se lo preguntaba, aunque creía saber porque la habían convocado-, y voy a desmentir tus pensamientos. No estas aquí por mi hijo -comentó Alioth.

Azani sintió la mirada de todos sobre ella, como si mil dagas la atacaran y clavo la mantuvieran fija al suelo. Cuando se encontró con los ojos de Balioth, se dio cuenta que este se sentía igual de abordado que ella, pues miraba de un lado a otro, evitándola y concentrándose en los ojos de los demás. El Rey continuó.

-Me ha costado aceptarlo, pero el amor forzado no se puede remediar y si ustedes no se aman de esa manera, ¿qué mas puedo hacer? Una oportunidad se da solo una vez, si se deja pasar, ya no regresará. -la voz de Alioth sonaba dolida y cargada resentimiento- Hoy estas aquí, por que me gustaría que me hicieras un favor, Azani.

Al escuchar aquella palabra el frío que le congelaba las piernas desapareció y las dagas parecieron caer de golpe de su cuerpo, devolviéndola a la realidad.

-¿Qué desea su alteza que yo haga?
-Has hecho una pregunta acertada -dijo Alioth. Llevaba un lujoso atuendo plateado con motivos de estrellas y el Árbol Blanco del reino-, lo que necesito que hagas, es crear una barrera que rodee todo nuestro reino. Necesito que crees unas salvaguardas para todo el bosque de Êrezdar.

Azani abrió mucho los ojos cuando escuchó aquello. No entendía por que ella debía hacer eso. No era de las mejores haciendo hechizos de protección ni cosas como esas. Ni siquiera era buena con la magia en general. Lo único que sabía controlar bien, era el poder del agua.

-¿Por qué desea su alteza que yo sea la encargada de tan grande labor? Hay hadas mucho mejores en esta enmienda que yo. Su servidora no es buena con los hechizos de protección. Ni siquiera es buena controlando la magia. -un murmullo bastante incomodo inició después de que haya dicho aquello. Escuchó palabras como débil, bastarda, inútil y demás- Me siento honrada, pero no creo poder lograrlo.
-En eso te equivocas -dijo Alioth, tranquilo y con una sonrisa en el rostro-, eres la única en todo mi reino con un poder nato... y si no estas bien informada, todo el Bosque está rodeado de agua.-Fue entonces cuando empezó a entender hacia donde iba todo aquello.-Tu eres la única en el reino con el poder de gobernar las aguas.





Cuando Kalhó y Belhko llegaron al Castillo, el alcohol prácticamente se había drenado de sus venas y se había evaporado por sus poros. Los ángeles tenían esa habilidad de regeneración y sanidad muy rápida, así que una resaca era prácticamente imposible. En muy pocos casos -y la gran mayoría se debía a que las bebidas estaban contaminadas con sustancias pixies- los Sheadh sufrían esta inconveniente mundana. 

Los dos amigos caminaban por las calles de baldosas con motivos y formas circulares. En algunos puntos, las avenidas estaban adornadas con mosaicos hechos con piedras preciosas. Los mosaicos servían a la vez de indicaciones como de adorno, pues sus acabados eran delicados y muy finos. Obras de arte autenticas que los ángeles obreros y artistas realizaban en beneficio a la comunidad, como parte de un gran sistema sustentable. Kalhó se había fijado varias veces en el inmenso mosaico que precedía a la escalera que daba acceso a la entrada del Castillo. En él se mostraba al planeta tierra, rodeado de un cinturón de ángeles Sheadh y la mano de Dios sosteniendo todo aquello, como un pilar sagrado. También se podían ver los diamantes y zafiros que daban vida a estrellas, todas plasmadas sobre la piedra negra de la cual estaba formada la estructura del edificio principal.

Cuando subieron las escaleras, una escolta de cuatro guardianes Sheadh los recibió. Dos de ellos les cerraron el paso, mientras los otros dos cuestionaban la razón de su visita.

-¿Tienen alguna audiencia el día de hoy? -había preguntado uno de los ángeles.
-Melkar nos convocó -respondió Belhko.
-Síganme.

El tercer ángel se quedó junto con los otros dos guardianes y aquel cuarto que los había interrogado, inició su caminata por el pasillo iluminado con antorchas multicolor. El ángel se llamaba Hyron y era parte de la escolta privada de Melkar. Se podría decir que eran su escolta real, pues lo trataban igual que a un rey, a pesar de no ser uno. Kalhó siguió a Belhko, quien tomo la delantera para quedar a la par de Hyron. Este llevaba una lanza con punta de oro en la mano derecha y una colección de estrellas Shuriken que le cruzaban el pecho y espalda. Las alas de Hyron eran de un marrón muy profundo y casi se lograban difuminar con su traje de batalla.

Dieron vuelta a la izquierda en la primera intersección, luego a la derecha, dieron otras dos más en el mismo sentido y subieron una escalera de caracol que los llevó hasta una habitación en una de las torres del Castillo. Las antorchas en el camino iluminaban los pasillos con una luz fría que cambiaba a tonos a cada cierto rato. Los colores de las Torres del Pacto se fusionaban una contra otra en esa luz y las sombras de los ángeles se difuminaban en colores diverso cada vez que esto sucedía.

Al llegar a la habitación, Hyron les dijo -Permanezcan aquí mientras los anuncio. Lord Melkar se encuentra ocupado ahora y necesito saber si puede recibirlos- y luego caminó el largo tramos que separaba la entrada del escritorio de piedra que se encontraba al final.

Belhko tenía expresión de pocos amigos. Su belleza divina se tornaba sombría en aquel momento. Kalhó recordaba que él le había dicho que Melkar le había pedido que lo buscara, aunque en aquel momento, era Hyron quien los anunciaba y no el. Conociendo el temperamento orgulloso de su amigo, sabía que se sentía insultado por todo aquello: desde el recibimiento hasta la audiencia.

Hyron les daba la espalda, mientras Melkar lo miraba con la espalda encorvada. Estaba revisando algo que se encontraba en el escritorio. Tal vez papeles. De momento volteó para verlos e hizo una seña a Hyron, quien posteriormente dio media vuelta y camino con paso acelerado hacia ellos. Belhko se había recargado en el marco de la puerta, mientras examinaba algo en sus uñas y miraba por momentos a Hyron como si lo incinerara con la mirada. Cuando Hyron llegó hasta ellos, les pidió que se acercaran, para luego desaparecer por donde había llegado.

Belhko puso su ballesta sobre una mesita de madera y luego dejó sus dagas a un lado. Kalhó lo imitó y tanto el arco como el carcaj se recostaron contra el muro de a lado de la mesa. Las dos espadas cortas se quedaron en sus costados. Caminaron hacia el escritorio, con Melkar manteniendo aún la vista pegada en él.

-Por fin has encontrado a nuestro soldado estrella -dijo Melkar sin levantar la mirada-. Que bueno que ya están aquí.

-A sus ordenes, capitán. -respondieron ambos en coro, mientras se mantenían firmes como pilares.
-Descansen soldados -y esta vez si que los miró.

Melkar tenía una mirada sumamente fuerte. El iris de sus ojos era de un marrón muy rojo, como si la sangre se arremolinara en ellos y danzara con cada movimiento que el capitán hacia. Melkar era un ángel corpulento y grande. Cada centímetro de su cuerpo era músculo puro y fibroso. Llevaba una camiseta del mismo material del traje de batalla, con mangas cortas. La camiseta se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y tras la tela se podían notar los músculos cuando se contraían. En los brazos se formaban gruesas masas de tejido muscular y sobre la piel del brazo derecho estaba grabada en dorado el símbolo de los ángeles guerreros: una espada, un par de alas y dos medias lunas debajo. Kalhó y Belhko tenían grabados los mismo símbolos en sus brazos derechos, ahí donde se unían los hombros y el brazo, formando un circulo que simulaba una bala de cañón, debido a la musculatura en ellos. Melkar aparentaba los cuarenta años, aunque a pesar de su madures, tenía el cuerpo atlético de un hombre joven: con fuertes abdominales y bíceps de acero. 

Con un dedo señaló la mesa de piedra. Bajo su dedo, había un ornamentado mapa de todo el mundo, adornado con los rostros de cuatro querubines en las esquinas y otros cuatro en los lugares donde se suponía estaban los puntos cardinales. Los rostros infantiles soplaban un aire invisible y se movían ligeramente sobre el papel, como si de verdad exhalaran aire. El mapa se movía de igual forma, con movimientos muy sutiles. En los espacios donde se encontraban las aguas de los mares, ligeras ondas se desplazaban como olas y arboles muy pequeños se mecían donde se suponía había tierra y bosques. El dedo de Melkar se localizaba sobre un punto en medio de lo que era América, y el verde y la vegetación brillaban con una luz baja ahí. Los colores eran más obscuros y abarcaban una extensa planicie que cubría casi la mitad del continente.

-¿Reconocen este lugar? -preguntó Melkar a los dos soldados- Es un viejo y antiguo sitio muy conocido.

Mantenía la mirada en el mapa. Lo miraba como si algo en él le trajera a la memoria un recuerdo, y no uno del todo bueno. Uno sombrío y mortal. Kalhó fue quien el respondió.

-Es el viejo bosque de Êrezdar. La tierra arrebatada.

Los ojos rojos de Melkar se encontraron con los grises de Kalhó. Una chispa destelló en ellos y la estela de humo que se formo después, destilo sus miradas como agua cristalina. Belhko deshizo aquel silencio y la magia se perdió tan rápido como llegó.

-Es dónde se esconde el reino de los pixies. El cual, hasta la fecha, sigue sin ser localizado del todo... ¿por qué nos enseña esto, señor?

-Por que les tengo una misión. Una misión que requerirá de su trabajo en equipo y de sus habilidades para liderar mis legiones.

Cuando habían estado en batalla, en la guerra por la tierra, la que se conocía como la Batalla Universal, fueron ellos quienes habían liderado la segunda parte de las legiones de los Sheadh contra el ejercito de seres mágicos que habían llegado de más allá. Ambos recordaban muy bien aquellos días, donde miles de ángeles habían caído y su sangre roja y dorada había manchado la tierra y formado joyas en ella. Recordaban igual los kilometros de campo cubiertos con cuerpos de diferentes formas: seres con alas de murcielago, otros con alas de insecto; criaturas con cuernos en las cabezas y con pieles de colores brillantes o tenues. Criaturas tan grandes como árboles y otras pequeñas como ratones. Armas creadas a partir de elementos del bosque y otras hechas con el hierro de las montañas. Sangre, roja y dorada, y sangre verde y negra; toda ella bañando la tierra con ríos que serpenteaban y una peste que se mezclaba con el aroma a hierro del ángel y el aroma dulce del pixie. Recordaban igual, como solo algunos de ellos, de los Sheadh habían sobrevivido y como las legiones se habían disminuidos hasta casi la extinción, mientras que los pixies llegaban en manadas desde los confines del universo, para esconderse en aquel viejo y extenso bosque.

-¿Qué es lo que necesita, señor? -terció Kalhó.
-Que encuentren a alguien. Necesito que encuentren a un hada, una muy especial.
-¿Un hada? -preguntó Belhko con un tono de desprecio-. ¿Para que querría usted a uno de esos miserables seres demoníacos? -Belhko había dejado de simpatizar con los pixies desde la guerra, hacia casi tres milenios, y el rencor que sentía contra ellos, era casi tan fuerte como su pasión por la guerra-. ¿Qué es lo que usted necesitaría de un pixie, señor?
-No es lo que necesito -le respondió Melkar- es lo que puede hacer lo que me interesa, si logramos capturarla, podremos encontrar el reino secreto de los pixies y erradicar su raza por completo.

Los brazos de Melkar se encontraban cruzados sobre su pecho. Había dado la espalda a los dos ángeles guerreros y sus alas grises se alzaban como dos grandes e imponentes armas sobre su cuerpo. Las plumas más largas de sus puntas, rozaban el suelo y formaban nubecitas con el polvo que levantaban. Cuando dio la vuelta para verlos de nuevo, sus brazos casi reventaban la camiseta que llevaba. La tela se relajó cuando bajó los brazos y los puso de nuevo en el escritorio de piedra. Con la mano izquierda comenzó a rodear una zona con trazos aleatorios, los cuales eran de un azul muy claro, y que se unían en cuatro diferentes puntos, formando así un romboide delineado por ríos.

-Creo que el reino se encuentra aquí. En este terreno rodeado por ríos. Se de buena fe, que Alioth está tratando de alzar sus propias salvaguardas para evitar que entremos a esa zona, y se que para eso piensa emplear el poder de un hada que domina el poder del agua. Una hada llamada Azani. Quiero que la encuentren y la traigan ante mi.

Ambos ángeles se miraron y miraron a su capitán. No se requería a una legión ni a un ejercito para esa labor, entonce ¿por que quería enviar a tanto con ellos?

-Señor -dijo Kalhó- no creo necesaria una campaña tan grande para realizar esta labor, nosotros solos podremos con ella.
-Oh, yo se que ustedes solos pueden con ella -le respondió Melkar- pero esto no es solo una tarea de búsqueda. Esa hada estará tan protegida como sea posible. Alioth prácticamente ha depositado en ella toda su fe y no la perderá de vista ni un solo minuto cuando inicie su labor. Necesitarán al menos una campaña de ochenta, y yo se de lo que les hablo.
-¿Y cuando salimos? -preguntó Belhko.
-Hoy mismo soldado -le respondió su líder- los guerreros que los acompañaran, ya están esperándolos en la explanada.






-Entonces, ¿dónde debo iniciar, milord?
-Puedes iniciar alzando las salvaguardas aquí mismo, en el palacio. El lago que nos protege te puede ser de ayuda para que inicies practicando los hechizos -dijo Alioth.

Azani había aceptado la tarea, aunque en realidad no tenía de otra. Cuando el rey de las hadas pedía algo, lo mejor era hacerlo o las consecuencias podrían ser malas, muy malas. Tres escoltas custodiaban las espaldas del rey Alioth, todas vestidas con elegantes armaduras doradas y verdes. Llevaban lanzas creadas con un material que recordaba a la madera, pero que al tacto era ta frío como el metal y muy duro. Se sabía que las hadas habían logrado dominar el arte de la alquimia y con ello crearon aleaciones de elementos vegetales con elementos minerales, dando origen a armas prácticamente vivas, pues crecían como plantas y eran tan indestructibles como el acero. Tres ellos iba Balioth, el hijo del rey. Dos escoltas con el mismo atuendo y armas a tono lo seguían de cerca. Azani iba tras ellos y con ella iban dos guardias y una dama de compañía, la cual había sido asignada a ella por el príncipe. Esa dama era Yuuri, su amiga. 

El salón lunar era como una colmena en aquel momento, donde miles de abejas siseaban y zumbaban palabras que hacían vibrar el salón. Los diversos lugares donde los nobles se congregaban en sus grupos exclusivos, ardían con una ligera llama de descuerdo. No todos estaban felices con que alguien que no pertenecía a la nobleza fuera quien realizara tan arduo labor. Muchas hadas se habían ofrecido voluntarias, sin embargo Alioth las había ignorado como alguien que no toma en cuenta a una mosca y la aplasta para que deje de molestar. 

La túnica del rey hada se arrastraba por el piso blanco de mármol y una estela de polvo brillante y plateado se pintaba ligera tras su paso, como dejando una alfombra muy fina de destellos de estrellas. Azani siguió al rey, a su hijo y sus guardas por una serie de pasillos que serpenteaban todo el palacio. Caminaron por lugares que daban a claros con jardines bien cuidados, salones de fiestas, pasillos oscuros iluminados por antorchas con luz blanca y atravesaron salones casi tan grandes como el Salón Lunar. Cuando por fin llegaron hacía donde Alioth los había conducido, se hallaron ante un gran balcón que daba una vista estupenda al lago Nox.

El lago Nox rodeaba el palacio de tal forma que parecía abrazarlo. El gran edificio era una isla en medio de toda aquella agua oscura, casi negra de lo azul que estaba. Alioth hizo un ademan para que sus guardias se apartaran del camino y pudiera ver a Azani. Ella entendió en su mirada, que deseaba que fuera hacia donde el estaba. Con cautela y muy despacio, camino hacia donde se encontraba su rey. Cuando se vio junto a el, se sintió tan fuera de lugar, como si se tratase de una rosa blanca en medio de un mar de rosas rojas.

-Bueno, Azani, cuando gustes puedes iniciar. -le dijo Alioth.

Azani sintió un fuerte tirón en las entrañas. Estaba ansiosa y sintió ganas de vomitar, pero aunque lo hubiese podido hacer, en realidad no iba a salir nada de su estomago, pues estaba vacío. Camino hacia el barandal del balcón, el cual estaba tallado en mármol blanco como el del piso del palacio, con detalles de hojas y cisnes. Cuando se encontró de cara al lago, pudo sentir la energía que el agua manaba por todo el lugar. Sintió como fluía al rededor de la isla, como subía con el vapor, como impregnaba con humedad todo a su alrededor y pudo oler su aroma: como a algas y flores, un perfume marino y forestal.

Extendió primero una mano frente a ella. Nunca había conjurado un hechizo de protección, pero suponía que era similar a los que conjuraba cuando quería ser no vista por quien sea. Así que pensó en eso: en la soledad y en la tranquilidad. En ser invisible ante cualquiera. Cerró los ojos. Inhaló el agua, su perfume, su aroma a mar. Comenzó a sentir como sus dedos se iban humedeciendo con cada inhalación y exhalación. Comenzó a sentir como la energia fresca del agua fluía de sus dedos hacia sus brazos. Su piel comenzó a dilatarse ahí donde los poros se abrieron, absorbiendo la energía del agua.

Extendió la otra mano y en seguida la electricidad fresca la fue envolviendo como si sogas se enredaran en ellas. Pudo sentir su cuerpo fusionarse con esa energía y en un dos por tres, toda ella formaba parte del lago Nox.

Sintió a los peces nadar por aquí y por allá. Las plantas acuáticas meciéndose con el vaivén del agua, la vida que nacía desde su interior y lo profundo que esta llegaba. Sintió el fluir de las venas que se conectaban bajo la tierra y la velocidad con la que viajaba hacia otros lugares muy lejanos. Azani sintió ser el lago. Azani retenía la energía del lago. Y en aquel momento, Azani era una con el lago.

Fue entonces cuando regresó su pensamiento a protegerse con aquella energía, a ser invisible ante quienes eran intrusos, y como un destello de fuegos artificiales, el lago explotó en una luz azul muy brillante y una cúpula de destellos y una sustancia como agua fueron subiendo desde las orillas hasta los cielos. Aquella sustancia se alzaba con una velocidad impresionante, brillando y formando círculos en su interior. Las nubes comenzaron a relampaguear y la energia se fue mezclando poco a poco. Pronto, aquella barrera de energía y magia concluyó en un fuerte azote de sonido y viento y el circulo que formaba el techo sobre el lago y el palacio, se cerró, provocando una explosión de luz blanca que destelló incluso más que el sol.

Las salvaguardas habían sido selladas. El palacio había sido escondido de ojo ajeno y todos los que estaban en el fueron ocultos del mundo exterior. 

Azani abrió los ojos poco a poco. Se sentía mareada y cansada. Nunca había hecho tal cosa y sus energías se habían agotado. Tu tiempo suficiente para voltear y mirar a su rey, antes de que el mundo la envolviera en una noche repentina. Un par de brazos fuertes corrió para sostener su menudo cuerpo y el mundo dejó de existir para ella por un momento.





La compañía de ángeles había salido ya de la Fortaleza y volaban en formación por los cielos. Eran cuatro grupos de ángeles. Los primeros dos iban liderados por Kalhó y Belhko, y los dos segundos estaban designados a ángeles de menor rango que el de los lideres. La formación de los grupos formaba una V casi perfecta y volaban con elegancia y precisión por el cielo de medio día. El bosque de Êrezdar estaba prácticamente al otro lado del mundo, pero el vuelo de los ángeles era casi sonico. Volaban muy rápido incluso en formación y no les tomaría más que quince minutos llegar hasta el continente donde se encontraba el bosque. 

Iban armados hasta los dientes. Con cuchillos, dagas, espadas, shurikens, flechas y ballestas, hachas y un sin fin de armamentos más. Los hijos del general Melkar iban con ellos, los soldados Phiro y Merak. La hija menor del capitán había insistido en acompañar a la compañía de soldados, pero su petición había sido denegada por razones que su padre no quiso compartir. Había sido una lástima para la campaña, pues Alya era una gran guerrera y una espada más siempre era bien recibida.

En aquel momento se hallaban a mitad de océano pacifico, y el espejo gigantesco que era aquel lugar perdía sus reflejos entre las olas que salpicaban en la superficie. Pudieron ver un par de ballenas saltar en medio del agua y recordaron las viejas historias de la creación de aquel mundo tan joven.

-¿Recuerdas cuando llegamos a este mundo? -le preguntó Belhko a Kahló-. ¿Cuando apenas iniciaba su vida en el universo?

Kalhó fue de los primeros en llegar al planeta, para ser parte de las fuerzas protectoras del mismo. Recordaba muy bien cuando todo inició, cuando los humanos fueron creados, cuando existieron y cuando fueron corrompidos por los pixies.

-Lo recuerdo bien, Belhko. Lo recuerdo todo.
-Era tan puro, tan limpio... tan inocente. -respondió su amigó con un suspiro en las palabras.

Un grito, como de águila, los sacó a ambos de su romanticismo espontaneo, para re-ubicar sus ojos en su sentido izquierdo. El grito fue el de un instrumento llamad tormpineta, la cual servía a la vez de silbato como código de sonido para los Sheadh. El ángel que había tocado la trompineta de águila fue Merak, quien apuntaba su lanza hacia un punto donde se lograba divisar tierra, una tierra verde y fértil, tan extensa como el mismo mar. Los ángeles habían llegado a las fronteras noroeste del bosque de Êrezdar. 

Merak dirigía a su escuadrón de ángeles en esa dirección y hacía señas para que Kalhó y Belhko se le unieran. Los líderes lo siguieron hasta ponerse a la par con él. Phiro, quien estaba encargado del cuarto escuadrón en V, los siguió por detrás.

-¿Qué ha visto en esa dirección, soldado?

Merak sostenía su lanza de oro como si fuera su alma misma. Sus nudillos se tornaban más blancos de lo que eran por la fuerza que ejercían sobre el metal.

-Un destello de luz señor. Una luz muy poco usual. Mi experiencia me indica que donde eso sucedió, ha ocurrido magia y una muy poderosa.

Merak poseía un don en la vista, que lo hacia enfocar lugares a una distancia muy lejana, como la vista de un verdadero águila. 

-Entonces dirijámonos hacia ese lugar, si ha visto algo llamativo, podemos iniciar por ahí. -concluyó Kahló.

Los cuatro grupos regresaron a sus posiciones originales, con la única diferencia de que Merak era ahora quien los guiaba a todos en el frente. Sus alas pardas reventaron el aire cuando inició el vuelo rápido y un gran estruendo como de mil truenos se escuchó en el cielo cuando los ochenta ángeles lo imitaron. El vuelo duró poco, pues llegaron, con su velocidad casi instantánea, hacia el lugar donde Merak había visto el destello. Pero al llegar, lo único que encontraron fue un gran lago... vacío. Sólo agua rodeada por bosque y dos brazos que llenaban y drenaban el lago a la vez, como ríos que se perdían en la basta vegetación. Merak maldijo por lo bajo y se tensó cuando vio que ahí no había nada.

Kalhó y Belhko se dieron cuenta de aquel cambio en su postura y volaron a sus flancos para ver que habia ahí.

-No hay nada aquí... -dijo Mreak- No hay nada.
-Quizá solo viste un reflejo -le comentó Belhko. Merak le lanzo una mirada de pocos amigos.
-Nunca me he equivocado cuando busco los residuos de la magia, Belhko. Nunca.

A pesar de ser el hijo del capitán, Merak tenía un rango menor que el de Belhko, y por lo tanto tenía que mostrar respeto ante el. En ese momento, era pura arrogancia y había olvidado su jerarquía en la pirámide militar. Belhko lo miró con sus ojos azul profundo y Merak pudo ver como un huracán de pura furia se formaban en el cielo de sus ojos. 

-Disculpe, señor. Es sólo que me frustra un poco que este lugar este vacío.
-Estamos iniciando la búsqueda -terció Kahló- aún tenemos un sin fin de lugares donde revisar. El bosque es extenso, así que cada quien, diríjase con su compañía y nos dividiremos el territorio por zonas. Belhko, tu encárgate del norte, Merak, tu ve al sur. -Phiro se había acercado al trío después e ver que sus líderes e habían reunido con su hermano- Phiro -dijo Kalhó-, tu te encargaras de la parte oeste. Y yo buscare aquí. Si Merak tiene razón, algo debe haber oculto en este lugar, y lo voy a encontrar.

Cada ángel se dirigió con su grupo y delimitaron tareas entre ellos. Eran veinte ángeles por grupos, así que dividieron en parejas y buscaron en diversos lugares de acuerdo a la zona donde les había sido encargada la búsqueda. De nuevo truenos fuertes y poderosos se escucharon cuando las alas de los ángeles golpearon el aire y como si fueran cañones cargados, salieron disparados, dejando un fuerte golpe de sonido tras ellos.




Cuando Azani despertó, se encontraba de nuevo dentro del palacio, solo que esta vez en lugar de estar en el Salón Lunar, se hallaba recostada en una cama suave y muy grande. Sus ropas simples habían sido reemplazadas por sedas finas de un suave y delicado color salmón. Muy a tono con su piel blanca y el rosado de sus labios. Su cabello amarillo se encontraba peinado en una sola trenza que le descansaba sobre el hombro y notaba el dulce aroma de un perfume en su piel.

Despejó la niebla de su mente y se levantó de la cama. La habitación era grande, con un techo alto y una ventana grande le mostraba el lago Nox desde donde ella se encontraba. Aún era de día y el sol se debía encontrar en el cenit en aquel momento. El cuarto estaba adornado con baldosas con temas de hojas y ramas, un tocador junto a un espejo de cuerpo ovalado se hallaba pegado a la pared frente a la cama y una tina de bronce con las patas en forma de garras de león se encontraba en una esquina. No había chimenea, pero un fuego mágico flotaba dentro de una caja de oro tallada con detalles de rosas.

Azani no estaba acostumbrada a tanto lujo. No era de aquellas hadas que se preocuparan por todo aquel detalle y atención melosa y mimada, aunque cuando se vio en el espejo no pudo reprimir ese cosquilleo de satisfacción al notarse, como pocas veces, tan arreglada y con una luz que la hacía brillar como una de las luces de magia blancas que inundaban todo el palacio.

Alguien tocó a la puerta cuando se miraba en el espejo y tuvo un sobresalto repentino. La puerta se fue abriendo poco a poco y tras ella pudo ver a Yuuri, que vestía ropas un tanto similares. La única diferencia, era que las de su amiga eran de un tono verde olvia muy profundo y con lo pequeña que era, parecía una hoja con pies y rostro. Yuuri escondía sus orejas de gato tras una tiara de esmeraldas y plata, y sus ojos con una raya en el centro la miraron alegre. Sonrió al ver a su amiga de pie frente al espejo.

-¿Te gusta tu ropa? -pregutó.
-Es bonita, supongo que tu la has escogido. Siempre has tenido buen gusto cuando te lo propones.

Yuuri rió muy bajito y cerró la puerta con suavidad tras de si.

-No, no fui yo quien la escogió. Fue Balioth. -hubo un silencio un poco largo tras esas palabras-. Sabes -contnuó Yuuri- Balioth te tiene mucho cariño.
-Lo se -respondió Azani, sintiendose un poco incomoda al saber que Balioth las había vestido. Habían llegado a un acuerdo. Él le había dicho que no deseaba un compromiso, que tenía metas. Y ella había coindido con él, pues igual tenía sueños. Pero aquel recuerdo, el de la cercanía que habían tenido, la hacía sentir incomoda y no precisamente por Balioth. Era más bien por que el padre de este la había despreciado al recharzar ser la prometida de su hijo-. Balioth siempre ha tenido un gusto exquisito. ¿Sabías que fue el quien dio las especificaciones para que se crearan las armaduras de la guardia real? A mi parecer, esos uniformes acorazados son obras de arte autenticas. Muy hermosas.
-Oh, si lo son. Y tambien lo sabía, tu me lo contaste hace mucho. -había contestado Yuuri.
-¿Por qué estas aquí, amiga mía?

Yuuri no esperaba que ella le preguntara aquello. Eran intimas, pero incluso en esa intimidad, Azani siempre mantenía la soledad como su aliada incondicional.

-Para contarte lo que ha sucedido. Lo que ha sucedido justo después de que alzaras las salvaguardas sobre el palacio.

Azani dejó de ver su reflejo en el espejo para poner total atención a su amiga. Recordaba haber sentido el poder del agua dentro de sí y como tras sus ojos, una fuerza azul electro se alzaba desde sus manos. Había mantenido los ojos cerrados mientras las salvaguardas se alzaban sobre el lago Nox y el castillo mismo, pero cuando regresó a la realidad, solos recordaba el bello rostro de Alioth contemplando hacia el cielo y a un par de brazos sostenerla antes de que la oscuridad la engullera en un solo bocado.

-¿Qué ha pasado Yuuri? -había ansiedad en su voz.
-Luego que te desmayaste, Balioth te trajo aquí. Esta es una de las habitaciones de invitados del palacio. Cuando ambos se fueron, poco después un grupo enorme de ángeles Sheadh aparecieron en el cielo. Al principio, los nobles y Alioth mismo se paralizaron. Años de estar escondidos de esos guerreros y justo ahora estaban sobre nosotros... pero pronto la calma regresó, cuando Alioth se dio cuenta de que tus salvaguardas eran efectivas. Al parecer, los ángeles no pudieron vernos. No lograron atravesar el hechizo de protección.

Yuuri contaba aquello con emoción en la voz. Azani podía ver como sus ojitos verdes se iluminaban como gemas contra el fuego. Yuuri parecía una niña encantada en aquel momento.

-¿Entonces no pudieron vernos? ¿Tampoco traspasar el campo protector?
-Nop -respondió ella con alegría- no lograron ni vernos ni traspasarlo. ¿Sabes lo que eso significa Azani?

El hada volteó hacia la ventana. El lago Nox brillaba como un gran zafiro con el resplandor del sol en el cielo. Sabía muy bien lo que eso significaba, pero no se sentía muy emocionada por ello. Ser responsable de la protección de todo un pueblo, toda una raza; sentía que era una carga muy grande para ella. Pero con un don como el suyo, debía de emplearlo para un propósito igual de grande.

-Si lo se Yuuri... soy la encargada de proteger todo el reino.




-¿Encontraron algo? -preguntaba Belhko a Phiro y Merak.
-Ni una sola pista de pixies. Nada, ni siquiera restos de magia.
-O estos demonios saben esconderse -dijo Phiro- o usan algún tipo de salvaguardas como las que...
-¡No seas ridículo Phiro! -Merak lo interrumpió-. Las salvaguardas son cosas muy avanzadas. Cosas que con simple magia pixie no se pueden lograr. Se necesita de un poder mayor para ello... algo que supere la simple magia.
-Y es por eso que estamos aquí -esta vez era Kahló quien los interrumpía. Llegaba volando solo y sus alas negras entrecortaban todo ápice de color tras el como un par de dagas-. Para encontrar a alguien, que según tu padre, tiene ese poder.

Los demás ángeles Sheadh se encontraban sentados en las rocas que se encontraban en la cima de la montaña en la que habían descendido para descansar un momento. Desde esa perspectiva, podían ver el vasto espacio ocupado por el bosque. Miles de kilómetros de pura vegetación al frente, a los lados y también detrás de la montaña.

-Necesitamos cubrir más terreno -dijo Phiro- necesitamos separarnos, ir de manera individual a buscar.
-Es muy peligroso. No conocemos del todo este viejo bosque.
-Creo que Merak tiene razón -terció Belhko- ir solos puede no ser una muy buena idea... aunque Phiro también tiene razón; cubriríamos más terreno. ¿Qué opinas Kahló?

Kahló se quedó pensando cual podría ser la opción ideal. La solución correcta, sin arriesgar tanto en la jugada. Ir solos no era algo seguro, pero necesitaban cubrir más terreno en la búsqueda, y en todo caso, cada uno de los ángeles ahí presentes, eran soldados bien entrenados. Guerreros y asesinos ágiles. Ir solos no sonaba tan descabellado después de todo.

-Teniendo en cuenta la situación -dijo entonces- y sabiendo que solo hemos cubierto la tercera parte del bosque en medio día, apoyo la idea de Phiro. Hay que separarnos y buscar de forma individual.

Merak mantuvo su rostro serio y sin un solo tipo de emoción reflejado. Asintió, como todo buen soldado y acató la orden de su superior. Cada uno dio la indicación a su escuadrón, quienes obedecieron. Se dirigieron a los mismo lugares donde antes habían buscado y una vez ahí empezaron a localizar de manera individual a Azani. No sabían como era el hada, pero sabían que la reconocerían cuando la encontraran. La magia con ese poder era percibida por los ángeles Sheadh muy fácilmente. 

Kalhó voló por sobre las altas copas de los árboles del bosque de Êrezdar, utilizando su poderosa vista, similar a la de Merak, para acercar los elementos que estaban más abajo. A ratos se lanzaba en picada sobre los arboles, haciendolos reventar ahí donde sus alas lanzaban una ráfaga de viento tan poderosa que creaba un claro donde no lo había antes, penetrando la vegetación y logrando así explorar lo que desde arriba no podía ver.

Estuvo volando así varias horas, al igual que sus compañeros. Buscando, introduciendo su cuerpo en las ramas rotas por el viento de sus alas, y volviendo a buscar desde el cielo. Y casi estuvo a punto de darse por vencido, cuando sus ojos lograron ver cerca de un arroyo escondido bajo un montón de árboles, la silueta de una bella dama rubia con ropas finas.

Kalhó la admiró desde el cielo y con su poderosa vista a distancia, pudo ver lo hermosa que era. De piel blanca y cabellos de oro. Sin alas que la hicieran ver impura y delicada como un lirio. Descendió con cuidado hasta donde ella se encontraba y se quedó en una rama alta, sin que ella se diera cuenta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo escucharla cantar y su voz era como miel en la boca: dulce y ligera. Deliciosa.

El hada cantaba un poema antiguo que contaba la vieja batalla de los Sheadh y los Pixies, y Kalhó se sorprendió a si mismo cuando se dio cuenta que conocía la letra, pues era igualmente un poema famoso entre el pueblo Sheadh. El poema cantado, decía así.

"En el arrullo de la luna, con el sol calentando
Espera, mi amado, espera y se paciente
Cuando el mundo caiga y del cielo fuego caiga
Espera, mi amado, espera y se paciente
Escucha mi lamento, escucha esta canción, 
mira las estrellas, en ellas encontraras consuelo a esta traición
pues el mundo ha acabo y los ángeles han llegado
las hadas han triunfado y caído bajo sus pies
El creador lo ha enviado, para su fuego esparcir
Y cuando llegue la hora y la muerte nos acompañe
Espera, amado mío, espera y se paciente
Que juntos iremos a aquel lugar, lejos, más allá
donde nuestro amor pueda prevalecer en la eternidad, sin menester."

Kahló sintió algo dentro de si, algo caliente y profundo. Como si una masa de carbón fuera creciendo dentro de su pecho. Como si lava ardiente fluyera desde dentro. Estaba tan concentrado en ese nuevo sentimiento, que no se dio cuenta cuando el hada dejó de cantar y lo empezó a observar desde abajo. Sus ojos verdes como esmeraldas reflejaban su silueta en el árbol. Kalhó descendió con suavidad. Sus alas negras se veían elegantes en el aire y un suave golpe resonó con un eco cuando estas se cerraron tras su espalda. Había dejado caer el arco a un lado y el carcaj en el otro. Azani lo miraba angustiada. Quería correr, pero algo se lo impedía. Algo en su interior le decía que aquel ángel no le iba a hacer daño.

-Tu eres Azani, ¿verdad? -preguntó él.

Azani no pudo esconder la sorpresa cuando Kalhó le pregunto aquello. Tuvo miedo un momento, pero se armó de valor y puso cara a la situación. Si un ángel la iba a matar ese día, no iba a morir corriendo.

-¿Quién eres tu? -le respondió- ¿Cómo sabes mi nombre? -el sonrió y cuando lo hizo, fue como si la belleza del mundo entero se hubiese concentrado en su sonrisa.
-Me llamo Kahló -le contestó.

miércoles, 30 de julio de 2014

Capítulo 5: La fortaleza.



Alioth caminaba entre los altos pilares del salón lunar. Había un concilio de hadas y seres mágicos sentados en sillas igual de elegantes y finas que los pilares y los muros del palacio. Árboles tan altos como edificios se alzaban a los lados y en medio del salón, formaban con sus copas el techo te un verde oscuro que recordaba a la oscuridad del túnel. De las ramas colgaban lamparas que brillaban con un fuego blanco en su interior. Una mesa muy larga se extendía de un lado al otro del salón y gradas hechas de piedra gris se alzaban a los lados. En medio de las gradas había un pasillo alfombrado por una tela purpura. La puerta color caoba, contaba la historia de la constante guerra de los Pixies y los Sheaad. La victoria sobre el santuario conseguida por las hadas, estaba grabada en esa puerta. Bajos relieves de ángeles caídos y hadas destrozadas iban formando los cimientos del triunfo de los seres mágicos sobre los seres divinos.

Alioth atravesó el pasillo, orgulloso y magnifico como solo las criaturas mágicas pueden ser. Su larga melena plateada se columpiaba tras su espalda. La corona de ramas doradas y flores blancas que adornaban su cabeza, estaba viva. La madera pertenecía a un árbol sagrado, ubicado en el corazón del santuario. Las hadas le tenían devoción a aquel árbol y la corona que el guardián portaba en su cabeza, jamás se secaba, jamás necesitaba agua y permanecería tan viva como en el momento en que nació del árbol; siempre y cuando al árbol sagrado no le pasara nada. Alioth llegó hasta un trono de madera y oro en el centro de la mesa. Los nobles que lo acompañaban en la mesa se levantaron cuando el llego. Los súbditos en las gradas igual lo hicieron. Habían criaturas tan extrañas y otras tan similares a los humanos: un hombre con el rostro bello de un modelo de revista, pero en lugar de piernas tenía pesuñas de carnero, una dama que en lugar de brazos tenía alas de cisne. Otro ser que era alto y negro y que tenía cola de toro. Su sonrisa extremadamente ancha, hacía sentir cierto miedo al verlo. Había seres pequeños, con ropas hechas de plantas, ojos curiosos y dientes afilados. Todos ellos miraban atentos a su líder y a los tres humanos que entraban en ese momento al salón lunar.

-Sentaos, mis amigos. Dejad pasar a los invitados.

Vee y su familia entraron con paso firme al salón. Albert aún tenía el libro entre manos. Había acordado darlo a Alioth hasta que cumplieran su promesa, aunque de todas formas, el guardián no podía romperla. Era una ley entre los seres mágicos, aunque muchas veces sus promesas eran engañosas y sus palabras confusas.

-Tomad asiento, hija del sacerdote. Vosotros dos haced lo mismo. -ordenó Alioth.- Violett Carter, es tiempo de que hables por ti misma. Decidme aquí, frente a todos mis nobles y súbditos lo que os sucedió. Contad tu historia.

El salón guardó silencio. Los ojos de todo ser mágico se fijaron en ese momento en la niña menuda que se encontraba en la silla del centro frente a la mesa de Alioth. Vee se sintió insegura, pero sabía que no tenía de otra. Tenía que hablar y contar todo si quería ser ayudada por ellos. Buscó fuerzas pensando en su padre y en los buenos momentos vividos con él. En las tardes bajo el árbol de su patio y las lecciones de guitarra. Tomó un respiro profundo y se levantó.

Alioth permanecía con el rostro tranquilo e impasible. Vee comenzó a contar todo.

-Un ángel me ataco de noche... 

Comenzó y el salón lunar se tornó, con cada palabra, un poco más sombrío de lo que ya era.


Ω


Alya, Merak y Phiro volaban con la gracia de un águila cazando. El viento se volvía débil cuando ellos cortaban el vacío con sus alas y sus cuerpos acorazados. La fortaleza de los ángeles Sheaad se encontraba en lo alto de una montaña, en uno de los lugares mas remotos. Los Himalaya guardaban la gran fortaleza que era su hogar. Una capa de magia cubría el inmenso complejo que ocupaba kilómetros de construcciones hechas con roca negra y metales preciosos. Oro, plata, cobre brillaban bajo la luz del sol. La nieve blanca daba un aspecto más sobrenatural y un resplandor más blanco a la fortaleza de paredes tan gruesas como las raíces de la montaña. Había guardias con alas moteadas en puntos estratégicos de la fortaleza. Cada uno tenía un arma diferente: arcos, dagas, lanzas, ballestas, espadas, tridentes, mazos, hachas y hasta látigos formaban el arsenal de los que vigilaban. También había grandes catapultas y maquinas hechas de metales brillantes y potentes. En el centro de la fortaleza se alzaban siete grandes pilares hechos de cuarzo, cada uno de un color diferente: verde, azul, rojo, blanco, amarillo, violeta y negro. El pilar negro se coronaba en el centro y los demás a sus lados. Cada uno brillaba con su color respectivo y los tamaños iban creciendo de acuerdo a su lugar. El negro era el más alto de todos. Había también casas en la fortaleza. Escuelas, mercados, y un gran conjunto de edificios que guardaban a los soldados alados. Una armería al oeste y una herrería a su lado. Una gran biblioteca se alzaba en la zona céntrica de la fortaleza. Estaba hecha de cuarzo, como las siete torres u su color rosa pálido se perdía entre el brillo blanco que rodeaba todo el lugar. Niños con alas, mujeres y hombres, todos ángeles. No habían ancianos tal cual entre ellos, pero la edad se hacía presente en su semblante. A pesar de no envejecer, se podía ver quienes llevaban milenios de existencia y quienes apenas décadas. Y algo que resaltaba de ellos, eran sus ropas. De un color negro ónix. Los ángeles de más alto rango usaban piedras preciosas en sus corazas y sus ropas negras estaban adornadas con hilos de oro, plata y bronce. Diamantes negros y blancos, e incluso algunos zafiros y rubíes se prendían en sus armaduras. La gran muralla que guardaba todo aquello tras sus paredes de metros de grosor, se extendía de punta a punta entre dos montañas, cimentada en una gran planicie que en un tiempo fue el cráter de un inmenso volcán. De forma circular y con una profundidad bastante amplia, aquella fortaleza era una ciudad eficiente, sustentable y poderosa.

Los hermanos guerreros llegaron planeando el cielo azul que los cubría. El Castillo del Pacto se encontraba en el corazón de la ciudad, al pie de la torre negra y al igual que el cuarzo, sus piedras eran de un obscuro tono. Aquel castillo no emitía luz, ni siquiera un ligero resplandor gris, como lo hacía la torre que lo custodiaba. Toda la luz se perdía entre sus paredes y se dispersaba por los corredores y salones internos del castillo. Merak aterrizó primero en el patio de la entrada. Lo siguió su hermana, Alya y por último Phiro. Dos ángeles guardianes con cascos a juego los recibieron en la puerta principal. Llevaban lanzas de plata en las manos. Las altas puertas de roble reforzado con hierro crujieron al ser empujadas por la fuerza de Merak. Se abrieron con un pesado andar y rechinaron. Dentro el corredor iluminado por luces de colores diversos los recibió en silencio. Tres mujeres ángel vestidas con las típicas ropas negras caminaban con cosas en las manos. Mas adelante, al final del corredor, se encontraba la pintura que conmemoraba la labor de los ángeles en la tierra. Un fresco que mostraba al Arcángel Miguel entregando la fortaleza a Melark, padre de los tres ángeles, para acabar con la inmundicia en el mundo. Las tres mujeres aladas hicieron una reverencia al pasar los hermanos. Una de ellas tenía una gran melena amarilla que reflejaba el destello naranja de una de las luces que colgaban en los pasillos laterales. Alya la miró con cierto recelo. La mujer, una joven ángel, desvió la mirada de los hermanos y miró hacia abajo. Phiro solo rió ante aquel incidente.

-¿Acaso te has puesto celosa de esa belleza, hermanita?
-No seas idiota Phiro...

Phiro soltó una carcajada mientras seguía caminando. La mujer rubia dió media vuelta y siguió con su trabajo.

-Los súbditos hacen lo que hacen por que así lo desean, nadie se los pide ni los obliga, lo hacen por mandato divino. No olvide eso, hermana. Y será mejor que dejes de fijarte en la belleza ajena, tu tienes mucha. De sobra, diría yo. Además, con ese cabello de fuego que tanto escondes, podrías influir respeto en lugar de miedo.
-No buscaba influir miedo y no me estoy fijando en la belleza ajena, Merak. Es solo que... -Alya titubeo un momento.
-Es solo, ¿qué?
-Es solo que tuve roces con ella, nada importante.

Merak siempre había sido el más paciente de los tres y siempre actuaba con un padre con ellos. Aquel comentario solo lo hizo suspirar y reflexionar su respuesta.

-Los roces no son dignos de una princesa guerrera. Aquella hermana esta sirviendo por que la protegemos y por que tu eres su princesa. Me gustaría que dejaras de actuar con una de las hadas caprichosas que tanto detestamos, y actúes más como un ángel bondadoso, Alya.

Alya mantuvo la mirada fija al frente, hacía la pintura en la pared. Merak solo la hacía desesperar con su actitud de buen samaritano. El comentario no le agradó mucho.

-No soy y tampoco actúo como una Pixie, Merak. Mejor ocúpate de Phiro, el es quien debe de contar todo a nuestro padre sobre el bastardo. Yo me iré a mis aposentos.
-¡No! Nadie se irá a ninguna parte hasta después de que padre nos haya dado su consentimiento. Phiro, será mejor que me cuentes lo más que puedas en lo que llegamos al salón del trono.
-Como quieras, pero te advierto que no tengo mucho. -dijo Phiro.
-No tienes lo que prometiste, que es diferente. Pero lo viste, y eso es más que suficiente. Padre deseará saber esa información.

Caminaron y dieron vueltas en pasillos que brillaban con colores diversos: azul, violeta, rojo claro, amarillo, blanco, verde. Las llamas mágicas que alimentaban los calderos jamás se apagaban y la luz absorbida por la roca negra del castillo las alimentaba día y noche. 

El salón del trono era una enorme bóveda tallada de color negro. Su techo cúpula estaba lleno de pinturas de diversos temas y en las paredes colgaban estandartes con la imagen de una espada alada y las siete torres detrás. Un trono de ónix brillaba alto al final del salón y Merak esperaba de pie, junto a una mesa larga a un lado del salón. Un ángel de ropas grises lo acompañaba. Era una mujer muy bella. De una larga cabellera negra, con hombreras acorazadas a tono con sus ropas y un látigo negro atado a su cintura. Sus alas eran casi tan grandes como las de Melkar y brillaban con un débil resplandor blanco. Tanto ella como Merak voltearon al sentir la presencia de terceros.

-Padre, te saludo. -dijo Merak mientras se arrodillaba sobre su pierna derecha. Sus hermanos lo imitaron.
-Han llegado... bueno, ¿y bien? ¿Encontraron el trofeo que me prometieron?


-Tuvimos problemas, padre, pero logramos grandes cosas esta vez. Uno de nosotros lo vio y adem...
-Si, lo se hijo. -dijo Melkar, callando a su primogénito- Se todo en realidad: que Phiro lo dejó escapar y que además, ese bastardo lo derribó con dardos envenenados -Phiro sintió una punzada de humillación en el estomago. Merak continuo, mirando a su padre a los ojos- se que quemaron la casa de los humanos que lo cuidaban y que los mataron, cuando no debían hacerlo y que el bastardo estuvo todo el tiempo en sus narices, pero ahora esta en algún lugar de ese maldito bosque embrujado, tal vez vivo o tal vez muerto. Lo vi todo. Los vi todo este tiempo y lo se todo.

Merak no dijo nada. Se quedó sorprendido ante lo que su padre había dicho. Alya y Phiro no supieron que hacer. Su padre solía ser severo y duro la mayor parte del tiempo. Era el líder de los Sheaad, prácticamente era su rey, aunque ellos no medían el poder por monarquías, pero el estatus le daba el poder de gobernar. Pero aquello, que su padre los hubiera vigilado desde la fortaleza, eso era nuevo.

-No solo los malditos tienes trucos y poderes, hijos míos. Yo uso mis dones para nuestro beneficio y nuestra causa. No para mis placeres y vanidad.
-Perdónanos, padre.

Melkar los miraba mientras se reía de ellos. La mujer a su lado los observaba junto a su padre. Alya fue quien advirtió primero que algo no estaba bien con ella. Tenía los ojos cerrados y tras un momento ligeramente largo, la mirada blanca de la mujer la sobresaltó. Solo había un punto blanco en medio de aquellos ojos neutros. La belleza que la envolvía se tornaba macabra al ver sus ojos. Phiro también la miraba.

-¿Perdonarlos? No seas ridículo hijo mío. El bastardo ha estado escondido muchos años, un día más no hará gran cosa. Estoy un poco decepcionado, es verdad, pero lo encontraremos. -Merak advirtió la presencia de la mujer y preguntó.
-¿Quién es la dama que os acompaña, padre?

Melkar había casi olvidado a su acompañante. La presentó sin hacer gran demora.

-Les presento a la dama Ascella. Nuestra nueva segunda al mando de las legiones.

Los tres la vieron con una curiosidad autentica. Ascella permaneció inexpresiva y solo movió los labios para presentarse. Sus cuencas blancas reflejaban la silueta de los tres guerreros alados. Merak hizo uso de las maneras entre los ángeles, acercó la mano para sostener la de Ascella, en muestra de respeto y saludo. En seguida, los ojos de la dama gris se tornaron de un color similar al fuego y al hielo. Un ojo se volvió rojo como un amanecer de verano y el otro azul como el hielo del mar en invierno.

Alya observó aquel cambio. su hermano apenas se había dado cuenta, pues besaba la mano de la nueva segunda y no podía verlos. Phiro clavó sus ojos grises en los de Ascella y no guardo su curiosidad al preguntarle -o tal vez afirmarle- lo que él creía que ella era.

-¿Qué usted no es una de esas leyendas antiguas? -Phiro mostraba cierto desdén e indiferencia en su voz. Volteó la miraba hacia un punto fijo en medio de la nada y luego sus ojos se vieron atrapados por los de Ascella- Eres una ascendida, ¿cierto?

Ascella desvió la mirada de Merak y sus ojos bicolor se clavaron en Phiro. El fuego y el hielo lo templaron y Phiro tuvo que esforzarse para no desviar sus ojos de los de ella. Había cierta fiereza en su mirada y en su postura. Era como un halcón a punto de atacar. Como un lobo gris, acechando a su presa desde las sombras.

-Lo soy -dijo Ascella- soy uno de los ascendidos de las legiones caídas.

Llamaban así las primeras legiones, cuando la tierra era joven y los seres que la habitaban inocentes. Los Pixies habían llegado desde lejos, de universos diferentes a poblar un lugar que ya estaba poblado y además protegido. Al principio las primeras legiones trataron como iguales a los visitantes de lejos, coexistían, los hicieron parte del mundo, pero algunos pixies eran engañosos y diestros de palabra. Juraban cuando prometían y prometían cuando solo especulaban y especulaban al mentir y mentían todo el tiempo. Pronto la paz comenzó a menguar y el caos fue creciendo poco a poco. Un grupo de seres trazaron sueños y visiones en las mentes inocentes. Hicieron que aquellos que vivían en paz, se tornaran el uno contra el otro. La guerra fue naciendo como una flor ponzoñosa, y su veneno fue extendiéndose como agua en la tierra. Aquellos que querían ver arder el mundo perfecto al que habían llegado, se gozaban en ver la destrucción que generaban. Fue entonces cuando las primeras legiones entraron en acción y el tratado entre los visitantes y los protectores se vio hecho cenizas entre las brazas de espadas de fuego y conjuros ardientes. Pelaron los ángeles contra quienes creían habían corrompido su mundo y a los que los habitaban. Muchos cayeron, tanto ángeles como hadas, fueron destruidos en un mar de sangre purpura y dorada. Y los que lograron escapar de esa masacre, se escondieron tras el velo de la magia. Los ángeles construyeron la fortaleza entre las montañas y solo algunos pocos pudieron ser rescatados de las sombras de los conjuros y los hechizos. Esos, los que lograron salir del sueño de la magia, eran los ascendidos.

-Las legiones caídas son leyendas vivientes, Phiro, hijo mío. La dama Ascella fue la comandante de la primera legión que dio batalla contra nuestros adversarios. Y es, hasta ahora, la única guerrera con el poder de ver el interior de las almas. Muestra más respeto, que es ella ahora la segunda al mando de todas las legiones. La líder de todos, después de mi.

Melkar, un ángel corpulento: hombros anchos y gruesos, espalda fuerte y maciza. Había músculos en cada ángulo de su cuerpo y sus alas de un gris humo, tenían ojos en cada punta de sus alas. Siempre observando, siempre mirando. Mantenía el cabello rojizo corto, como un soldado, y la piel cobriza le brillaba con resaltaba las oscuras siluetas de sus alas. Siempre portaba su coraza negra y la larga espada negra que colgaba de su cinturón como si fuera parte de su cuerpo. La hoja casi tocaba el suelo cuando caminaba. Estaba caminado mientras reprendía su hijo menor y los ojos rojos de sus alas ahumadas brillaban como trozos de carbón caliente. Phiro tenía mucho de él, excepto el color de alas y piel.

-La dama Acella es ahora vuestra líder. Muestren su respeto... -dijo con voz profunda y gutural.

Ascella no mostró orgullo ni tampoco supremacía sobre los tres hermanos. Su rostro como de mármol cincelado, no se espetó ante ellos. Solo los miró seca y fríamente. Permaneció firme y rígida como una estatua mientras Merak sostenía su mano y hasta que éste no la soltó, ella no dejó de ver a Phiro. Merak admiró a la dama con gran curiosidad y sus ojos no dejaban de ver con emoción e interés los de ella.

Los tres hermanos se preguntaban al mismo tiempo y sin decirlo cual era la razón de aquel cambio brusco y repentino. Sus ojos eran blancos como nubes un segundo y al siguiente guardaban los dos infiernos eternos: de fuego y lava, y hielo y cristal. Y sin esperar una respuesta a sus preguntas mentales, Ascella las respondió con palabras confusas.

-Seis eras de soledad y dos siglos de tempestad. Hay sangre en tus manos y almas que vagan a tu alrededor. Sostuviste la lanza del destino en tus manos y la contaminaste con la sangre de inocentes y por inocentes serás condenado. Entraste al infierno ardiente y te quebraste en el otro helado, y aún así tu victoria sobresalió. Pero se que en el fondo, buscas venganza por algo que ni siquiera tus ojos vieron. Buscas venganza por una guerra perdida y a la vez ganada eras atrás. Y pierdes tu tiempo en maneras innecesarias y cumplidos caprichosos, hijo de Melkar. Y tu, ángel de mirada ahumada, caerás, si no cambias tu parecer, a manos de un ser nativo de este mundo. A quien proteges de él debes de cuidarte...

Merak y Phiro se miraron mutuamente y Alya, quien parecía igual de confusa entendió todo sin que él mensaje fuera para ella.

-Ahora retírense guerreros, debo comentar asuntos de importancia con Ascella. Más tarde aclararemos vuestras cuentas.-dijo Melkar.

Los tres hicieron una reverencia para su padre y la capitana y se retiraron. Sus alas rosando los suelos negros del castillo. Las luces de colores brillaban como arco iris capsulados en los candelabros que colgaban en las paredes y en el techo; el viento gélido de afuera formaba nubes blancas en las cimas de la cúpulas de los salones. Cuando llegaron a sus habitaciones, Alya se detuvo en el pasillo que las conectaba e hizo que sus hermanos pararan tras ella.

-Quiero pensar que entendieron lo que Ascella les dijo.-Alya los miraba muy seria y su cabello rojo parecía brillar como fuego bajo las luces multicolor.
-Estupideces, eso fue lo que dijo esa resucitada. Puras y certeras estupideces.
-No creo que hayan sido estupideces y si no lo entendiste Phiro, entonces eres más idiota de lo que pensaba.-Alya puso los ojos en blanco ante su hermano y este solo la miró con desdén.
-¿Y supongo que tu si entendiste, hermanita?
-Claro que lo entendí. Lo entendí todo y todo tiene que ver con ustedes dos nada más, ¿qué no escucharon a nuestro padre cuando dijo que era la única con vida que tenía el poder de ver las almas?

Y si lo recordaban. Merak difícilmente olvidaba las cosas, su memoria era sorprendente-mente aguda y perspicaz, y Phiro era un fanático de los detalles, pero aún así, lo que haya dicho Ascella, les importó muy poco.

-Son unos idiotas, en verdad. Ascella les dictó sus sentencias de muerte. A ambos. A ti, altanero de "ojos ahumados", ¿en serio no escuchaste cuando te dijo que un humano te mataría?.
-¡Ha! Eso es imposible pequeño gorrión, los humanos no tienen ese poder y lo sabes. No son capaces de hacernos mayor daño que solo causarnos arcadas por su hedor a muerte.-dijo Phiro.
-¿Y qué me dices de los descendientes de los Sacerdotes? ¿Has olvidado que son ellos los únicos en quienes el poder de tocarnos fue otorgado?

Y Phiro no supo como contradecirla ante eso, pues Alya tenía razón y mucha.

-Y a ti, mi querido Menkar, ¿has olvidado a aquellos dos niños que asesinaste hace muchos años solo por que pudieron verte espiando a una joven humana? Si tu lo has querido olvidar, yo no he podido. Fue esa una de las razones por las que nuestra gente tuvo de nuevo problemas con los humanos y los seres de afuera, "Hay sangre en tus manos y almas que vagan a tu alrededor. Sostuviste la lanza del destino en tus manos y la contaminaste con la sangre de inocentes y por inocentes serás condenado...", ¿es que acaso eso no te dice algo?

Merak la miró igual con desdén y no quiso hacerle mucho caso. Alya podía ser tan insistente en algo cuando creía estar en lo correcto. La callaron argumentando que todo era producto de su mente, que Ascella era un ángel loco, un muerto revivido que ya había perdido todo sentido de la cordura. Ellos eran jóvenes, nuevos y con vidas autenticas. Ella era un ángel tan ancestral como la misma fortaleza. Ambos hermanos la dejaron de pie en medio del pasillo, como un asta clavada en la tierra, y se fue cada uno a sus aposentos a descansar del viaje y de todo lo sucedido la noche anterior.

Pero Alya sentía que ella estaba en lo correcto y parte temía por las vidas de sus hermanos. Dio media vuelta y entro a su recamara con una gran ventana que dejaba ver todo un valle bañado por nieve y soledad. La desolación era una belleza poco apreciada y en ese páramo de roca y magia, la desolación era una doncella de cabellos blancos y piel plateada que corría entre inmensos mares de nieve.

Mientras, en medio de un bosque encantado, Violett y su familia escuchaban a un elfo hablar sobre guerras legendarias, victorias inconclusas y un mundo entre sombras, el cual Vee estaba descubriendo ya, y en ese mismo bosque, en la seguridad de una cueva húmeda. Kelamir se preguntaba que sucedería ahora que estaba solo en el mundo, siendo atendido por un hada rechazada y salvaje, y un destino incierto.

Ninguno de los dos se imaginaba que sus caminos estaban más conectados que las estrellas del firmamento.