martes, 17 de junio de 2014

Capítulo 3: Desvelando secretos.



El hospital apestaba a formol y otras sustancias desinfectantes. Se sentía esa típica atmósfera que hace de los hospitales lugares especialmente escalofriantes. Era la pesada presencia de la muerte en el aire, como un constante recordatorio de que nadie estaba realmente a salvo.

Albert Hokings leía un libro sobre perros y como entrenarlos en el sofá que se encontraba en una de las esquinas de la habitación del hospital. Hacía ya cuatro días que montaba guardia en ese sofá, mientras la madre de Vee atendía labores en el trabajo, pues el no asistir, era un lujo que por el momento no se podían dar. Necesitaban del dinero que la inmobiliaria otorgaba a la pequeña familia para sobrevivir.

Violett permanecía dormida en su camilla. Esperaba a que su madre llegara. Su tío ya se había comunicado con ella y mientras tanto, le pidió a su sobrina que descansara lo más que pudiera. Necesitaban de hablar de algo cuando las cosas estuvieran mas tranquilas y estables. Era algo importante. El mismo Albert lo había dicho: se trataba de los ángeles.

Vee sentía la cabeza pesada y le costaba levantarla de la almohada. Su cerebro vibraba en varias pulsaciones que hacían "tic-tac-tic" en sus oídos. Como si un reloj se hubiera apoderado de su cabeza y su andar le rematara las neuronas y rebotara en las paredes de su cráneo. No se había imaginado a aquel ser alado que la había atacado. Era real. Era cierto. Un ser que desconocía, pero que pese a eso, la había atacado y casi la mataba. Recordaba poco, pero lo suficiente como para que la imagen de una melena lisa y larga de un color gris -casi blanco- y una túnica igualmente gris y que parecía hecha de harapos, la hubiera aprisionado por un momento que para ella supuso una eternidad.

Una enfermera entró al cuarto y Albert alzó la mirada para identificar quien era. La mujer de cabello castaño y ojos verdes era muy joven. Unos veintitantos años tal vez. Albert la miró con sumo interés. Albert tampoco era muy grande. Vee nuna había preguntado su edad, pero le calculaba treinta y dos. Tal vez treinta y cuatro. Pero no más. Aquella chica era hermosa.

-¿Cómo te sientes... Violett? -pregunto la mujer.
-Estoy bien, gracias... ¿cómo te llamas?
-Puedes decirme Lia. Voy a cambiarte el suero.

Vee observaba los movimientos de Lia. Observaba como ella descolgaba una bolsa de plástico grueso y con una serie de letras muy pequeñas que estaba colgada en un palo de metal cromado. Un tubo que se conectaba a uno de sus brazos se desprendió de un extremo de aquella bolsa. Lia sacó una nueva de una caja que llevaba en un carrito que casualmente era de metal cromado también.

-¿Para que se supone que es eso que me estas metiendo en las venas?

Lia sonrió cuando Vee la cuestionó así. No es que ella intentara sonar grosera, pero así le hablaba a casi todo el mundo. Lia guardó la bolsa de plástico vacía y colgó la nueva.

-Es un suero que ayuda a que tus células se regeneren mejor, y dado que tu sufriste un fuerte golpe en la cabeza, necesitas más para que tu cuerpo se regenere por completo y de forma más rápida.

Vee había olvidado por completo aquel diminuto, pero significativo detalle. Instintivamente sus manos se dirigieron a la parte trasera de su cabeza y con los dedos notó la gaza y vendajes que le cubrían parte de la nuca y el cráneo. Ahora entendía por que le costaba tanto levantar la cabeza. Un dolor y un sensación térmica le comenzaron a recorrer la espalda y se fueron depositando en su nuca. La presión de las vendas en su frente y cabeza le recordaban que no debía moverse si no quería que aquel dolor continuara su carrera hacia su cabeza.

Vee comenzó a recordar a intervalos variados como aquella cosa le presionaba el pecho y la dejaba sin aliento. Recordó el agudo dolor en su cabeza y como aquel sensación la aprisionó y la paralizo, dejándola tan rígida como a un tempano congelado. Recordó el aire en su cuarto. Era frío. Muy frío. Y recordó como su cabeza se mojaba atrás mientras estaba tumbada en el piso, justo cuando su madre y su tío entraron. Aquello que mojaba su cabeza era sangre.

- Bueno, ya esta listo. Esta es la última bolsa que necesitaras.
-¿Y seguirá doliéndome la cabeza después de eso o se calmará esa sensación?
-Es un suero curativo, no mágico Violett.

Lia le sonreía bastante. Se notaba divertida con la pregunta de Vee.

-Lia tiene razón, Vee. No es <<mágico>>.

El enfasís en la respuesta de su tío la incomodo un poco y se sintió algo tonta por haber preguntado aquello, aunque Lia seguía sonriendo bastante Vee solo se sonrojo.

-Bueno, espero se me pase el dolor en poco tiempo. Es algo molesto.
-Se te pasara, pero evita estar brincando en la cama de nuevo. No queremos que te vuelvas a dar un golpe y una siesta de cuatro días ¿verdad?

Al llevarla a urgencias, su madre y tío habían explicado que mientras ella jugaba en la cama dando saltos, resbaló y cayó al suelo. Fue así como se lesionó. Parecía una historia muy infantil para una chica de 16 y el médico que la atendió se mofaba con la historia. Pero el golpe era propio de una caída, así que la historia inventada tuvo sustento y no dudó más de ella. La realidad era que la habían prácticamente tlakeado y casi la matan en el acto.

-No -sonrió-, prometo que seré mas cuidadosa.
-Y nada de saltar en la cama. Me gustaría verte aquí de nuevo, pero no con la cabeza ensangrentada.

Lia sonrió, aunque su mirada se concentraba más en la esquina de aquella habitación. Albert dejó el libro que tenía en la mano y le devolvió la sonrisa.

-Volveremos.

Fue todo lo que dijo.

Ω

Era de noche y el cielo se tapaba con una nube tan grande como el mismo valle. Cubría todo desde el horizonte hasta los limites del bosque de Erêzdar. Había viento y las copas de los inmensos pinos de coníferas se sacudían cada vez que una ráfaga pasaba en sus copas. Kelamir mantenía su caminata  en silencio por entre los troncos anchos y duros de los pinos. Su mente estaba inundada de un sin-fin de pensamientos y la mayoría de esos pensamientos, eran dudas. Se preguntaba por qué su madre lo había abandonado de aquella forma. El era apenas un crío cuando lo dejo y justo en aquella roca que tanto lo atraía. Dorotea y Sálomon le explicaron como fue su hallazgo. Le contaron como su madre se desvaneció en el agua justo cuando ellos aceptaron quedarse con el y cuidarlo. Le dijeron que tampoco habían entendido el por qué de aquella forma tan abrupta y desesperada de separarse, pero que por sobre todo ellos estaban felices de que él, Kelamir, un ángel mestizo, halla llegado a sus vidas aquella tarde de invierno.

Pero con toda aquella información que el no dudaba fuera verídica, un sentimiento pesado y sombrío le invadía el corazón mientras caminaba por en medio del bosque. Era una noche estupenda para volar. El viento podría mantenerlo largas horas en el aire sin que el hiciera gran esfuerzo, pero de un momento a otro aquellas ganas de explorar los limites del cielo se apagaron y lo fueron dejando tan frío como los copos de nieve. Sus magníficas alas color azabache pendían de su espalda y transmitían el sentimiento que su corazón albergaba. Estaban caídas y flojas. No se veía la vitalidad que las caracterizaba ni el entusiasmo que hacía de Kelamir alguien diferente. Esa noche solo se podía sentir una atmósfera triste en el bosque.

La caminata se fue haciendo mas larga. Estaba muy lejos de su casa. Alcanzó a ver dos enormes polillas blancas volar por entre las ramas de los pinos y se sintió hipnotizado por el brillo tenue que reflejaban. Pero aquel brilló era inusual. Las estrellas se escondían tras la nube gigante que cubría el cielo y no había tampoco luna. Las polillas dejaban un rastro de polvo que lanzaba destellos en el aire. ¿Qué quería decir la carta de su madre cuando lo advertía de "ellos"? Eran tantas incógnitas que no podía responderse. Estaba tan absorto en aquellas preguntas que no dio aviso a los bajos sonidos que advertían la presencia de alguien en su retaguardia.

Y no fue hasta que sintió el aire frío golpear las plumas más sensibles de sus ala, que dio con la presencia de alguien tras de él. Volteó rápidamente para enfrentar lo que fuera que estaba atrás, pero nunca espero encontrarse con un similar a él. Un inmenso ser alado lo derribó y le presionó el cuerpo contra uno de los pinos, mientras una daga plateada le amenazaba con rebanarle el cuello.

Ω

-Entonces lo que intentas decirme es que... ¿Fui atacada por un ángel?

Violett Carter tenía un agudo dolor de cabeza en ese momento. Su madre y su tío la habían llevado a casa la noche pasada y ahora le confesaban una verdad demasiado surrealista como para creerla. Según Beatriz y Albert Hokings, ella había sido atacada por un ángel que no era precisamente su amigo. Había muchos tipos de ángeles y algunos estaban en constante guerra unos con otros. Vee recordó una de las páginas de su libro cuando su tío le dijo eso.

-Los Sheaad han sido siempre los jueces de los cielos. Tu padre tenía contacto con algunos...

Albert trataba de hacer que aquellas confesiones, con años de reserva, fueran lo mas suaves posibles. Albert le hablaba de ángeles jueces, ángeles guerreros, ángeles príncipes y también ángeles traidores. Ángeles caídos. Y fue precisamente uno de eso ángeles traidores quien había tratado de asesinarla.

-¿Pero por qué me quería matar aquel ángel? Esto es realmente confuso. ¿Están seguros que no me estan inventado nada de eso? Es demasiado... increíble.
-Lo se, mi cielo. Pero tenías que saberlo....

Vee comenzó a sentir un fuego en el centro de su cuerpo. Comenzaba a sentirse tan molesta con su madre, que prefirió reprimir a los dos el porque se lo habían ocultado tantos años.

-¿Y por qué nunca me dijeron nada de este mundo? ¿Por qué tuvieron que esperar a que uno de estos seres casi me matara para confesarme la verdad?
-Por que hicimos un juramento Violett. Juramos a tu padre, a los ángeles, que a menos que tu vida dependiera de saber la verdad, te la diríamos. No era plan ni de tu padre ni te los ángeles que tu formaras parte de este mundo...

Sebastian Carter... el nombre resonaba muy dentro de su cabeza. El nombre de su padre, muerto de forma tan inusual, nunca se borraría de su mente. Cada vez que le recordaba sentado en su escritorio de ébano, o de frente a la chimenea que calentaba la sala o tocando la guitarra al pie de su cama, para calmarla y que pudiera dormir, una espada le atravesaba el corazón y lo desangraba hasta que ella quedaba vacía y su alma se desprendía de su cuerpo y lo que ella "era" dejaba de ser. Un caparazón hueco la reemplazaba y todo perdía sentido en ese momento. Pero no podía darse ese lujo ahora, no podía simplemente dejarse llevar e ignorar lo que su madre y su tío estaban contando. Su padre, aquel hombre que tanto la había inspirado, que creyó era alguien abierto, transparente, sin secretos, aparentemente los tenía y con esos "secretos", un mundo totalmente ajeno a ella venía incluido.

-Pero ahora mi vida... tío, ¿me estas diciendo que ahora mi supervivencia depende de eso? ¿Estoy acaso en peligro?

Tanto Albert como Amanda Hoknings se quedaron mudos por un momento. Lo que Vee acababa de decir, era en parte cierto y en parte no. Era cierto por que, aquel ángel no era uno de los Sheaad, esa raza pocas veces se presentaba ante humanos y cuando lo hacían, era para solicitar servicios específicos. La criatura que atacó a Vee era diferente. Albert lo pudo ver claramente cuando saltaba de la ventana: alas pardas, vestidos grises como cenizas y cabellos de plata. Un ser tan distinto a los blancos y dorados Sheaad. No, aquel ser buscaba a Vee por una razón precisa y esa razón era darle muerte.

-Mi vida -habló su madre- ese ser era distinto. Los Sheaad solo se presentan ante ciertas situaciones... tu padre heredo el contacto con ellos de tu abuelo y tu abuelo de su padre y así sucesivamente. Han estado en contacto solamente con los varones de la familia de tu padre. Tu rompiste aquel lazo. Creímos que... creímos que esto acabaría cuando ellos se enteraron que fuiste mujer al nacer. Ellos no están interesados en las sacerdotisas.. ellos... -pero su madre no puedo terminar la frase.
-Ellos las consideran impuras, malditas, seres traicioneros desde que Eva persuadió a Adán en el Jardín del Edén. -concluyó Albert con un tono tan seco y serio como el aliento de la muerte.

Vee contemplo a su madre en ese momento. Su semblante marcaba una pesada tristeza en los ojos. Amanda, quien Vee creía nunca mostraba ser débil, en ese momento se veía tan decaída por los recuerdos que ella misma se sintió mal por intentar entender todo lo que pasaba.

-¿Y que haremos entonces mamá, tío? ¿Qué haremos si esa criatura vuelve?

Mostraba preocupación en su voz, aunque en su interior, le aterraba la idea de volver a encontrarse con aquel ser alado. Recordaba las gélidas y tiesas manos apretando su garganta. Las piernas presionando su pecho y el brillo gris de los ojos de aquel ser. Pero lo que más la ponía nerviosa y le erizaba la piel, era la voz que resonaba en su cabeza diciéndole: nos volveremos a ver...

Albert habló y esta vez su tono fue firme y seguro.

-Estaremos listos. No somos los únicos a quienes han atacado. Estaremos listos y tendremos refuerzos.

Ω

Kelmair trató de zafarse de los brazos de su opresor. Era grande, mucho mas grande que él. Y a pesar de que él mismo era muy alto para su edad, aquel ser de inmensas alas lo superaba por mucho. Tenía una marca en la mano que le empezaba desde el dedo indice y le recorría el brazo hasta perderse entre la tela que cubría el cuerpo. Unos ojos de u azul tan intenso que parecían falsos lo miraban, calculando cual sería su siguiente movimiento y meditando si le tendría que rebanar el cuello o no. Kelamir dejó de forcejear, era inútil zafarse de aquellos brazos tan poderosos y además, la daga ya empezaba a hacerle cosquillas en el cuello y notó como unas gotas calientes le recorrían su piel blanca hasta perderse entre sus pectorales. La sangre era señal de que la daga era tan filosa que con solo un movimiento, Kelamir podría perder la cabeza de su cuerpo. Se calmó y espero a que aquel sujeto hablara primero.

-Así que todos los rumores eran ciertos... he aquí al bastardo del que todos han hablado por años, a mi merced ¿Qué haría contigo, bastardo del ángel?

Kelamir no entendía nada de lo que acababa de decir aquel ángel, pero la palabra bastardo si que la entendía y no le gustaba nada lo que significaba.

-Yo no soy ningún bastardo y no se de que hablas. ¿Quién eres y que diablos quieres?
-De diablos se mucho, bastardo, y te puedo decir que tu eres uno de ellos... debería degollarte nada más y llevar tu cabeza ante el tribunal. SERÍA UNA LEYENDA. Harían canciones de mi en Drac.

Aquel ángel se mofaba de Kelamir. Matarlo era una decisión demasiado apresurada. No, Phiro no deseaba matarlo. Phiro era todo, menos un asesino por deporte. Si mataba, era por una orden o por que alguien lo merecía. Pero Kelamir, a quien nadie conocía en realidad, de quien sabían por una leyenda, un chisme entre los ángeles: que él era (y en realidad si lo era) un ángel de alas negras, que vagaba por el bosque de Êrezdar y que su existencia era producto de la unión de un ser sin alma y corrompido, y un ángel puro y de luz, un juez de los injustos de la tierra, era solo historia popular. Pero ahora ahí se encontraban. Phiro, quien siempre escapaba de la academia de guerreros para sobrevolar aquel bosque, para comprobar a todos que se equivocaban, que aquel demonio mitad ángel, mitad bestia, si existía y que de algún modo, de alguna manera -algún día lo encontraría-, tenía ahora la prueba que sustentabas todas las historias sobre una cueva destrozada y un engendro demoníaco, y no pensaba dejarlo ir. Mucho menos matarlo. Lo que en realidad haría no estaba en los planes de Kelamir. En realidad, nada de lo que sucedía en ese momento estaba en planes de los dos -tal vez de Phiro si-. Phiro lo tomaría prisionero. Kelamir era su trofeo en vida.

-¿Qué quieres de mi? Déjame ir, no tengo deuda contigo. Ni siquiera te conozco. Me debes de estar confundiendo.
-Oh, pero si que te conozco. Se quien eres. Eres el hijo del que una vez fue el mayor entre nosotros los ángeles y de una puta corrompida del mundo de aquellos que se hacen llamar Pixies. Se muy bien quien eres, bastardo... y hoy debe ser tu noche de suerte, pues te irás conmigo.

Kelamir abrió mucho los ojos. ¿Es qué acaso necesitaba que le recordasen que el también poseía una gran fuerza y que, a pesar de que Phiro era más alto y grande, también él tenía unas alas impotentes? Kelamir propinó una buena patada a una de las piernas de Phiro y este cedió un poco. Era todo lo que Kelamir necesitaba. Empujó con todas sus fuerzas a Phiro y este cayó del lado donde el pie de Kelamir había golpeado. Las alas negras de Kelamir se abrieron y abanicaron muy fuerte y un aire poderoso terminó de derribar a su enemigo. Del cinturón que le colgaba en las caderas, sacó un pequeño tubo y poniéndolo en su boca, apuntó al brazo donde Phiro tenía la daga. Un dardo salió del tubo y dio en el brazo de su agresor. Phiro sintió como su brazo y parte del pecho se tensaban y dejaban de responder a sus ordenes. Phiro lo maldijo y un nuevo dardo golpeo una de las alas blancas de Phiro. Kelamir lo miraba desde lo alto y Phiro quedó inmóvil en el suelo. El veneno que le recorría en las venas lo dejaba inmóvil y solo sus ojos azules demostraban la furia que sentía. Kelamir lo vio por segundos y luego emprendió el vuelo hacia su hogar, dejando solo a Phiro en el suelo. Pero cuando se volteaba para ir hacia con sus padres y esconderse de aquel asesino, un grito dijo su nombre y una advertencia sentenció su destino.

-¡Se dónde te escondes, bastardo! ¡Mejor será que saques a los ancianos que te cuidan, o morirán junto a ti esta noche!

No hay comentarios:

Publicar un comentario