Kelamir voló con todas sus energías hacia la choza de sus padres adoptivos. Sus alas rompían el aire y la fuerza del viento se hacía pequeña ante las poderosas ráfagas que explotaban en sus plumas. La amenaza de Phiro sonaba seria y no estaba dispuesto a arriesgar la vida de aquellos que lo habían cuidado durante toda su vida -o lo que había vivido hasta ahora-. El aire se hacía mas denso conforme se elevaba y la inmensa nube que ocultaba las estrellas se fue difuminando conforme el la sobrepasaba. Un cielo estrellado lo recibió y la luna creciente le sonreía con una amplia sonrisa gatuna. El aire arriba era gélido y muy helado y sintió como diminutas capas de escarcha se le fueron formando en las mejillas. Se sostuvo por un momento en la corriente invernal de los cielos y dejo que sus alas se sostuvieran por la fuerza del viento. En ese momento, con sus ropas grises, se sentía invisible entre las nubes. Sus alas negras se difuminaban con la noche y parecía una silueta común y corriente que flotaba en el cielo.
Poco a poco fue cerrando las alas de la gravedad comenzó a hacer lo que mejor sabía. El descenso fue lento al principio. Una caricia fría de hielos que lo tocaban y luego una avalancha de frialdad que lo envolvió en ráfagas cada vez más fuertes. Sus ojos lagrimaban debido al roce del aire con ellos, pero no los cerraba. Llegó un momento en el que la fuerza del aire lo obligo a hacerlo y la oscuridad abrazó todo a su alrededor. Escuchaba sus palpitaciones retumbar en los oídos y la sangre que le corría con gran velocidad en las venas. Y entonces sus alas se abrieron. Un estruendo que reventó como mil relámpagos en las alturas explotó cuando sus imponentes alas negras se extendieron de lado a lado. Kelamir sintió como una fuerza agresiva lo jaló hacia arriba y abrió los ojos. Ya no lagrimaban y ahora se encontraba planeando sobre el bosque. Phiro había quedado muy atrás, lejos de su alcance y del alcance de Dorothea y Salomón.
Desde el aire vio la roca a la que iba en cada cumpleaños y el arroyo que pasaba junto a ella. El lugar donde según sus padres, su madre se había difuminado con el agua y había desaparecido sin más y sin menos. El lugar donde habían marcas en la roca, marcas que no reconocía, pero que lo reconfortaban. Y más adelante, en medio de un claro rodeado de altas y gruesas coníferas, estaba la cabaña chueca que era su hogar... y había algo más. En la cabaña, donde sus padres debían de estarlo esperando, había fuego. Y el fuego salía como chorros naranjas de las ventanas reventadas. Una estela de humo subía del suelo al cielo y entre la oscuridad de la noche, aquella estela de humo se pintaba aún más negra y vacía.
Voló con más velocidad. Ahora no solo su corazón palpitaba a mil revoluciones por segundo. Ahora su cuerpo entero se convulsionaba en un temblor que no lograba controlar y aquel temblor hacía que su vuelo se entorpeciera. Sintió como caía poco a poco y sin darse cuenta, sus alas fallaron y descendió en picada hasta chocar con la dura rama de uno de los altos arboles que rodeaban el claro. Kelamir sintió como el dolor subía de su cadera hasta penetrar en lo mas recóndito de su alma y también sintió como una sensación fría y cliente subía de su garganta y luego un grito infernal lo reemplazaba todo. Se había roto la pelvis y se le dificultaba pararse, pero todo el dolor desapareció cuando sus ojos enfocaron las siluetas negras que se pintaban frente a la casa en llamas. Eran cuatro y de ellos, dos las reconocía con claridad. Dorothea estaba hincada junto a Salomón, quien la abrazaba con fuerza, mientras sus ojos, muy abiertos, miraban el rostro blanco y ensangrentado de Kelamir.
-¿Por qué?...-era todo lo que Salomón preguntaba una y otra vez- ¡¿POR QUÉ?! ¡MALDITOS SEAN!
-Calla anciano, eso solo te hace ver ridículo -dijo una voz masculina.
-¡Dinos dónde esta tu maldito bastardo!-exigió una voz femenina.
Kelamir intentó pararse, pero apenas lograba hacerlo, volvía a caer y como una daga retorciendo la carne viva, el dolor regresaba a su cadera y volvía a caer.
-¡JAMÁS! ¡MALDITOS SEAN, ÁNGELES DEL MAL!
Las voces comenzaron a reír con carcajadas que apagaban cualquier otro sonido. Y a pesar de que aquellas risas eran soberbias, su sonido formaba una música celestial. Llevaban algo en la mano, la que parecía ser una mujer, tenía una larga espada dorada más larga que un brazo y el hombre tenía una lanza que lo superaba en tamaño. Llevaban capas largas que tocaban el suelo hasta arrastrarse tras ellos y brillaban con un resplandor claro como la luna. El fuego hacía dibujos saltarines en la hoja de la espada y el reflejo de las llamas brillaba en la punta de oro de la lanza. Las figuras encapuchadas caminaron un poco más hacia los dos ancianos y ambos se estremecieron al ver que ellos se acercaban. Kelamir puedo ver como su madre alzaba la mirada y comenzaba a gritar con lagrimas en los ojos. Aquellos ojos que lo habían visto crecer, que lo habían visto llorar, que lo habían visto dar sus primeros pasos, su primer vuelo... y un dolor profundo le peso en el corazón y se sintió tan vació como nunca antes se había sentido. Dorothea gritaba obscenidades mientras los encapuchados solo se mofaban de ella y de Salomón.
-Vamos a hacerles esto más fácil, vejetes. Si nos dicen donde esta ese demonio que tanto han cuidado, les daremos una muerte rápida.
-Pero si no -dijo la mujer- será tan lenta como una noche...
Dorothea miró hacia la oscuridad donde su hijo intentaba pararse para ir a su rescate y una sonrisa fugaz se dibujó en su rostro. No pensaba decir nada y Salomón percibió aquel fugaz momento y su mirada también se concentro en el punto negro entre los arboles que los observaba. Las sombras se hicieron por un momento más negras y Kelamir supo lo que pasaría, pero se negaba a aceptarlo. Aquellos dos matarían a sus padres si el no llegaba hacia ellos y antes de que su voz volviera a salir como un desgarro de su garganta, Dorothea hablo y todo se comenzó a desvanecer poco a poco.
-Puedes ir con tu miserable líder y decirle que se meta su muerte por el culo, bestia blanca... ¡JAMÁS SABRÁN DONDE ESTÁ MI HIJO! Y tengan por seguro que esto no acaba aquí, morirán, miserables bestias.
La mujer encapuchada se airó notablemente y la espada que llevaba en la mano se elevó con elegancia.
-Has sellado tu destino, anciana imprudente.- Y con una precisión sobrenatural, la espada traspasó a Dorothea justo donde su corazón se hallaba. Salomón gritó al sentir que la lanza le traspasaba estomago y ambos cayeron al suelo como pesados bultos. Kelamir se paralizó, no supo como reaccionar ante aquel acto. El sabía que sus padres morirían, sabía que no lo entregarían, pero ¿cómo lidia uno con la muerte de alguien a quién amó tanto? Se sintió congelado. No lograba moverse y solo pudo tumbarse en el suelo húmedo del bosque y ver como si de una pesadilla se tratara, como sus padres eran asesinados por dos seres que brillaban como estrellas.
-La sangre de humanos siempre lo ensucia todo- se quejó la mujer- Esta maldita sangre impura será difícil de remover. Tendré que pulir de nuevo a Rayo de Sol.
-Tu espada puede esperar, limpia la porquería en el cuerpo de su víctima si tanto te molesta su sangre. Menkar no se sentirá feliz al saber que no encontramos al bastardo.
-¡Que se meta Menkar su bastardo por donde mejor prefiera! Mi espada necesitara una limpieza a fondo para quitar estas malditas manch...
-¡TE QUIERES CALLAR CON TU ESPADA! Es lo que menos me interesa ahora.
Hablaban de un tal "Menkar", de un bastardo, que gracias a Phiro, Kelamir sabía que era así como le decían. No sentía ya fuerzas. Deseaba salir y matar a aquellos dos, vengar a sus padres, pero se había dado cuenta que en el descenso, una de sus alas se había lastimado casi tanto como su cadera. Esta destrozado, por dentro y por fuera, en cuerpo y en alma.
-Me pregunto a donde diablos se habrá ido Phiro -dijo el hombre- no podemos volver sin él a la fortaleza.
-Seguramente debe estar haciendo su propia campaña por encontrar al bastardo. Ya sabes, ha estado obsesionado con encontrarlo desde que éramos Quirubis.
Y mientras la mujer limpiaba su espada sobre la espalda de Dorothea, del cielo descendió un cuerpo alado, grande y alto. Pero de los tres, era el hombre de la lanza el que los superaba en altura.
-Ya era hora de que aparecieras. Ya estaba comenzando a pensar donde diablos debía de comenzar a encontrarte.
-Calla Merak. Ya estoy acá. ¿Dónde esta el bastardo?
-¿Qué es eso que te cuelga de la ala Phiro? -pregunto la mujer.
-¡Qué te importa Alya!
-Pero a mi si me interesa -respondió Merak -¿Es acaso un dardo?
Un dardo colgaba de una de las alas de Phiro, la cual él aún no se sentía del todo parte de su cuerpo y que apenas pudo controlar en todo el vuelo. Seguía entumida.
-Es un dardo como los que encontramos en la casa -dijo Alya- ¿te derrumbó el bastardo, hermano?
Los ojos de Phiro parecieron arder en ese momento y el fuego en ellos quemó a Alya donde ella estaba parada limpiando la espada. Alya solamente se rió de la vergüenza de su hermano.
-Creo que no es necesario saber y preguntar lo obvio, hermana -dijo Merak- y con respecto a tu trofeo, no está aquí.
-Pero si yo vi cuando escap... cuando se iba. Dijo que vendría hacia acá.
-Pues te engaño. No está aquí. Pero ten por seguro que vendrá y cuando lo haga se encontrará con este chasco.
-No podemos regresar sin el Merak. Prometí a Melkar que regresaría con el trofeo.
Merak lo veía con tranquilidad. Una tranquila paciencia que no se desmoronaba con nada. Sus ojos grises como la plata no dejaban escapar sorpresa alguna y su largo cabello castaño que colgaba amarrado tras su nuca, siempre permanecía en su lugar.
-Padre no te matará por no haber encontrado algo que hasta el mismo ha estado buscando durante años. Calma tus ansias, hermano.
Phiro gruño ante la reprimenda de su hermano. La daga con la que había amenazado a Kelamir se escondía en un compartimento pequeño que se encontraba amarrado en su pantorrilla. Kelamir los observaba desde las sombras herido, agotado y a punto de ceder al cansancio y caer en un sueño profundo. Las tres siluetas que se hallaban frente a la casa en llamas comenzaban a verse borrosas y los cuerpos de sus padres desangrandose lo herían sin tocarlo.
-Entonces, creo que es hora que volvamos al nido, hermanos -tercio Alya - está pronto a amanecer y saben que...
-Lo sabemos Alya, no somos idiotas -dijo Phiro. En sus ojos aún se guardaba un resentimiento por la burla de su hermana.
-Bien, entonces si ya hemos hecho lo nuestro en este bosque maldito, será mejor que nos larguemos. Alya, deja esa espada, la limpiaras mejor en la fortaleza.
Alya hizo una mueca a Merak. Tomaron sus armas y las pusieron en sus estuches. Phiro cargaba un enorme arco de madera blanca entre las alas. Merak los llamo hacia la parte mas alejada de la casa y extendiendo la capa que levaba puesta, dejo escapar sus grandes alas de su espalda. Eran mas grandes que las de Phiro, de un color blanco tan puro, que las plumas mismas emitían una luz tenue a su alrededor. Alya hizo lo mismo y sus alas rojas como un atardecer se extendieron hacia ambos lados. Los tres hermanos dieron un golpecito al suelo de tierra negra y sus alas comenzaron a aletear. Volaron muy alto y se perdieron en la negra atmósfera nocturna.
Kelamir busco fuerzas en lo mas profundo de su ser. Comenzó a arrastrarse hacia donde estaban sus padres muertos. Quería tocarlos una vez mas. Quería mirarlos unas ves más. Quería que estuvieran vivos, con él, pero eso sería imposible. Habían sido asesinados y nada lo cambiaría. Cuando llegó hasta donde estaban, se sobresalto al escuchar la voz débil de su padre.
-Hi...jo ... Kel... a...
-Estoy aquí padre. Estoy aquí -las lagrimas comenzaron a brotar gruesas y pesadas. Quemaban al correr por sus mejillas.- Estoy aquí padre.
-Kel..a..mir... que no te en... no te encu..en..tren -a Salomón no le quedaba mucho tiempo y las energías comenzaban a menguar de su viejo cuerpo.
-No lo harán padre. No lo harán.
-Tienes que vivir, Kelamir. Vive...
-Padre -se escuchaba decir Kelamir- ¡PADRE!
Pero Salomón no respondería de nuevo. La vida se había ido de su cuerpo y su alma ahora descansaba entre las estrellas y más allá. Kelamir lamentó haber llegado tan tarde. Lamentó no haber podido salvar a sus padres. Lamentó haber sido tan egoísta y abandonarlos ese día. Pero sobre todo, lamentó no poder haber matado a quienes los asesinaron y en medio de su dolor, la energía lo comenzó a abandonar y el sueño lo dominó. No se percató del momento en que comenzaba a desmayarse. Todo se volvió negro y se quedó postrado sobre el cuerpo desangrado de su padre y abrazando el de su madre. La casa ardía como un infierno tras ellos y después, el tiempo se paralizó.
Ω
Violett Carter se encontraba sentada en el auto de su madre, la cual iba manejando. Su tío Albert se encontraba junto a ella. Ambos iban muy serios y nadie hablaba. Vee se comenzó a sentir un poco nerviosa ante el silencio que gobernaba el auto. Habían dicho que irían al santuario, dónde el guardián los ayudaría. Pero ella no entendía muchas cosas aún. No sabía de que santuario hablaban su madre y tío y tampoco de que guardián. Todo le era tan ajeno. Por la ventana se podían ver extensos campos ganaderos y muchas vacas que pastaban en ellos. Había también uno que otro hombre a caballo por cada tres kilómetros de tramo y el sol se comenzaba a despedir. Eran aproximadamente las cinco de la tarde.
-¿Qué cosa es el santuario? -preguntó Vee.
-Es el lugar donde convocaron los Sheaad al primer sacerdote. Ahí vive el guardián.
Vee no terminaba de entenderlo. Su tío le había dicho que los Sheaad eran ángeles de justicia. Que llevaban los actos de pecado a sentencias y que su padre fue uno de los sacerdotes. Pero había sido atacada por uno de ellos y ahora iban al lugar donde, por lo que lograba entender, se encontraba el santuario de estos seres y además un guardián que seguramente les traería problemas. No tenía sentido, no para ella.
-Entonces tío, ¿estamos en camino hacía el lugar donde estos seres... viven? No lo entiendo, ellos intentaron matarme. Ellos... -Albert la detuvo.
-No, Violett. Ahí no se convocan más a los Sheaad. El santuario fue arrebatado de los ángeles hace ya milenios, ahora ahí viven otros seres.
-Ángeles seguramente. Rebeldes, ¿tal vez?
-No. No son ángeles y tampoco son rebeldes. Son... diferente.
-¿Entonces que son tío? -Albert comenzó a impacientarse.
-Cuando lleguemos lo verás Vee.
Giró la cabeza y la mantuvo fija hacia la carretera. Beartiz estaba igual. Sus manos con las uñas pintadas de un rojo quemado, se mantenían firmes al volante. Se veía cansada y bajo sus ojos se marcaban las ojeras como dos medias lunas negras. Vee prefirió no preguntarle a su madre, su rostro le decía que era mejor dejar el tema hasta llegar al santuario. Regresó su mirada hacia los campos llenos de vacas y se quedó observando. Era mejor que ver los rostros hoscos y serios de su madre y tío. Se quedó dormida después de un rato.
Vee perdió la noción del tiempo. El mini-temblor que el auto causaba en su sueño la despertó. Se encontraban en un camino de terracería, muy lejos de casa. Había árboles a ambos lados del camino y las copas formaban un túnel de ramas y hojas que impedían la entrada de cualquier tipo de luz. El sol ya estaba dormido para ese momento y ni la luna ni las estrellas se veían en el cielo. El túnel era largo y las luces del auto apenas llegaban a alumbrar el camino delante de ellos.
Albert sostenía un libro viejo con empastado en piel. Era de color gris y tenía marcas trazadas en todo el lomo, las esquinas y las tapas del libro. Un logotipo extraño se marcaba en las tapa frontal. Su madre se veía tensa, nerviosa. Su cabello estaba recogido en una cola de caballo, como el de Vee, y los aretes dorados que normalmente bailaban en sus orejas, ahora estaban tan quietos como ella.
-Albert ¿estás seguro de esto? -un deje de duda se escapaba en su voz.
-Si Beatriz, es lo más conveniente. Nadia nos ayudara sino ellos...
-De acuerdo Albert.
No se notaba convencida, pero no le quedaba de otra más que aceptar. Violett ya comenzaba a incomodarle que no la incluyeran en sus platicas. Si ya eran pocas las que tenían y las que tuvieron en todo el camino.
-¿Qué es eso que tienes en la mano tío?
-Es un viejo libro -respondió Albert.- Nada que te llegue a interesar.
-¿Puedo verlo? -preguntó Vee. Albert se puso tenso ante la pregunta.
-¿Para qué quieres perder tu tiempo en algo como esto Violett? Mejor vigila los laterales, no queremos que nos sorprenda algún anfitrión que no fuese el guardián.
Vee ya estaba cansada de fingir que nada de todo lo que pasaba la molestaba y no pensaba seguir callando todo lo que desde hacía horas deseaba sacar.
-¿Me dirán quién diablos es ese tal guardián? ¿Por qué estamos aquí? Tío, ¿qué es todo esto? ¿De quién tengo que estar alerta? Dijiste que este sería un lugar seguro, ¿por qué tendría que vigilar los flancos?
Tanto Albert como Beatriz se miraron al escucharla. Albert suspiró y deslizó el libro hacia donde estaba su sobrina. Bajo los anteojos de armazón negro que usaba, sus ojos grises parecían albergar un invierno eterno.
-Página 144. Lee, Violett. Entenderás muchas cosas después de leer.
Vee escudriñaba el libro con mucho cuidado. Veía los símbolos marcados en la piel gris. Algunos eran simples puntos unidos con lineas. Otros formaban patrones en la pasta. Unos formaban estrellas y otro rostros. Pero el del centro fue el que mas llamaba la atención. Era grande en comparación con los demás. Estaba formado a partir de varios círculos sobrepuestos. Una estrella de siete picos se formaba en medio y una luna nueva la custodiaba desde abajo. Tenia una linea que la cruzaba de forma vertical, pero no tocaba ningún símbolo del centro. Como si estuviera debajo de ellos. Estaba a punto de abrir el libro, cuando con un golpe fuerte y seco el auto se detuvo y los tres pasajeros se agitaron y azotaron en el interior.
Algo había golpeado el auto y las bolsas de aire de los asientos del frente se activaron con rudeza. Ve se golpeó con el asiento de su madre. Albert y Beatriz se escudaron tras las bolsas de aire e intentaban escapar de ellas lo antes posible. Salía humo del cofre del auto, pero no había nada frente a ellos. Todo estaba tan vacío como lo había estado desde que iniciaron el viaje por ese túnel de arboles. Alberto comenzó a pedirle con angustia el libro a Vee.
-¡Dame el libro Violett! ¡Dámelo YA!
Vee prácticamente le tiró el libro a su tío, pero este ni se percató del acto. Lo abrió de prisa y comenzó a buscar entre sus páginas. Luego haber hallado lo que buscaba, comenzó a recitar una serie de palabras que Vee no entendió.
Y como si el aire fuera agua, frente a ellos se comenzó a mover todo. Los árboles, el túnel, la oscuridad, la tierra, las luces del auto... todo comenzó a entremezclarse como colores en el agua. El vacío comenzó a vibrar de forma acelerada y lo que en la distancia parecía un túnel, ahora se mostraba como un camino de lozas de piedra y arcones hechos con ramas blancas y doradas. Lamparas alimentadas por luces de estrella y fuego blanco colgaban de los arcones. Y de los arboles que crecían a ambos lados del camino, comenzaron a salir criaturas extrañas. Criaturas que Vee jamás había visto. Algunas tenían colores vivos y brillantes: verde, púrpura, azul, rojo, marrón. Otras volaban y eran tan pequeñas como mariposas. Otras eran altas y grandes como los arboles y su piel era similar a la corteza de aquellos. Sus cabellos de un verde oscuro las confundían con el entorno. Y otras eran parecidas a los humanos. Solo que en sus ojos, piel y distintos rasgos, se marcaba la diferencia entre lo mágico y lo mundano. Acababan de llegar al dominio del reino secreto de las hadas y de entre todas ellas, un elegante y alto caballero salió al frente. Llevaba el cabello suelto. Una banda dorada lo sujetaba arriba de su cabeza y trenzas muy pequeñas se cruzaban por sus sienes. Vestía ropas verdes con hilos dorados y plateados. Calzaba zapatos de un marrón exquisito y en la cintura llevaba un cinturón plateado, el cual sostenía una larga y elegante espada blanca. Brillaba como un cometa y su belleza era sobrenaturalmente perfecta. Se veía tan joven como un hombre de 28, pero en su porte y andar se dejaba al descubierto lo contrario. A pesar de tener milenios de vida, aquel caballero seguía siendo tan joven como un amanecer.
El caballero llegó hasta donde el camino de roca iniciaba. No avanzó más. Albert bajó del auto y recitó de nuevo las palabras.
-¿Puedes sentarte, Kelamir? -preguntó Adhara.
-Si, creo que puedo. Lo intentaré.
-Pues será mejor que lo intentes porque he pasado todos estos días moviendo y cargando tu cuerpo, y sabes algo, no eres muy liviano que digamos.
Ambos rieron ante aquel comentario. El enojo de Kelamir se disipó como vapor en el aire. Era verdad lo que Adhara había dicho. Ella sola no podía enfrentarse ante dos guerreros Sheaad. Mucho había hecho con salvarle la vida a él, cuando en realidad no estaba obligada.
-Bueno grandulón, es hora de comer. Tendrás que alimentarte solo. Mis cuidados acabaron en el momento que decidiste abrir tus ojos y doy gracias a lo señores por que eso sucediera. -una sonrisa tan amplia como el mar se dibujaba en el rostro de Adhara y sus ojos morados saltaban dentro de sus cuencas con alegría.
-Gracias por esto, Adhara.
-No tienes nada que agradecer -dijo ella- al igual que tu, yo estoy sola en este bosque.
-¿No tienes amigos? -preguntó Kelamir.
-No en realidad. No los necesito.
-Todos necesitan amigos o al menos, alguien. Compañía. -Kelamir no la comprendía.
-A veces, Kelamir, la soledad es una buena aliada. En especial cuando quienes creías que eran especiales, en realidad no lo eran.
Adhara hablaba con tristeza en al voz. Una sombra le opaco la mirada en ese momento.
-Pero ahora ya no estás sola, al menos hora tienes un amigo. Y yo conseguí una.
-Si, creo que estaba escrito. Pero ahora come, angelito negro. Luego veremos que hacer con lo que sea que se tenga que hacer.
Kelamir y Adhara comieron miel, huevos y frutillas secas para su desayuno. Rieron y platicaron, comenzaron a conocerse y al poco rato ya parecían amigos de muchos años. Aquella chica de piel naranja y orejas con punta aun desconfiaba de Kelamir y en su mente siempre estaba alerta de todo lo que hacia. Kelamir por su parte, empezaba a crear su venganza muy en el fondo de su ser. La muerte de sus padres no se quedaría así.
Y en lo oscuro de un bosque encantado; Violeet, su madre y su tío, eran escoltados hacia un palacio hecho de arboles blancos, dorados y plateados, mientras Vee pensaba <<esto va muy deprisa, todo va muy deprisa>>. Y era cierto, pues todo iba muy rápido para ambos chicos.
Vee perdió la noción del tiempo. El mini-temblor que el auto causaba en su sueño la despertó. Se encontraban en un camino de terracería, muy lejos de casa. Había árboles a ambos lados del camino y las copas formaban un túnel de ramas y hojas que impedían la entrada de cualquier tipo de luz. El sol ya estaba dormido para ese momento y ni la luna ni las estrellas se veían en el cielo. El túnel era largo y las luces del auto apenas llegaban a alumbrar el camino delante de ellos.
Albert sostenía un libro viejo con empastado en piel. Era de color gris y tenía marcas trazadas en todo el lomo, las esquinas y las tapas del libro. Un logotipo extraño se marcaba en las tapa frontal. Su madre se veía tensa, nerviosa. Su cabello estaba recogido en una cola de caballo, como el de Vee, y los aretes dorados que normalmente bailaban en sus orejas, ahora estaban tan quietos como ella.
-Albert ¿estás seguro de esto? -un deje de duda se escapaba en su voz.
-Si Beatriz, es lo más conveniente. Nadia nos ayudara sino ellos...
-De acuerdo Albert.
No se notaba convencida, pero no le quedaba de otra más que aceptar. Violett ya comenzaba a incomodarle que no la incluyeran en sus platicas. Si ya eran pocas las que tenían y las que tuvieron en todo el camino.
-¿Qué es eso que tienes en la mano tío?
-Es un viejo libro -respondió Albert.- Nada que te llegue a interesar.
-¿Puedo verlo? -preguntó Vee. Albert se puso tenso ante la pregunta.
-¿Para qué quieres perder tu tiempo en algo como esto Violett? Mejor vigila los laterales, no queremos que nos sorprenda algún anfitrión que no fuese el guardián.
Vee ya estaba cansada de fingir que nada de todo lo que pasaba la molestaba y no pensaba seguir callando todo lo que desde hacía horas deseaba sacar.
-¿Me dirán quién diablos es ese tal guardián? ¿Por qué estamos aquí? Tío, ¿qué es todo esto? ¿De quién tengo que estar alerta? Dijiste que este sería un lugar seguro, ¿por qué tendría que vigilar los flancos?
Tanto Albert como Beatriz se miraron al escucharla. Albert suspiró y deslizó el libro hacia donde estaba su sobrina. Bajo los anteojos de armazón negro que usaba, sus ojos grises parecían albergar un invierno eterno.
-Página 144. Lee, Violett. Entenderás muchas cosas después de leer.
Vee escudriñaba el libro con mucho cuidado. Veía los símbolos marcados en la piel gris. Algunos eran simples puntos unidos con lineas. Otros formaban patrones en la pasta. Unos formaban estrellas y otro rostros. Pero el del centro fue el que mas llamaba la atención. Era grande en comparación con los demás. Estaba formado a partir de varios círculos sobrepuestos. Una estrella de siete picos se formaba en medio y una luna nueva la custodiaba desde abajo. Tenia una linea que la cruzaba de forma vertical, pero no tocaba ningún símbolo del centro. Como si estuviera debajo de ellos. Estaba a punto de abrir el libro, cuando con un golpe fuerte y seco el auto se detuvo y los tres pasajeros se agitaron y azotaron en el interior.
Algo había golpeado el auto y las bolsas de aire de los asientos del frente se activaron con rudeza. Ve se golpeó con el asiento de su madre. Albert y Beatriz se escudaron tras las bolsas de aire e intentaban escapar de ellas lo antes posible. Salía humo del cofre del auto, pero no había nada frente a ellos. Todo estaba tan vacío como lo había estado desde que iniciaron el viaje por ese túnel de arboles. Alberto comenzó a pedirle con angustia el libro a Vee.
-¡Dame el libro Violett! ¡Dámelo YA!
Vee prácticamente le tiró el libro a su tío, pero este ni se percató del acto. Lo abrió de prisa y comenzó a buscar entre sus páginas. Luego haber hallado lo que buscaba, comenzó a recitar una serie de palabras que Vee no entendió.
Melek aket tanak ajat
Vataj tanak melek caro
Belet amir notak versut
Y como si el aire fuera agua, frente a ellos se comenzó a mover todo. Los árboles, el túnel, la oscuridad, la tierra, las luces del auto... todo comenzó a entremezclarse como colores en el agua. El vacío comenzó a vibrar de forma acelerada y lo que en la distancia parecía un túnel, ahora se mostraba como un camino de lozas de piedra y arcones hechos con ramas blancas y doradas. Lamparas alimentadas por luces de estrella y fuego blanco colgaban de los arcones. Y de los arboles que crecían a ambos lados del camino, comenzaron a salir criaturas extrañas. Criaturas que Vee jamás había visto. Algunas tenían colores vivos y brillantes: verde, púrpura, azul, rojo, marrón. Otras volaban y eran tan pequeñas como mariposas. Otras eran altas y grandes como los arboles y su piel era similar a la corteza de aquellos. Sus cabellos de un verde oscuro las confundían con el entorno. Y otras eran parecidas a los humanos. Solo que en sus ojos, piel y distintos rasgos, se marcaba la diferencia entre lo mágico y lo mundano. Acababan de llegar al dominio del reino secreto de las hadas y de entre todas ellas, un elegante y alto caballero salió al frente. Llevaba el cabello suelto. Una banda dorada lo sujetaba arriba de su cabeza y trenzas muy pequeñas se cruzaban por sus sienes. Vestía ropas verdes con hilos dorados y plateados. Calzaba zapatos de un marrón exquisito y en la cintura llevaba un cinturón plateado, el cual sostenía una larga y elegante espada blanca. Brillaba como un cometa y su belleza era sobrenaturalmente perfecta. Se veía tan joven como un hombre de 28, pero en su porte y andar se dejaba al descubierto lo contrario. A pesar de tener milenios de vida, aquel caballero seguía siendo tan joven como un amanecer.
El caballero llegó hasta donde el camino de roca iniciaba. No avanzó más. Albert bajó del auto y recitó de nuevo las palabras.
Melek aket tanak ajat
Vataj tanak melek caro
Belet amir notak versut
Beatriz bajó junto con su hermano y pidió a Vee que no bajara del auto hasta que ellos se lo indicaran. Violett comenzó a quejarse, pero su madre tenía voz firme cuando se lo proponía. <<No te atrevas a bajar del auto, Violett Carter. No es seguro aún.>> Y a regañadientes, Vee se quedó sentada en la parte trasera, observando todo. Albert fue quien inició la platica.
-Mi señor Alioth. -saludó Albert- Que la Luna sea contigo. Inclinó la cabeza al hacerlo.
Alioth Telleberum recibió el saludo con educación y lo devolvió con el mismo tono.
-Y contigo igual, Albert Hockings. -pero su educación duraría solamente ese saludo- ¿Qué hacen aquí dos familiares de un sacerdote de los Sheaad?
Albert tendría que elegir bien sus palabras antes de hablar, pues de eso dependía si Alioth los ayudaría o no.
-Hemos venido hasta tu reino en busca de ayuda, mi señor. Tenemos un problema grande.
-¿Y eso en que involucra al gran reino de los Pixies en tus asuntos, hermano del sacerdote?
-Tiene que ver con vuestro enemigo, mi señor.
Alioth no mostró interés ante lo expuesto por Albert y a punto estuvo de volverse por donde vino si hubiera sido por Beatriz.
-Es mi hija -dijo Beatriz-, es mi hija a la que quieren, señor guardián.
Vee lo veía y escuchaba todo desde el auto. Alioth Telleberum era el guardián del que tanto estuvo hablando su tío.
-¿Qué asuntos tienes los jueces con vuestra hija, esposa del sacerdote?
-La quieren matar.
Los Pixies no mostraban emoción alguna en sus rostros. Tanto Alioth como todos los que lo rodeaban estaban tan quietos, serios y tranquilos como un témpano de hielo. Albert abrió el libro y comenzó a buscar entre sus páginas. Alioth lo observó y luego preguntó.
-¿Quién os ha dado ese libro? -un ligero cambio se reflejo en su perfecto rostro. No estaba feliz- Es libro pertenece a mi pueblo. ¿Cómo lo habéis conseguido?
Albert lo levantó al momento que Alioth terminaba de cuestionarlo y cuando el guardián vio lo que en aquella hoja estaba impreso, su semblante se suavizó.
-Traedme a la niña. Deseo verla antes, Albert Hockings.
-Claro mi señor.
Albert fue tranquilamente hacia el auto y desde su interior, Vee observaba como su tío se acercaba con pasos pausados y pesados. Al llegar Albert, Vee sintió miedo de bajar del auto y tuvo que hacer suma de todas sus fuerzas para no caer ante la presencia de aquellos seres mágicos. Su madre y su tío no parecían muy alterados ante ellos.
-Violett, llego el momento. Ven, baja. Alguien desea verte antes de saber si nos ayudara o no.
Vee bajó agarrada de la mano de su tío. Su cabello castaño claro se balanceaba tras su espalda en la cola de caballo que lo sostenía. Sentía las piernas aguadas y de no haber estado sostenida de su tío, se hubiera dejado arrastrar por la gravedad. Al llegar al limite, donde el camino iniciaba, Vee pudo ver el gran concilio que se reunía en ese lugar. Criaturas de todas las formas, colores, belleza y tamaño estaban observando y Alioth Telleberum no separaba sus ojos de un violeta intenso de ella.
-¿Cual es tu nombre, sacerdotisa?
Lo primero que vino a su mente fue la pregunta "¿qué?", pero sabía que no podía decir eso. Algo muy en su interior le decía que tenia que ser cuidadosa.
-Me llamo Violett Carter.
Alioth la analizó de pies a cabeza y luego su voz profunda y educada le preguntó.
-¿No sabes nada de todo lo que te rodea, verdad Violett Carter?
-No, no se que es todo esto -contestó Vee- Estoy aquí por que alguien me persigue. Estamos aquí por que buscamos la ayuda del guardián.
Volteó a ver a su tío para saber si estuvo bien haber dicho eso, pero Albert no separaba la mirada de Alioth. Luego miró a su madre, pero ella no tenía la respuesta que necesitaba. Al final, regreso su mirada hacia Alioth, quien sorpresivamente estaba sonriendo.
-Estas a punto de morir y no sabes ni siquiera quien es tu asesino, pequeña sacerdotisa.
-No lo sabe, por que nunca le contamos de este mundo. La hemos mantenido alejada de todo esto, Alioth. De ustedes y de los Sheaad. La hemos cuidado desde que su padre desapareció y a él si lo recuerdan, ¿verdad?
Alioth dejó de sonreír y su rostro impasivo regreso a ocupar su sonrisa.
-El sacerdote de los jueces fue quien decidió su destino. Sabía muy bien lo que pasaría al aceptar nuestras cláusulas, Albert Hockings.
-Hicieron un juramento Alioth. Hicieron un juramento por escrito. Lo has visto, debes ayudarnos.
Albert sonaba más confiado y también más irritado. Alioth por su parte, solo lo miraba y sus ojos violeta observaban al tío de Vee con una furia muda. Los Pixies siempre cumplían sus promesas. Un favor a cambio de otro favor, esa era su ley. El hecho de que Albert le recordara eso al que era su líder, era un insulto que no se permitirían volviera a suceder.
-Los Pixies siempre cumplen sus promesas, Albert Hockings. Los ayudaremos... pero... -y ahí estaba la trampa en todo trato con las hadas.
-Pero ¿qué, Alioth?
-Pero para ayudarlos, me tendrás que entregar ese libro.
Ω
Habían pasado siete días cuando Kelamir despertó de su sueño negro. Recordaba haber soñado con una niña, con una daga y una casa en llamas. Pero todo aquello no eran más que simples sueños fugaces. Imágenes que iban y venían en su mente como un susurro. Pero al abrir lo ojos y sentir el golpe del dolor en sus alas t en su cuerpo, supo que parte de esos sueños eran verdad. Tenía vendada la mano y una de las alas. Su cadera estaba ya mejor y estaba sujetada en varias vendas de un verde seco. Las vendas olían a hierbas. En realidad, todo donde estaba olía a hierbas. Intentó incorporarse, pero no lo logró. No sabía quien había hecho eso por él y un miedo absurdo lo comenzó a dominar. Quien había hecho eso, no debería querer lastimarlo, pero no estaba seguro de nada. El techo que lo resguardaba del duro sol de la mañana, era una cúpula con estalactitas de diversos tamaños. Comenzó a ser mas consciente de su alrededor y escuchó la corriente del agua cercana a su derecha. Giró la cabeza y a lo lejos vio un manantial de agua muy cristalina y una pequeña cascada que salía de un peñasco. Una cama de paja cubierta con pieles lo acunaban y en una mesita junto a la cama, varios frascos hechos de barro cocido y piedras ahuecadas, despedían aromas a hierbas y medicina. Las vendas verdes estaban con ellos. Observaba todo lo que lo rodeaba desde su cama, sin poder pararse y se entretuvo tanto haciendo aquello, que no se dio cuenta de la presencia de alguien más en la cueva. Una voz femenina lo espanto.
-Deberías dejar de mover tanto tu ala o romperás las vendas y creeme, es difícil tener y aplastar los juncos con las que las hago. Además ya no quedan muchas...
Kelamir trató de ver hacia atrás, pero la voz lo reprendió.
-¡Que y dejes de moverte, ángel negro! Romperás esas vendas y no hay más.
-¿Quién eres? -preguntó Kelamir.
La chica que lo cuidaba tenía la piel color naranja y el cabello negro como sus alas. Sus ojos eran de un morado muy chillón y en las orejas le colgaban capullos de tulipanes amarillos que no habían reventado aún. Se veían un poco sucia y estaba muy flaca.
-Alguien que odia a los malditos jueces... pero que reconoce el valor en los demás.
-¿Estuviste ahí la noche en qué...?
-Si, ángel negro, estuve ahí y lo vi TO-DO. -lo interrumpió la chica- vi como esos malditos asesinaron a tus padres y también vi como caíste del cielo sin que ellos lo notaran. Estuve ahí incluso antes de que ellos llegaran y quemaran la casa.
Kelamir comenzó a sentir una furia que le calentaba el cuerpo y un odio repentino hacia la chica que lo había ayudado a curarse.
-¡¿Y POR QUÉ NO LOS AYUDASTE?! -le gritó con furia- ¿POR QUÉ NO AYUDASTE A MIS PADRES SI PODIAS?
-En primer lugar, pequeño angelito, no me vengas a gritar. Te he salvado la vida, lo menos que merezco son tus estúpidos reclamos. Y en segundo lugar, solo un idiota enfrentaría a dos guerreros Sheaad armados y entrenados. Soy una Pixie común y corriente. A lo mucho les pude dar una diarrea de cinco días, pero ellos me hubieran rebanado la carne en lo que yo conjuraba el hechizo. No podía ayudar a tus padres y como tu tampoco pudiste hacerlo.
Kelamir volvió a sentir la tristeza congelarle el alma y el llanto tibió de sus ojos comenzó a brotar como agua de manantial.
-Deja de llorar, angelito. No conseguirás nada con tus lagrimas de niño pijo. Por cierto, mi nombre es Adhara. ¿Cómo te debo llamar?
-Kelamir. Me llamo Kelamir.
Adhara preparaba algo de comer en una pequeña fogata cerca de la entrada de la cueva. El aroma a miel, huevos y batido de frutillas le llegaron a Kelamir de golpe y sus narices se dejaron hipnotizar por el aroma. De inmediato tu estomago comenzó a chillar por un poco de aquello.
-¿Puedes sentarte, Kelamir? -preguntó Adhara.
-Si, creo que puedo. Lo intentaré.
-Pues será mejor que lo intentes porque he pasado todos estos días moviendo y cargando tu cuerpo, y sabes algo, no eres muy liviano que digamos.
Ambos rieron ante aquel comentario. El enojo de Kelamir se disipó como vapor en el aire. Era verdad lo que Adhara había dicho. Ella sola no podía enfrentarse ante dos guerreros Sheaad. Mucho había hecho con salvarle la vida a él, cuando en realidad no estaba obligada.
-Bueno grandulón, es hora de comer. Tendrás que alimentarte solo. Mis cuidados acabaron en el momento que decidiste abrir tus ojos y doy gracias a lo señores por que eso sucediera. -una sonrisa tan amplia como el mar se dibujaba en el rostro de Adhara y sus ojos morados saltaban dentro de sus cuencas con alegría.
-Gracias por esto, Adhara.
-No tienes nada que agradecer -dijo ella- al igual que tu, yo estoy sola en este bosque.
-¿No tienes amigos? -preguntó Kelamir.
-No en realidad. No los necesito.
-Todos necesitan amigos o al menos, alguien. Compañía. -Kelamir no la comprendía.
-A veces, Kelamir, la soledad es una buena aliada. En especial cuando quienes creías que eran especiales, en realidad no lo eran.
Adhara hablaba con tristeza en al voz. Una sombra le opaco la mirada en ese momento.
-Pero ahora ya no estás sola, al menos hora tienes un amigo. Y yo conseguí una.
-Si, creo que estaba escrito. Pero ahora come, angelito negro. Luego veremos que hacer con lo que sea que se tenga que hacer.
Kelamir y Adhara comieron miel, huevos y frutillas secas para su desayuno. Rieron y platicaron, comenzaron a conocerse y al poco rato ya parecían amigos de muchos años. Aquella chica de piel naranja y orejas con punta aun desconfiaba de Kelamir y en su mente siempre estaba alerta de todo lo que hacia. Kelamir por su parte, empezaba a crear su venganza muy en el fondo de su ser. La muerte de sus padres no se quedaría así.
Y en lo oscuro de un bosque encantado; Violeet, su madre y su tío, eran escoltados hacia un palacio hecho de arboles blancos, dorados y plateados, mientras Vee pensaba <<esto va muy deprisa, todo va muy deprisa>>. Y era cierto, pues todo iba muy rápido para ambos chicos.