sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 1: Plumas Negras, Hielo Blanco.



Todo era oscuridad. 

La luz penetraba débilmente y no lograba llegar a ninguna parte, incluso su sola existencia se convertía en un peligro para ellos. El aire soplaba suave, acariciando las plumas de sus alas y penetrando los huesos hasta el tuétano. Congelando la esencia misma sus almas, si es que tenían todavía una.

Dos figuras se lograban ver dentro de la habitación. Sus cuerpos se confundían en la oscuridad, eran como dos sombras abrazadas, como dos almas enlazadas. Las alas de uno de ellos se alzaban sobre su espalda; eran negras y muy grades. Aleteaban y se paralizaban por momentos, se extendían y contraían en intervalos casi uniformes. El eco del roce de sus cuerpos llenaba todo el lugar, y la oscuridad se convertía en su cómplice.

Dos manos blancas arañaban la espalda de aquel ser alado, mientras unos gemidos se dejaban oír al compás. El ambiente olía a sudor y humedad. 

- Ah... aah.

Afuera, la luna brillaba enorme en el cielo; era tan grande como nunca antes lo fue, y ademas... era roja. De un rojo sangre. Las estrellas titilaban a su alrededor como niñas sonrientes en un campo de vació absoluto. Dentro de aquel lugar no existía nada ni nadie más que ellos dos.

- Eres lo que siempre deseé. Eres mi amor prohibido.
- Y tu mi condena eterna.

Rozaban sus cuerpos con pasión, una desbordada y ardiente. Besaban el elixir de sus bocas y con sus manos recorrían el templo de sus cuerpos. Aquella fue la noche en que Kalhó y Azaní se unieron para siempre... y también fue la noche en que juntos, firmaron su  carta de muerte.

Ω

Los Sheadh vigilaban atentos la Cueva del Último Suspiro. Tan rígidos como una roca y huecos como un bamboo, observaban la entrada de día y de noche, esperando que de ella salieran los que la ocupaban, para tomarlos en el acto. Pero nunca lograban su cometido, pues de ella no salía mas que un enorme cuervo volando, el cual regresaba en noche y se iba al amanecer, cada dos días.

- Hemos vigilado varias semanas, y no hemos visto ni rastro de ellos.
- La paciencia, es la virtud mas grande Belhko. Ellos saldrán y cuando suceda podremos juzgar su crimen.
- ¿No podemos simplemente entrar y aprenderlos?- se quejo Belhko, quien era joven y temerario.
- Hay ciertas reglas en nuestro mundo, joven Sheadh, y una de ellas es no ocupar la Cueva del Último Suspiro, a menos que esta nos invite a hacer, cosa que como vez, no ha hecho y dudo que lo haga. Ella consciente esto. No esta con nosotros.
- Hemos de irrumpir las reglas esta vez. Ellos no pueden estar juntos, Vernamil. El no tiene el derecho de amar.

                                                      Ω

Azaní despertaba de un sueño placentero en el colchón de paja que había dentro. Sus pálidos brazos se abrieron a los extremos de su cuerpo, como abrazando la nada. Era totalmente blanca y su cuerpo destilaba una ligera estela de humo grisáceo. Ella era un hada del agua. Una Ninfa.

- Haz vuelto, amado mío.
- Prometí no tardar, amada mía.

Un cuerpo negro, una sombra caminaba en la oscuridad de la cueva. Detrás de ese cuerpo, unas formas gigantes se alzaron como dos brazos emplumados; las alas negras de Kahló se alzaban sobre su fuerte espalda -Kalhó era un ángel. Un juez de la redención, destinado a dar sentencia a los pecadores del mundo. Era un alma estancada en la mitad del todo, obligado a sentir el dolor del mundo-, se dirigió hacia su amada. Su cuerpo estaba desnudo y dejaba ver las cicatrices del dolor en él.

- Acércate a mi. Necesito sentir tu calor en mi cuerpo de hielo, calentarme con tu ardiente presencia  Ven y conoceme una vez mas, amado ángel mío.

Kalhó fue hacia ella y juntos se entregaron el uno al otro, una vez mas.

Ω

- Ya es hora. No podemos permitir esta atrocidad mas tiempo, ¡Hemos de acabar con ellos de una vez por todas!

Los grito de batalla se hacían sonar afuera. Miles de guerreros Sheadh hacían eco en el bosque de pinos, en los campos cubiertos de nieve.

- Los ángeles y las hadas no deben unir su sangre. El amor entre ellos no debe ser, ¡Acabemos con el traidor de la pureza y la santidad!

Y como una nube de plumas plateadas y moteadas, emprendieron el vuelo hacia la Cueva del Último Suspiro, al ataque de quien había traicionado su hermandad.

Un estrépito retumbó en el cielo. La nieve cayó de los arboles y las bestias se alejaron de la cueva a toda prisa, como escapando de un depredador. Dentro, el techo de piedra temblo, al igual que el suelo y las paredes. Parecía un terremoto, y los amantes condenados despertaron alertados por aquel movimiento repentino.

- ¿Qué fue eso? -dijo Azani.
- Esto no es cosa de la tierra. Algo ha provocado este evento tan extraño.
- Tengo miedo Kahló.
- No temas, amor. Nada nos puede pasar aquí dentro. La cueva nos protege.

Pero como si el destino fuera en contra de la voluntad de la cueva, una exploción de aire y fuego azoto contra ella y miles de trozos de piedra ardiendo salieron volando en varias direcciones. Los Sheadh habían llegado ya a la entrada de la Cueva del Último Suspiro.

Miles de flechas ardientes chocaban contra las paredes de piedra de aquella morada, y su entrada se destrozo con el primer impacto.

 - ¡Los tenemos atrapados, ellos son NUESTROS!

La voz de Vernamil sobresalía de entre todo aquel caos, y como si fuese una invitación a un festín, todos los ángeles guerreros gritaron a una voz y volaron, corrieron y saltaron sobre la cueva, queriendo alcanzar su entrada.

- Vete de aquí, Anazi. ¡VETE!
- No me iré sin ti. Jamás te dejaré, ¿lo olvidas? Estamos unidos por la eternidad.
- Ellos consideran nuestro amor una blasfemia. No se apiadaran de ti, ni de tu alma, porque creen que no tienes una. Te torturaran y me haran verte sufrir mientras mueres y a ti verme morir contigo. No podre soportar tu perdida frente a mi. ¡HUYE, VETE A LOS LAGOS, DONDE ELLOS NO TIENE PODER!

Y terminando de decir esto, una intensa luz blanca penetró la oscuridad de la cueva y cientos de ángeles entraron, tomaron el cuerpo alado de Kahló y lo derribaron en el piso de barro. Anazi corrió tan rápido como sus piernas le permitían, esquivando rocas y saltandolas. Llego a una pequeña puerta al mundo acuático, y sumergiéndose en él se perdió y dejó todo atrás.

- ¿Dónde está el hada?
- Se fue, y nunca volverá...
- Pues tu tampoco, Kalhó Exterium. Te exiliaremos a la oscuridad del universo, para siempre...

Ω

Anazi estaba sentada en una roca, a la orilla del rió de los lamentos. En sus brazos sostenía algo... algo que se movía  y emitía sonidos extraños; como lamentos chillones. Los ojos del hada eran cristalinos y se hallaban llenos de lagrimas, y además, un dolor desgarrante se reflejaba en ellos.

- Lamento esto, de verdad lo lamento... pero no tengo alternativa. Esto... esto es lo mejor para ti, mi querido capullo de alas negras.

Retiró un mechón de cabello dorado de su mirada, para poder ver con claridad el fruto de su amor con Kahló. En sus brazos, un bebé de cabellos negros y piel blanca se retorcía en ellos. Dormía placida y tranquilamente en su mundo inocente y de paz. El peligro no era parte de su realidad. Despertó. Unos ojos grises como la luna la miraban alegres y atenta.

- Eres Kelamir. El Príncipe del cielo y las aguas. Jamás olvides eso...

Comenzó a hablar en una lengua antigua y extraña, posó su mano en la cabeza de su hijo y transfirió a él su poder de hielo. Camino hacia la entrada de una choza a la orilla del río y luego se desvaneció en el aire. Se perdió en la atmósfera como el humo; se fundió con la niebla.

El chillido del bebé despertó a la pareja de ancianos que vivía en la choza. Era el amanecer y los viejos no habían despertado aún a su mañana.

- Salomón, ¿escuchas eso? ¿qué es, un gato?
- Ha de ser un gato o un conejo moribundo. Déjame dormir Dorotea.
- ¡Salomón! Será mejor que vayas conmigo a ver que emite ese chillido o conocerás lo cruel que puedo ser.
- Esta bien, vayamos a ver que "chilla" así.

Caminaron hacia la puerta, pero cual fue su sorpresa que, cuando miraron hacia afuera, vieron en la entrada el cuerpo regordete de un niño envuelto en una manta blanca, adornada con hilos de plata.

- ¡Salomón! Es un niño, ¡UN NIÑO!

Salomón miro extrañado el cuerpo que se retorcía en el suelo, había escuchado leyendas de demonios que se disfrazaban de bebés para atacar a sus victimas. Caminó con cautela hacia el pequeño, y llegando a él, lo tocó con una vara larga, evitando el contacto físico.

- ¡Salomón Morshil, no seas ridículo! 

Dorotea caminó decidida hacia el niño, y empujando a su esposo, se agachó y recogió al pequeño.

- ¡Dorotea! No recuerdas las leyendas de los demonios bebé.
- Es una criatura indenfensa, no veo nada que...

Pero al tenerlo en sus brazos, Dorotea sintió algo extraño en la espalda del niño. Algo que sobresalía de su cuerpo, como un bulto, o dos, que movían independientemente del resto de su cuerpo. Dorotea Mosrhil comenzó a retirar lentamente la tela fina y suave que protegía al pequeño del exterior. Salomón ahogo un grito al ver lo que la tela guardaba, y Dorotea no hizo más que abrir muy grandes lo ojos. El niño tenía dos pequeñas alas negras en la espalda.

- ¡TE DIJE QUE ES UN DEMONIO! ¡ES UN DEMONIO, UN MALDITO DEMON...!
- ¡CÁLLATE SALOMÓN! No es un demonio, ¿que no vez su pureza? Además... ¿qué es eso en el suelo?

Abajo, donde el bebé se hallaba, estaba doblada y arrugada una fina hoja color sepia, la cual tenía como sello una delgada capa de un material azul celeste que brillaba con el reflejo de la luz. Dorotea se arrodillo para recogerla y examinarla.

- Parece una carta... y tiene un nombre escrito en ella con tinta -Dorotea titubeo unos segundos-, parece sangre.
- Dejemos a este niño, querida. Solo nos traerá problemas.
- ¡Guarda silencio Salomón! Parece que es el nombre del niño... aquí dice algo:

Este es el producto de mi amor con un ser celestial. Su nombre es Kelamir. Seas quien seas, muestrale esta carta a mi hijo hasta que el este preparado, hasta que sea mayor. 
          Con un amor que siempre te acompañará, mi capullo de alas negras. Tu madre. 
Y después de leer lo que la cara de la hoja decía, alzó la mirada para ver a su esposo.

- ¿Sabes lo que esto significa querido?
- No.
- Ahora somos padres... nuestras plegarias se escucharon, Salomón. Este niño es nuestro ahora.

Y a regañadientes, Salomón Morshil tomó la hoja color sepia de las manos de su mujer, mientras Dororea llevaba al niño alado en brazos y juntos caminaron hacia la choza, entrando a ella para guardarse del frío de la mañana en el bosque.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muy buena, me encanto. Continuara?

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    2. Si Raquel. Ya vamos por el tercer capitulo. Si gustas, en el timeline esta para que lo puedas leer. Tu opinión es importante y si tienes criticas, son bien recibidas :).

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