Las hojas de un árbol de arce caían desde su copa hacia el suelo húmedo. Dos mariposas rojas revoloteaban en entre las ramas desnudas, como dos llamas vibrantes en medio del vació. Subían y bajaban con ritmo. Giraban, se separaban y se perdían entre los rayos del sol de la tarde, para luego volver con delicada gracia e iniciar su danza de fuego una vez más.
Vee mantenía la mirada fija en su libro de hadas y seres mágicos <<El gran libro de los seres del mundo de las hadas, ángeles y demonios>>. Nunca fue una gran creyente en hadas; creía en demonios y en ángeles por tradición familiar, y por religión, pero las hadas... bueno, eso era pura cosa de magia y mitos del folklore. Para ella eran un universo desconocido y una forma de entretener el tiempo de sobra en las vacaciones de verano.
Mientras sus delicados dedos cambiaban de página en página el libro, las hojas de maple se acumulaban en su cabello castaño claro. Una hoja descendió lentamente frente a ella, parecía ir en cámara lenta, descendiendo muy despacio hasta que por fin se quedo en la pagina que ella leía. La hoja era roja como las llamas de las fogatas, como las hogueras de tiempos antiguos. Una imagen de algo parecido estaba dibujada en la hoja del libro, y de pie de imagen tenía escrito lo siguiente:
Las brujas, que eran consideradas hijas de Satán o sus amantes, eran quemadas vivas en las hogueras. Se creía qué la bruja vivía poseída por un espíritu del mal, trayendo desgracia y pestes al pueblo y para acabar con la mala racha y con la bruja, había que purificarla con fuego. Los aldeanos temían que la bruja viviera, ya que si ella lograba sobrevivir al castigo, una sarta de males caerían sobre la comunidad y la venganza de aquella sería lenta y torturante...
Se quedó viendo la imagen antigua y la hoja color fuego, <<Quizá no todas eran brujas, y quizá si lo fueran, no eran malas... bueno, solo Dios sabe.>>, pensó. Tomó la hoja con su mano derecha y la miro detenidamente. Era singularmente roja, pero además se veía tan joven -en lo que cabe para ser una hoja-, no estaba seca, como ella había imaginado.
- Me gustas, te guardaré entre mi libro. Podrías formas parte de un bello separador pronto.
La metió entre las paginas ya leídas del libro y después siguió leyendo sobre las brujas de Salem. Dentro, su madre preparaba la cena; el aire de la cocina olía a cebolla frita, papas herviendo y salchichas asándose. Un aroma agrio y dulzón lo abrazaba todo, un fuerte aroma a vinagre y a tomillo se impregnaba en las paredes y en las narices de quienes estuvieran ahí.
- ¡Violett, la cena esta lista cariño, ven a la mesa! -gritó la madre de Vee.
Con algo de pereza, Violett cerro el libro de hadas, ángeles y demonios que estaba leyendo, recargo una mano en el tronco del árbol de arce y se paro con pesadez. Deseaba seguir leyendo ese libro, y aunque terminó el capítulo de las brujas de Salem, se quedo con las ganas de continuar leyendo más.
Adentro la esperaba un plato lleno de salchichas regordetas, papas a la francesa y una ensalada de espinacas y remolacha, sazonada con una vinagreta casera.
- ¿Te ha dado por preparar salchichas últimamente, mamá?
- Son una delicia cariño... además estaban en oferta y sabes que las ofertas no se dan dos veces en los supermercados - le guiñó un ojo a Vee-. En todo caso, esta rica... prueba.
- Llevamos tres días comiendo diferentes variedades de salchichas mamá... creo que solo comeré la ensalada y las papas.
- Debes comerte aunque sea una... me lo debes después de haberte comprado ese libro tuyo de hadas y cosas raras.
A Vee le irritaba su madre a veces, y más cuando ella asociaba "ofertas" con "comida". Era verdad que llevaban tres días probando salchichas de Pavo, Cerdo, Pollo y combinados de las tres en la cena; pero también era verdad que ella cedió a comprarle el libro de hadas, ángeles y demonios, cuando ella no consciente en absoluto este tipo de literatura, así que accedió a tragarse toda la comida. Accedió a no dejar ni rastro de las dos re-gordas salchichas asadas de carne de pavo y pollo, las papas fritas y la ensalada de espinacas con vinagreta casera.
- Esta bien, comeré todo... ¡Pero prométeme que mañana cenaremos algo diferente mamá!
- Si cariño, mañana sera otro día. Mañana será otra cena.
Y cortando las salchichas con los cubiertos, Vee y su madre compartieron una deliciosa cena casera.
Ω
La niebla lo cubría todo en el bosque de Erezdâr. Los arboles observaban fijamente el movimiento a sus pies, entre sus raíces, sin tomar parte en lo que sea que pasaba en el suelo. Abajo, una sombra se movía ágilmente entre las nubes de niebla. Por momentos aparecía y formaba surcos en el aire gris al correr, y por momentos desaparecía de la vista de todo, como si se fundiera con la niebla misma y se mezclara en el aire, volviéndose invisible.
Un par de alas negras se vieron en el cielo repleto de ramas y puntas de pino. Volaba con la misma agilidad de un cuervo, sus enormes alas se deslizaban por el aire con elegancia. Su pálida piel se confundía con las nubes, con la niebla mismas, creando una ilusión óptica que lo volvía parte del fondo blanco. Solo sus alas azabache se movían en el aire.
Kelamir descendió en el patio de la choza de sus padres. Hacia el norte se encontraba la rivera del río de los lamentos, y mas allá de los limites del bosque había una cueva destrozada que escondía una morada en ruinas dentro de ella. Kelamir camino hacia el río. Nunca se supo explicar el por que, pero se sentía fuertemente atraído hacia el agua... algo en ella lo llamaba con susurros casi imperceptibles. Sus alas ahora eran mas grandes, no del tamaño de las alas de los ángeles que a veces vemos en los cementerios custodiando las tumbas, ni como la de los dibujos en los cuentos de historia, arte y religión. No, sus alas eran medianas: no eran pequeñas como las de los querubines, pero tampoco eran grandes como las de un arcángel. Sobresalían por detrás de su cabeza y descansaban muy relajadas tras su espalda.
Avanzó rápidamente y sorprendido por la velocidad en la que llego a la orilla del río, abrió los ojos exaltado. Era evidente que ya había crecido mucho y como cada año, en el mismo día, se dirigía sin saber porque a esa parte en particular de la rivera del río. Un lugar que escondía una enorme roca plana, la cual tenía tallada un símbolo extraño en la punta que daba con el agua. Él simplemente se dejaba llevar por esa atracción sobrenatural que ese lugar influía en su cuerpo y mente.
- Runas... se parecen a las runas del libro de mamá.
Lineas atravesadas, cruces y trazos sin forma se dibujaban sobre la roca. Parecían formar una palabra o al menos, eso creía Kelamir. Caminó hacia la punta de la roca y se sentó ahí. Se quedo observando el agua del río, notando como formaba surcos y siluetas al correr y chocar con las rocas verdes y llenas de algas. El sonido del agua lo calmaba, lo arrullaba como ni siquiera su madre lo pudo hacer nunca. Recostó su cabeza en la piedra húmeda y se dejo llevar por el canto del río, y cuando menos lo espero, sin dominar ese placer, quedo dormido. Viajo al mundo de los sueños, el cual ignoraba y creía solo parte de su propia mente.
Un par de alas negras se vieron en el cielo repleto de ramas y puntas de pino. Volaba con la misma agilidad de un cuervo, sus enormes alas se deslizaban por el aire con elegancia. Su pálida piel se confundía con las nubes, con la niebla mismas, creando una ilusión óptica que lo volvía parte del fondo blanco. Solo sus alas azabache se movían en el aire.
Kelamir descendió en el patio de la choza de sus padres. Hacia el norte se encontraba la rivera del río de los lamentos, y mas allá de los limites del bosque había una cueva destrozada que escondía una morada en ruinas dentro de ella. Kelamir camino hacia el río. Nunca se supo explicar el por que, pero se sentía fuertemente atraído hacia el agua... algo en ella lo llamaba con susurros casi imperceptibles. Sus alas ahora eran mas grandes, no del tamaño de las alas de los ángeles que a veces vemos en los cementerios custodiando las tumbas, ni como la de los dibujos en los cuentos de historia, arte y religión. No, sus alas eran medianas: no eran pequeñas como las de los querubines, pero tampoco eran grandes como las de un arcángel. Sobresalían por detrás de su cabeza y descansaban muy relajadas tras su espalda.
Avanzó rápidamente y sorprendido por la velocidad en la que llego a la orilla del río, abrió los ojos exaltado. Era evidente que ya había crecido mucho y como cada año, en el mismo día, se dirigía sin saber porque a esa parte en particular de la rivera del río. Un lugar que escondía una enorme roca plana, la cual tenía tallada un símbolo extraño en la punta que daba con el agua. Él simplemente se dejaba llevar por esa atracción sobrenatural que ese lugar influía en su cuerpo y mente.
- Runas... se parecen a las runas del libro de mamá.
Lineas atravesadas, cruces y trazos sin forma se dibujaban sobre la roca. Parecían formar una palabra o al menos, eso creía Kelamir. Caminó hacia la punta de la roca y se sentó ahí. Se quedo observando el agua del río, notando como formaba surcos y siluetas al correr y chocar con las rocas verdes y llenas de algas. El sonido del agua lo calmaba, lo arrullaba como ni siquiera su madre lo pudo hacer nunca. Recostó su cabeza en la piedra húmeda y se dejo llevar por el canto del río, y cuando menos lo espero, sin dominar ese placer, quedo dormido. Viajo al mundo de los sueños, el cual ignoraba y creía solo parte de su propia mente.
Ω
Vee miraba la televisión en la sala de estar, la cual era pequeña, al igual que lo era toda la casa. En la pantalla plana disfrutaba de un especial de música celta y artistas clásicos. Una de sus pasiones mas intimas era la música y se había empeñado en aprender a dominar tanto el Cello como la Viola, pero ambos instrumentos eran tan caros como lo era su sala completa, y por eso se resigno a aprender guitarra, que si bien no era lo mismo, era algo con cuerdas y eso la reconfortaba al menos un poco.
Cambió de canal. Recorrió toda la programación de la T.V. y una vez visto todo lo que en ella se ofrecía, se levantó del sillón verde limón de la sala y la apagó. Caminó hacia su cuarto en el segundo nivel, subió las escaleras y llego a un pasillo repleto de cuadros y poemas hechos por su padre. El camino fue cansado... pesado. Hacía tres años que el padre de Vee había muerto en una explosión del proyecto arquitectónico que lideraba y afrontar su muerte fue muy duro tanto para Vee como para su madre, pero en este caso, Vee fue la que lo resintió aun más.
Era con su padre con quien hacía todas las cosas que le apasionaban: leer, pintar, crear música; mientras su madre se mantenía ocupada en otros asuntos mas hogareños y ornamentales. Por fin llego a su dormitorio al final del pasillo, abrió la pesada puerta de madera de ébano del cuarto y entro en él con pocas ganas. Arrastró sus pies hasta la cama y llegando a ella, se tiro como si su cuerpo fuera una pesada bolsa de box. Rodó en la cama cuatro veces hasta quedar boca arriba. Extendió los brazos a los lados, las piernas hacia afuera y bostezo tanto que casi sintió romperse la mandíbula.
Pensaba en los momentos con su padre. Las tardes leyendo historias de magos y reyes bajo el enorme árbol de arce. Tocar la guitarra a la orilla de la cama. Pintar cuadros sin ningún sentido, o retratar un verso de los poemas de su padre en el lienzo. Recordó aquellas bellas tarde de otoño frente a la puerta trasera, observando como el sol descendía tras las siluetas de las casas, tras las copas de los arboles, y sintió ganas de llorar.
Una lagrima recorrió su mejilla rosada. Comenzó a sentir húmeda la nariz y la garganta cerrarse. El llanto era tan leve, casi un susurro. Se envolvió con sus brazos, junto sus rodillas a su pecho y lloro en la mitad de su cama.
Ω
- ¡Kelamir! ¡Hijo!
La voz gastada de Dorotea se escuchaba como en eco en el bosque. Kelamir caminaba con la cabeza gacha hacia su casa. Como todos los años, al terminar ese día, iba a casa con el sentimiento de vació en su corazón. La única explicación que era capaz de darse, era que quizá al ser su cumpleaños y no tener ningún amigo con quien festejar -más que sus padres y ellos no contaban precisamente como <<amigos>>-, sentía tristeza en su corazón.
- ¡Kelamir! ¿Dónde estabas hijo? Tu padre salió a buscarte hace ya quince minutos, pero no te encontró. Estamos esperándote para festejar tu cumpleaños diecisiete.
Dorotea se encontraba un tanto alterada, aunque al ver a su pequeño, se permitió dibujar una sonrisa en su rostro.
- Fui a la roca del río. La que esta escondida detrás de la cascada. Voy ahí desde los cinco años mamá, me sorprende que no se les ocurriera ir a buscarme ahí.
- Le dije a tu padre que fuera allí, pero sabes como es de necio.
Entraron a la vieja choza con techo de paja y lodo. Era tan vieja que la humedad del bosque la había pintado de un verde silvestre, debido a las diminutas plantas que crecían en su superficie. Salomón entró a la casa dando un portazo tan fuerte que Dorotea estuvo a punto de soltar el plato de estofado de sardinas que llevaba en las manos.
- ¡Por el cielo Salomón!
- No fue del todo culpa mía, el viento esta bestial ahí fuera... pero bueno, he traído moras del bosque y algunas fresas que encontré en un arbusto cercano. Se ven buenas y bastante maduras.
- Haré una tarta para celebrar a nuestro pequeño cuervo en su día.
Dorotea horneo una tarta con las moras y fresas que su esposo trajo del bosque, mientras Kelamir y Salomón degustaban el grasoso y aromático plato de sardinas. El viento soplaba fuerte en el exterior, y las ramas golpeaban el techo de la choza. Cuando estuvo lista la tarta, Dorotea la partió y repartió tres trozos en platos limpios en la mesa. Los tres comían a trocitos la crujiente tarta.
Platicaban y reían de cosas pasadas, salidas a lugares cercanos y ocurrencias en los cumpleaños anteriores. Salomón recordó una salida de campo en el cumpleaños numero cinco de Kelamir, en la cual él se había perdido mientras jugaban a las escondidas cerca del río, de como su madre se llevo un gran susto y de como lo encontraron hablando solo detrás de las cascada, sobre aquella roca plana.
- Mamá, nunca les he cuestionado nada de mi... bueno, mi extraña naturaleza. -Dorotea borró la sonrisa de su rostro-. Pero hay algo que me mantiene constantemente inquieto.
- Y... ¿qué es eso, mi capullo?
- ¿Soy realmente hijo de ustedes?
De inmediato, la atmósfera de la casa se tensó. Un peso invisible se sintió sobre los hombros Dorotea y Salomón. Ambos se miraron fijamente a los ojos, y durante unos segundos que fueron eternos, hubo un silencio desgarrador en la habitación.
- Creo que ya es hora de que veas algo, hijo mío. -dijo Salomón con una sonrisa desganada en el rostro.
Ω
Violett leía El gran libro de los seres del mundo de las hadas, ángeles y demonios, mientras tomaba a sorbitos una taza de chocolate caliente con malvaviscos flotando dentro.
Sheadh: raza de ángeles protectora. Su deber principal es ser soldados y guerreros contra demonios y otros seres oscuros del mundo de los espíritus. También se les ha considerado los jueces en situaciones de índole angelical y eventos terrenales. Son considerados los jueces del Averno y de la corte celestial.
La imagen que el libro mostraba era la de un ser alado vestido totalmente de blanco y en algunas de ellas con dos túnicas -una blanca y otra roja encima-, con alas de plumas plateadas o pardas. Todos de cabello rizado y de color cobrizo, castaño o muy rubio, como hilos de oro que colgaban de sus blancas y brillantes cabezas. En resumen, eran bellos y su mirada pacifica guardaba una hostilidad casi imperceptible.
- Sheadh. Que cosas tan raras dice este libro...
La luna era nueva esa noche, y el cielo se adornaba únicamente con estrellas. Vee dejó el libro a un lado y se asomó a la ventana para ver el cielo sin luna. Eran pocas las veces que las estrellas se podían ver en el cielo nocturno de la ciudad, y cuando esto sucedía era obligatorio para ella tomarse el tiempo de verlo. Los grillos cantaban en el patio. Apagó la luz de su recamara y se dirigió a la ventana. El césped parecía una plataforma que presumía a una orquesta de grillos, cigarras y algunos búhos o lechuzas en el árbol de arce.
Vee pensaba en aquella palabra <<Shead>> y se decía así misma que no sería tan difícil creer en todo lo que ese libro decía y con fe y algo de suerte, tal vez, quizá algún día los podría ver...
Se decía a si mismas <<Hablas sola desde la ventana de un tercer piso. Te has de ver completamente estúpida>>, pero nadie la veía. Era una sombra mas en el firmamento. Una mancha en aquella pequeña casa blanca de tejas verdes. Las luciérnagas comenzaron a salir de entre las hojas de los arboles, los arbustos en el suelo y las flores de los jardines. Vee había leído algo de ellas en el libro de las hadas, algo sobre su naturaleza.
- Pixies, eso dice el libro. Hadas nocturnas.
Una de luciérnaga voló hacia su ventana, iba de izquierda a derecha en un vaivén rítmico. Vee la observó detenidamente, sus diminutas alas brillaban con cada explosión de luz de su cuerpo. Parecía una estrella viva que danzaba en un cielo sin luna. Vee se quedó tan entretenida viendo aquellos bichos raros, que no notó el movimiento entre los arbustos del patio trasero. Su mirada estaba fija en el cielo y fue solo el estrépito de una rama al romperse lo que la sacó de ese estado hipnótico.
- ¡Pero que ...!
Un cuerpo grande, más grande que ella, salto hacia la ventana desde el árbol y la derribó, haciéndola caer sobre un montón de ropa dentro de la habitación. Intentó gritar, pero el cuerpo de aquella cosa le presionaba tanto el pecho que la dejo sin aliento. Pesaba mucho, era como sentir cinco sacos llenos de papas presionado todos los huesos. Le costaba respirar y comenzó a dar bocanadas intentando ingerir aire. Sentía el cuerpo ceder y cuando pensó que se iba a desmayar, aquel ser aflojo su peso. Una mano le cubría la boca y ella solo podía ver la silueta de una melena tan larga como sus propios cabellos y las formas de algo mas grande y gris atrás, como dos brazos inmensamente largos que se balanceaban en el aire. El clima en la habitación se volvió bastante helado.
- ¿Eres tu la hija del Sacerdote?
Vee no sabía de que diablos hablaba esa cosa. Mas sorprendente aún, ¡esa cosa podía hablar!. Vee pudo ver la poca luz que entraba por la ventana reflejada en los ojos de aquel ser tan extraño.
- Si lo eres, parpadea una sola vez.
Ella no hizo nada. Solo se lo quedó viendo. Aquello materializaba una de las mas viejas pesadillas de Vee, donde una sombra alada la estrangulaba hasta matarla. Hasta robar de ella el ultimo aliento de vida y luego dejarla tirada como un trapo viejo. Sintió un terror penetrante. El corazón se le detuvo una milésima de segundo y pudo sentir el pinchazo del sufrimiento en su ser como la punta de una aguja congelada. Se comenzaron a escuchar pisadas aceleradas dirigiéndose a la habitación. Aquel ser volvió a hablar.
- Nos interrumpen en nuestra reunión, niña sagrada. Pero volveremos a encontrarnos... te lo aseguro.
Pudo ver como los cabellos plateados de aquel ser ondeaban en el aire sin vida de la recamara. Sintió como el pecho se libero de un peso enorme; una nube de vapor helado le rodeo, como cuando se el refrigerador y el humo frió choca contra el rostro, y escuchó un sonido como de alas revolviendo el aire. Se dirigían hacia la ventana. Se reincorporo subiendo los codos y alcanzó a ver tan sólo la espalda y las extremidades traseras de aquel ser, pero lo que sus ojos le revelaron la dejó mas asustada. Impactada. No supo explicarse si eso era cierto o era una simple alucinación. Un sueño del que no había despertado.
Aquel ser era un ángel, pero no como el de los libros, sino uno gris. Sus alas opacas crearon remolinos en el vapor helado al moverse y escapar. Su cabello blanco se movía con gracia tras su nuca y sus ropas desgastadas y grisáceas hondearon con el aire.
La puerta se abrió y Vee pudo ver que en ella aparecía su madre... y alguien más. Un hombre de rostro familiar. Alguien que ella conocía. Su tío. Después de eso, Vee se dejo ganar por la sorpresa, la presión y el cansancio; y se desmayo.
- ¡Pero que ...!
Un cuerpo grande, más grande que ella, salto hacia la ventana desde el árbol y la derribó, haciéndola caer sobre un montón de ropa dentro de la habitación. Intentó gritar, pero el cuerpo de aquella cosa le presionaba tanto el pecho que la dejo sin aliento. Pesaba mucho, era como sentir cinco sacos llenos de papas presionado todos los huesos. Le costaba respirar y comenzó a dar bocanadas intentando ingerir aire. Sentía el cuerpo ceder y cuando pensó que se iba a desmayar, aquel ser aflojo su peso. Una mano le cubría la boca y ella solo podía ver la silueta de una melena tan larga como sus propios cabellos y las formas de algo mas grande y gris atrás, como dos brazos inmensamente largos que se balanceaban en el aire. El clima en la habitación se volvió bastante helado.
- ¿Eres tu la hija del Sacerdote?
Vee no sabía de que diablos hablaba esa cosa. Mas sorprendente aún, ¡esa cosa podía hablar!. Vee pudo ver la poca luz que entraba por la ventana reflejada en los ojos de aquel ser tan extraño.
- Si lo eres, parpadea una sola vez.
Ella no hizo nada. Solo se lo quedó viendo. Aquello materializaba una de las mas viejas pesadillas de Vee, donde una sombra alada la estrangulaba hasta matarla. Hasta robar de ella el ultimo aliento de vida y luego dejarla tirada como un trapo viejo. Sintió un terror penetrante. El corazón se le detuvo una milésima de segundo y pudo sentir el pinchazo del sufrimiento en su ser como la punta de una aguja congelada. Se comenzaron a escuchar pisadas aceleradas dirigiéndose a la habitación. Aquel ser volvió a hablar.
- Nos interrumpen en nuestra reunión, niña sagrada. Pero volveremos a encontrarnos... te lo aseguro.
Pudo ver como los cabellos plateados de aquel ser ondeaban en el aire sin vida de la recamara. Sintió como el pecho se libero de un peso enorme; una nube de vapor helado le rodeo, como cuando se el refrigerador y el humo frió choca contra el rostro, y escuchó un sonido como de alas revolviendo el aire. Se dirigían hacia la ventana. Se reincorporo subiendo los codos y alcanzó a ver tan sólo la espalda y las extremidades traseras de aquel ser, pero lo que sus ojos le revelaron la dejó mas asustada. Impactada. No supo explicarse si eso era cierto o era una simple alucinación. Un sueño del que no había despertado.
Aquel ser era un ángel, pero no como el de los libros, sino uno gris. Sus alas opacas crearon remolinos en el vapor helado al moverse y escapar. Su cabello blanco se movía con gracia tras su nuca y sus ropas desgastadas y grisáceas hondearon con el aire.
La puerta se abrió y Vee pudo ver que en ella aparecía su madre... y alguien más. Un hombre de rostro familiar. Alguien que ella conocía. Su tío. Después de eso, Vee se dejo ganar por la sorpresa, la presión y el cansancio; y se desmayo.
Ω
La hoja de la carta era mas amarilla que en un principio. Kelamir la vio con un interés agudo, ya que aquella hoja vieja, tenía escrito su nombre con una caligrafía antigua y hermosa.
- Aquí esta la explicación de tu naturaleza hijo.- Salomón lo veía directamente a los ojos con una expresión de desánimo-. Espero puedas encontrar lo que buscas en ella.
Dorotea sollozaba sentada en la mesa. Le dolía revelar la verdad tan pronto -según ella- a su hijo. Porque el era su hijo. Ella lo crió y nadie iba a cambiar aquel derecho que tenía. Secó sus ojos con un trapo viejo y luego se levantó de la silla.
- Estaba contigo cuando llegaste a nosotros. Nunca supimos quién te trajo, pero quien haya sido se lo agradezco, porque de no haber sido por ella, jamás hubiera tenido la dicha de ser madre. Jamás...
Kelamir enarco las cejas. Sabía que la devoción de su madre hacía el era inmensa, aunque casi nunca lo demostraba. Abrió el papel doblado con sumo cuidado. Su nombre resaltaba en una reluciente tinta plateada. Comenzó a leer.
Jamás he estado tan triste como lo estoy ahora. Jamás he sufrido tanto dolor como el que mi corazón siente ahora. Nunca antes había tenido que despedirme de un amor antes, y mucho menos hacerlo dos veces. Mi cielo se desvanece, y se termina mi vida. Jamás podré estar junto a ti, mi amor. Nunca podré sentir tu piel sobre mis manos, ni podre tocar tus cabellos como lo hago ahora. Te debo dejar, y espero lo entiendas algún día. Ellos están tras nosotros, en especial de ti, mi capullo de alas negras. Ellos quieren destruirte... y no puedo permitirles hacerlo. Te amo tanto, que obligarme a verte morir me quitaría la vida al instante. Estaré contigo siempre, en tu esencia, en el poder que tu ser guarda. Mi magia te protegerá y nunca estarás solo. Ahora vive una vida incógnita y no trates de buscarlos. Ellos no te quieren, Kelamir. Ellos te cazaran, y si les das la ventaja, te mataran. Ahora refuerza tus poderes. Eres hijo del Guardián de la Espada y de la Reina de las Aguas. La magia de tus padres vivirá en ti, por siempre.
Con amor eterno, tu madre.
Kelamir miraba confundido la hoja. Sintió un hueco en el estomago y un nudo atándose cada vez más en su garganta. Intentó decir algo, pero las palabras simplemente no fluían. No salían de su boca. Se limito a mirar fijamente el papel, a mirar a sus padres adoptivos y a no decir nada. Después de aquel silencio, Dorotea habló.
- ¿Comprendes lo que la carta dice, hijo? ¿Entiendes lo que en verdad eres?
- ¿Soy un monstruo?
- ¡NO! ¡Jamás digas eso de ti!
Dorotea se levanto de su silla. Su mirada cristalizada no intentaba guardar las lagrimas en sus ojos. Sus cabellos canosos y plateados le cubrían toda la frente y parte de un ojo. Con sus manos resecas y arrugadas tocó el rostro del pequeño ángel que tenía en frente y levanto su quijada, para cruzar su mirada con la de él.
- Tu eres mi tesoro. Eres un elegido. Tienes una misión aquí, hijo. Jamás menosprecies lo que eres, pues eres único.
Kelamir dejó que sus ojos cedieran y las lagrimas saldas y calientes le quemaron las mejillas, con un roce tibio y pesado.
Al otro lado del mundo, en un lugar que Kelamir jamás hubiera imaginado existiera, Violett despertaba en una cama blanca, dentro de un cuarto blanco lleno de maquinas que hacían ruidos extraños y agudos. Una ventana cubierta por una tela azul impedía a la luz entrar con fuerza. Pestañeó. Movió los dedos de las manos levemente, para luego llevárselos a la cabeza que le latía con fuerza y le perforaba el cerebro.
- ¿Dónde estoy? ¿Qué me paso? <<¿Soñé con un ángel caído...?>>
- ¡Violett! Gracias al cielo que has despertado. ¡Mil gracias!
Vee no entendía nada de lo que pasaba ahí. Su tío se levantó de un salto del sofá que estaba en la esquina del cuarto y fue casi corriendo (y con una sonrisa en el rostro que guardaba alivio y una ligera preocupación entre dientes) hasta la camilla de Vee.
- ¿Qué hago aquí, tío?
- Estas en el hospital. Te desmayaste hace cuatro días en tu recamara y te golpeaste muy fuerte la cabeza. Creímos que...- él no termino la frase-. Tu madre viene en camino. Se pondrá tan feliz de verte con los ojos abierto.
- Cuatro días dices. Eso quiere decir que lo que vi... ¿Acaso soñé despierta?
Albert Hokings no dijo nada. Sus ojos avellana la miraron desconcertado y con un aire de miedo en ellos. Su garganta luchaba con él queriendo expulsar lo que su mente deseaba decir. Al final cedió y su lengua articulo los sonidos de sus cuerdas, que se convirtieron en palabras intrigantes.
- Creo que no fue un sueño, Vee. Y también creo que ha llegado la hora de hablar de tu padre... y de los ángeles.
- ¿Comprendes lo que la carta dice, hijo? ¿Entiendes lo que en verdad eres?
- ¿Soy un monstruo?
- ¡NO! ¡Jamás digas eso de ti!
Dorotea se levanto de su silla. Su mirada cristalizada no intentaba guardar las lagrimas en sus ojos. Sus cabellos canosos y plateados le cubrían toda la frente y parte de un ojo. Con sus manos resecas y arrugadas tocó el rostro del pequeño ángel que tenía en frente y levanto su quijada, para cruzar su mirada con la de él.
- Tu eres mi tesoro. Eres un elegido. Tienes una misión aquí, hijo. Jamás menosprecies lo que eres, pues eres único.
Kelamir dejó que sus ojos cedieran y las lagrimas saldas y calientes le quemaron las mejillas, con un roce tibio y pesado.
Al otro lado del mundo, en un lugar que Kelamir jamás hubiera imaginado existiera, Violett despertaba en una cama blanca, dentro de un cuarto blanco lleno de maquinas que hacían ruidos extraños y agudos. Una ventana cubierta por una tela azul impedía a la luz entrar con fuerza. Pestañeó. Movió los dedos de las manos levemente, para luego llevárselos a la cabeza que le latía con fuerza y le perforaba el cerebro.
- ¿Dónde estoy? ¿Qué me paso? <<¿Soñé con un ángel caído...?>>
- ¡Violett! Gracias al cielo que has despertado. ¡Mil gracias!
Vee no entendía nada de lo que pasaba ahí. Su tío se levantó de un salto del sofá que estaba en la esquina del cuarto y fue casi corriendo (y con una sonrisa en el rostro que guardaba alivio y una ligera preocupación entre dientes) hasta la camilla de Vee.
- ¿Qué hago aquí, tío?
- Estas en el hospital. Te desmayaste hace cuatro días en tu recamara y te golpeaste muy fuerte la cabeza. Creímos que...- él no termino la frase-. Tu madre viene en camino. Se pondrá tan feliz de verte con los ojos abierto.
- Cuatro días dices. Eso quiere decir que lo que vi... ¿Acaso soñé despierta?
Albert Hokings no dijo nada. Sus ojos avellana la miraron desconcertado y con un aire de miedo en ellos. Su garganta luchaba con él queriendo expulsar lo que su mente deseaba decir. Al final cedió y su lengua articulo los sonidos de sus cuerdas, que se convirtieron en palabras intrigantes.
- Creo que no fue un sueño, Vee. Y también creo que ha llegado la hora de hablar de tu padre... y de los ángeles.