jueves, 9 de mayo de 2013

Capítulo 2: Raven.



Las hojas de un árbol de arce caían desde su copa hacia el suelo húmedo. Dos mariposas rojas revoloteaban en entre las ramas desnudas, como dos llamas vibrantes en medio del vació. Subían y bajaban con ritmo. Giraban, se separaban y se perdían entre los rayos del sol de la tarde, para luego volver con delicada gracia e iniciar su danza de fuego una vez más.

Vee mantenía la mirada fija en su libro de hadas y seres mágicos <<El gran libro de los seres del mundo de las hadas, ángeles y demonios>>. Nunca fue una gran creyente en hadas; creía en demonios y en ángeles por tradición familiar, y por religión, pero las hadas... bueno, eso era pura cosa de magia y mitos del folklore. Para ella eran un universo desconocido y una forma de entretener el tiempo de sobra en las vacaciones de verano.

Mientras sus delicados dedos cambiaban de página en página el libro, las hojas de maple se acumulaban en su cabello castaño claro. Una hoja descendió lentamente frente a ella, parecía ir en cámara lenta, descendiendo muy despacio hasta que por fin se quedo en la pagina que ella leía. La hoja era roja como las llamas de las fogatas, como las hogueras de tiempos antiguos. Una imagen de algo parecido estaba dibujada en la hoja del libro, y de pie de imagen tenía escrito lo siguiente:
Las brujas, que eran consideradas hijas de Satán o sus amantes, eran quemadas vivas en las hogueras. Se creía qué la bruja vivía poseída por un espíritu del mal, trayendo desgracia y pestes al pueblo y para acabar con la mala racha y con la bruja, había que purificarla con fuego. Los aldeanos temían que la bruja viviera, ya que si ella lograba sobrevivir al castigo, una sarta de males caerían sobre la comunidad y la venganza de aquella sería lenta y torturante...
Se quedó viendo la imagen antigua y la hoja color fuego, <<Quizá no todas eran brujas, y quizá si lo fueran, no eran malas... bueno, solo Dios sabe.>>, pensó. Tomó la hoja con su mano derecha y la miro detenidamente. Era singularmente roja, pero además se veía tan joven -en lo que cabe para ser una hoja-, no estaba seca, como ella había imaginado. 

- Me gustas, te guardaré entre mi libro. Podrías formas parte de un bello separador pronto.

La metió entre las paginas ya leídas del libro y después siguió leyendo sobre las brujas de Salem. Dentro, su madre preparaba la cena; el aire de la cocina olía a cebolla frita, papas herviendo y salchichas asándose.  Un aroma agrio y dulzón lo abrazaba todo, un fuerte aroma a vinagre y a tomillo se impregnaba en las paredes y en las narices de quienes estuvieran ahí.

- ¡Violett, la cena esta lista cariño, ven a la mesa! -gritó la madre de Vee.

Con algo de pereza, Violett cerro el libro de hadas, ángeles y demonios que estaba leyendo, recargo una mano en el tronco del árbol de arce y se paro con pesadez. Deseaba seguir leyendo ese libro, y aunque terminó el capítulo de las brujas de Salem, se quedo con las ganas de continuar leyendo más.

Adentro la esperaba un plato lleno de salchichas regordetas, papas a la francesa y una ensalada de espinacas y remolacha, sazonada con una vinagreta casera.

- ¿Te ha dado por preparar salchichas últimamente, mamá?
- Son una delicia cariño... además estaban en oferta y sabes que las ofertas no se dan dos veces en los supermercados  - le guiñó un ojo a Vee-. En todo caso, esta rica... prueba.
- Llevamos tres días comiendo diferentes variedades de salchichas mamá... creo que solo comeré la ensalada y las papas.
- Debes comerte aunque sea una... me lo debes después de haberte comprado ese libro tuyo de hadas y cosas raras.

A Vee le irritaba su madre a veces, y más cuando ella asociaba "ofertas" con "comida". Era verdad que llevaban tres días probando salchichas de Pavo, Cerdo, Pollo y combinados de las tres en la cena; pero también era verdad que ella cedió a comprarle el libro de hadas, ángeles y demonios, cuando ella no consciente en absoluto este tipo de literatura, así que accedió a tragarse toda la comida. Accedió a no dejar ni rastro de las dos re-gordas salchichas asadas de carne de pavo y pollo, las papas fritas y la ensalada de espinacas con vinagreta casera.

- Esta bien, comeré todo... ¡Pero prométeme que mañana cenaremos algo diferente mamá!
- Si cariño, mañana sera otro día. Mañana será otra cena.

Y cortando las salchichas con los cubiertos, Vee y su madre compartieron una deliciosa cena casera.

Ω

La niebla lo cubría todo en el bosque de Erezdâr. Los arboles observaban fijamente el movimiento a sus pies, entre sus raíces, sin tomar parte en lo que sea que pasaba en el suelo. Abajo, una sombra se movía ágilmente entre las nubes de niebla. Por momentos aparecía y formaba surcos en el aire gris al correr, y por momentos desaparecía de la vista de todo, como si se fundiera con la niebla misma y se mezclara en el aire, volviéndose invisible.

Un par de alas negras se vieron en el cielo repleto de ramas y puntas de pino. Volaba con la misma agilidad de un cuervo, sus enormes alas se deslizaban por el aire con elegancia. Su pálida piel se confundía con las nubes, con la niebla mismas, creando una ilusión óptica que lo volvía parte del fondo blanco. Solo sus alas azabache se movían en el aire.

Kelamir descendió en el patio de la choza de sus padres. Hacia el norte se encontraba la rivera del río de los lamentos, y mas allá de los limites del bosque había una cueva destrozada que escondía una morada en ruinas dentro de ella. Kelamir camino hacia el río. Nunca se supo explicar el por que, pero se sentía fuertemente atraído hacia el agua... algo en ella lo llamaba con susurros casi imperceptibles. Sus alas ahora eran mas grandes, no del tamaño de las alas de los ángeles que a veces vemos en los cementerios custodiando las tumbas, ni como la de los dibujos en los cuentos de historia, arte y religión. No, sus alas eran medianas: no eran pequeñas como las de los querubines, pero tampoco eran grandes como las de un arcángel. Sobresalían por detrás de su cabeza y descansaban muy relajadas tras su espalda.

Avanzó rápidamente y sorprendido por la velocidad en la que llego a la orilla del río, abrió los ojos exaltado. Era evidente que ya había crecido mucho y como cada año, en el mismo día, se dirigía sin saber porque a esa parte en particular de la rivera del río. Un lugar que escondía una enorme roca plana, la cual tenía tallada un símbolo extraño en la punta que daba con el agua. Él simplemente se dejaba llevar por esa atracción sobrenatural que ese lugar influía en su cuerpo y mente.

- Runas... se parecen a las runas del libro de mamá.

Lineas atravesadas, cruces y trazos sin forma se dibujaban sobre la roca. Parecían formar una palabra o al menos, eso creía Kelamir. Caminó hacia la punta de la roca y se sentó ahí. Se quedo observando el agua del río, notando como formaba surcos y siluetas al correr y chocar con las rocas verdes y llenas de algas. El sonido del agua lo calmaba, lo arrullaba como ni siquiera su madre lo pudo hacer nunca. Recostó su cabeza en la piedra húmeda y se dejo llevar por el canto del río, y cuando menos lo espero, sin dominar ese placer, quedo dormido. Viajo al mundo de los sueños, el cual ignoraba y creía solo parte de su propia mente.


Ω

Vee miraba la televisión en la sala de estar, la cual era pequeña, al igual que lo era toda la casa. En la pantalla plana disfrutaba de un especial de música celta y artistas clásicos.  Una de sus pasiones mas intimas era la música y se había empeñado en aprender a dominar tanto el Cello como la Viola, pero ambos instrumentos eran tan caros como lo era su sala completa, y por eso se resigno a aprender guitarra, que si bien no era lo mismo, era algo con cuerdas y eso la reconfortaba al menos un poco.

Cambió de canal. Recorrió toda la programación de la T.V. y una vez visto todo lo que en ella se ofrecía, se levantó del sillón verde limón de la sala y la apagó. Caminó hacia su cuarto en el segundo nivel, subió las escaleras y llego a un pasillo repleto de cuadros y poemas hechos por su padre. El camino fue cansado... pesado. Hacía tres años que el padre de Vee había muerto en una explosión del proyecto arquitectónico que lideraba y afrontar su muerte fue muy duro tanto para Vee como para su madre, pero en este caso, Vee fue la que lo resintió aun más.

Era con su padre con quien hacía todas las cosas que le apasionaban: leer, pintar, crear música; mientras su madre se mantenía ocupada en otros asuntos mas hogareños y ornamentales. Por fin llego a su dormitorio  al final del pasillo, abrió la pesada puerta de madera de ébano del cuarto y entro en él con pocas ganas. Arrastró sus pies hasta la cama y llegando a ella, se tiro como si su cuerpo fuera una pesada bolsa de box. Rodó en la cama cuatro veces hasta quedar boca arriba. Extendió los brazos a los lados, las piernas hacia afuera y bostezo tanto que casi sintió romperse la mandíbula.

Pensaba en los momentos con su padre. Las tardes leyendo historias de magos y reyes bajo el enorme árbol de arce. Tocar la guitarra a la orilla de la cama. Pintar cuadros sin ningún sentido, o retratar un verso de los poemas de su padre en el lienzo. Recordó aquellas bellas tarde de otoño frente a la puerta trasera, observando como el sol descendía tras las siluetas de las casas, tras las copas de los arboles, y sintió ganas de llorar.

Una lagrima recorrió su mejilla rosada. Comenzó a sentir húmeda la nariz y la garganta cerrarse. El llanto era tan leve, casi un susurro. Se envolvió con sus brazos, junto sus rodillas a su pecho y lloro en la mitad de su cama.

Ω

- ¡Kelamir! ¡Hijo!

La voz gastada de Dorotea se escuchaba como en eco en el bosque. Kelamir caminaba con la cabeza gacha hacia su casa. Como todos los años, al terminar ese día, iba a casa con el sentimiento de vació en su corazón. La única explicación que era capaz de darse, era que quizá al ser su cumpleaños y no tener ningún amigo con quien festejar -más que sus padres y ellos no contaban precisamente como <<amigos>>-, sentía tristeza en su corazón.

- ¡Kelamir! ¿Dónde estabas hijo? Tu padre salió a buscarte hace ya quince minutos, pero no te encontró. Estamos esperándote para festejar tu cumpleaños diecisiete.

Dorotea se encontraba un tanto alterada, aunque al ver a su pequeño, se permitió dibujar una sonrisa en su rostro.

- Fui a la roca del río. La que esta escondida detrás de la cascada. Voy ahí desde los cinco años mamá, me sorprende que no se les ocurriera ir a buscarme ahí.
- Le dije a tu padre que fuera allí, pero sabes como es de necio.

Entraron a la vieja choza con techo de paja y lodo. Era tan vieja que la humedad del bosque la había pintado de un verde silvestre, debido a las diminutas plantas que crecían en su superficie. Salomón entró a la casa dando un portazo tan fuerte que Dorotea estuvo a punto de soltar el plato de estofado de sardinas que llevaba en las manos.

- ¡Por el cielo Salomón! 
- No fue del todo culpa mía, el viento esta bestial ahí fuera... pero bueno, he traído moras del bosque y algunas fresas que encontré en un arbusto cercano. Se ven buenas y bastante maduras.
- Haré una tarta para celebrar a nuestro pequeño cuervo en su día.

Dorotea horneo una tarta con las moras y fresas que su esposo trajo del bosque, mientras Kelamir y Salomón degustaban el grasoso y aromático plato de sardinas. El viento soplaba fuerte en el exterior, y las ramas golpeaban el techo de la choza. Cuando estuvo lista la tarta, Dorotea la partió y repartió tres trozos en platos limpios en la mesa. Los tres comían a trocitos la crujiente tarta. 

Platicaban y reían de cosas pasadas, salidas a lugares cercanos y ocurrencias en los cumpleaños anteriores. Salomón recordó una salida de campo en el cumpleaños numero cinco de Kelamir, en la cual él se había perdido mientras jugaban a las escondidas cerca del río, de como su madre se llevo un gran susto y de como lo encontraron hablando solo detrás de las cascada, sobre aquella roca plana.

- Mamá, nunca les he cuestionado nada de mi... bueno, mi extraña naturaleza. -Dorotea borró la sonrisa de su rostro-. Pero hay algo que me mantiene constantemente inquieto.
- Y... ¿qué es eso, mi capullo?
- ¿Soy realmente hijo de ustedes?

De inmediato, la atmósfera de la casa se tensó. Un peso invisible se sintió sobre los hombros Dorotea y Salomón. Ambos se miraron fijamente a los ojos, y durante unos segundos que fueron eternos, hubo un silencio desgarrador en la habitación.

- Creo que ya es hora de que veas algo, hijo mío. -dijo Salomón con una sonrisa desganada en el rostro.


 Ω

Violett leía El gran libro de los seres del mundo de las hadas, ángeles y demonios, mientras tomaba a sorbitos una taza de chocolate caliente con malvaviscos flotando dentro.
Sheadh: raza de ángeles protectora. Su deber principal es ser soldados y guerreros contra demonios y otros seres oscuros del mundo de los espíritus. También se les ha considerado los jueces en situaciones de índole angelical y eventos terrenales. Son considerados los jueces del Averno y de la corte celestial.
La imagen que el libro mostraba era la de un ser alado vestido totalmente de blanco y en algunas de ellas con dos túnicas -una blanca y otra roja encima-, con alas de plumas plateadas o pardas. Todos de cabello rizado y de color cobrizo, castaño o muy rubio, como hilos de oro que colgaban de sus blancas y brillantes cabezas. En resumen, eran bellos y su mirada pacifica guardaba una hostilidad casi imperceptible.

- Sheadh. Que cosas tan raras dice este libro...

La luna era nueva esa noche, y el cielo se adornaba únicamente con estrellas. Vee dejó el libro a un lado y se asomó a la ventana para ver el cielo sin luna. Eran pocas las veces que las estrellas se podían ver en el cielo nocturno de la ciudad, y cuando esto sucedía era obligatorio para ella tomarse el tiempo de verlo. Los grillos cantaban en el patio. Apagó la luz de su recamara y se dirigió a la ventana.  El césped parecía una plataforma que presumía a una orquesta de grillos, cigarras y algunos búhos o lechuzas en el árbol de arce.

Vee pensaba en aquella palabra <<Shead>> y se decía así misma que no sería tan difícil creer en todo lo que ese libro decía y con fe y algo de suerte, tal vez, quizá algún día los podría ver...

Se decía a si mismas <<Hablas sola desde la ventana de un tercer piso. Te has de ver completamente estúpida>>, pero nadie la veía. Era una sombra mas en el firmamento. Una mancha en aquella pequeña casa blanca de tejas verdes. Las luciérnagas comenzaron a salir de entre las hojas de los arboles, los arbustos en el suelo y las flores de los jardines. Vee había leído algo de ellas en el libro de las hadas, algo sobre su naturaleza.

- Pixies, eso dice el libro. Hadas nocturnas.

Una de luciérnaga voló hacia su ventana, iba de izquierda a derecha en un vaivén rítmico. Vee la observó detenidamente, sus diminutas alas brillaban con cada explosión de luz de su cuerpo. Parecía una estrella viva que danzaba en un cielo sin luna. Vee se quedó tan entretenida viendo aquellos bichos raros, que no notó el movimiento entre los arbustos del patio trasero. Su mirada estaba fija en el cielo y fue solo el estrépito de una rama al romperse lo que la sacó de ese estado hipnótico.

- ¡Pero que ...!

Un cuerpo grande, más grande que ella, salto hacia la ventana desde el árbol y la derribó, haciéndola caer sobre un montón de ropa dentro de la habitación. Intentó gritar, pero el cuerpo de aquella cosa le presionaba tanto el pecho que la dejo sin aliento. Pesaba mucho, era como sentir cinco sacos llenos de papas presionado todos los huesos. Le costaba respirar y comenzó a dar bocanadas intentando ingerir aire. Sentía el cuerpo ceder y cuando pensó que se iba a desmayar, aquel ser aflojo su peso. Una mano le cubría la boca y ella solo podía ver la silueta de una melena tan larga como sus propios cabellos y las formas de algo mas grande y gris atrás, como dos brazos inmensamente largos que se balanceaban en el aire. El clima en la habitación se volvió bastante helado.

- ¿Eres tu la hija del Sacerdote?

Vee no sabía de que diablos hablaba esa cosa. Mas sorprendente aún, ¡esa cosa podía hablar!. Vee pudo ver la poca luz que entraba por la ventana reflejada en los ojos de aquel ser tan extraño.

- Si lo eres, parpadea una sola vez.

Ella no hizo nada. Solo se lo quedó viendo. Aquello materializaba una de las mas viejas pesadillas de Vee, donde una sombra alada la estrangulaba hasta matarla. Hasta robar de ella el ultimo aliento de vida y luego dejarla tirada como un trapo viejo. Sintió un terror penetrante. El corazón se le detuvo una milésima de segundo y pudo sentir el pinchazo del sufrimiento en su ser como la punta de una aguja congelada. Se comenzaron a escuchar pisadas aceleradas dirigiéndose a la habitación. Aquel ser volvió a hablar.

- Nos interrumpen en nuestra reunión, niña sagrada. Pero volveremos a encontrarnos... te lo aseguro.

Pudo ver como los cabellos plateados de aquel ser ondeaban en el aire sin vida de la recamara. Sintió como el pecho se libero de un peso enorme; una nube de vapor helado le rodeo, como cuando se el refrigerador y el humo frió choca contra el rostro, y escuchó un sonido como de alas revolviendo el aire. Se dirigían hacia la ventana. Se reincorporo subiendo los codos y alcanzó a ver tan sólo la espalda y las extremidades traseras de aquel ser, pero lo que sus ojos le revelaron la dejó mas asustada. Impactada. No supo explicarse si eso era cierto o era una simple alucinación. Un sueño del que no había despertado.

Aquel ser era un ángel, pero no como el de los libros, sino uno gris. Sus alas opacas crearon remolinos en el vapor helado al moverse y escapar. Su cabello blanco se movía con gracia tras su nuca y sus ropas desgastadas y grisáceas hondearon con el aire.

La puerta se abrió y Vee pudo ver que en ella aparecía su madre... y alguien más. Un hombre de rostro familiar. Alguien que ella conocía. Su tío. Después de eso, Vee se dejo ganar por la sorpresa, la presión y el cansancio; y se desmayo.


Ω

La hoja de la carta era mas amarilla que en un principio. Kelamir la vio con un interés agudo, ya que aquella hoja vieja, tenía escrito su nombre con una caligrafía antigua y hermosa.

- Aquí esta la explicación de tu naturaleza hijo.- Salomón lo veía directamente a los ojos con una expresión de desánimo-. Espero puedas encontrar lo que buscas en ella.

Dorotea sollozaba sentada en la mesa. Le dolía revelar la verdad tan pronto -según ella- a su hijo. Porque el era su hijo. Ella lo crió y nadie iba a cambiar aquel derecho que tenía. Secó sus ojos con un trapo viejo y luego se levantó de la silla.

- Estaba contigo cuando llegaste a nosotros. Nunca supimos quién te trajo, pero quien haya sido se lo agradezco, porque de no haber sido por ella, jamás hubiera tenido la dicha de ser madre. Jamás...

Kelamir enarco las cejas. Sabía que la devoción de su madre hacía el era inmensa, aunque casi nunca lo demostraba. Abrió el papel doblado con sumo cuidado. Su nombre resaltaba en una reluciente tinta plateada. Comenzó a leer.

Jamás he estado tan triste como lo estoy ahora. Jamás he sufrido tanto dolor como el que mi corazón siente ahora. Nunca antes había tenido que despedirme de un amor antes, y mucho menos hacerlo dos veces. Mi cielo se desvanece, y se termina mi vida. Jamás podré estar junto a ti, mi amor. Nunca podré sentir tu piel sobre mis manos, ni podre tocar tus cabellos como lo hago ahora. Te debo dejar, y espero lo entiendas algún día. Ellos están tras nosotros, en especial de ti, mi capullo de alas negras. Ellos quieren destruirte... y no puedo permitirles hacerlo. Te amo tanto, que obligarme a verte morir me quitaría la vida al instante. Estaré contigo siempre, en tu esencia, en el poder que tu ser guarda. Mi magia te protegerá y nunca estarás solo. Ahora vive una vida incógnita y no trates de buscarlos. Ellos no te quieren, Kelamir. Ellos te cazaran, y si les das la ventaja, te mataran. Ahora refuerza tus poderes. Eres hijo del Guardián de la Espada y de la Reina de las Aguas. La magia de tus padres vivirá en ti, por siempre.
Con amor eterno, tu madre. 
Kelamir miraba confundido la hoja. Sintió un hueco en el estomago y un nudo atándose cada vez más en su garganta. Intentó decir algo, pero las palabras simplemente no fluían. No salían de su boca. Se limito a mirar fijamente el papel, a mirar a sus padres adoptivos y a no decir nada. Después de aquel silencio, Dorotea habló.

- ¿Comprendes lo que la carta dice, hijo? ¿Entiendes lo que en verdad eres?
- ¿Soy un monstruo?
- ¡NO! ¡Jamás digas eso de ti!

Dorotea se levanto de su silla. Su mirada cristalizada no intentaba guardar las lagrimas en sus ojos. Sus cabellos canosos y plateados le cubrían toda la frente y parte de un ojo. Con sus manos resecas y arrugadas tocó el rostro del pequeño ángel que tenía en frente y levanto su quijada, para cruzar su mirada con la de él.

- Tu eres mi tesoro. Eres un elegido. Tienes una misión aquí, hijo. Jamás menosprecies lo que eres, pues eres único.

Kelamir dejó que sus ojos cedieran y las lagrimas saldas y calientes le quemaron las mejillas, con un roce tibio y pesado.



Al otro lado del mundo, en un lugar que Kelamir jamás hubiera imaginado existiera, Violett despertaba en una cama blanca, dentro de un cuarto blanco lleno de maquinas que hacían ruidos extraños y agudos. Una ventana cubierta por una tela azul impedía a la luz entrar con fuerza. Pestañeó. Movió los dedos de las manos levemente, para luego llevárselos a la cabeza que le latía con fuerza y le perforaba el cerebro.

- ¿Dónde estoy? ¿Qué me paso? <<¿Soñé con un ángel caído...?>>
- ¡Violett! Gracias al cielo que has despertado. ¡Mil gracias!

Vee no entendía nada de lo que pasaba ahí. Su tío se levantó de un salto del sofá que estaba en la esquina del cuarto y fue casi corriendo (y con una sonrisa en el rostro que guardaba alivio y una ligera preocupación entre dientes) hasta la camilla de Vee.

- ¿Qué hago aquí, tío?
- Estas en el hospital. Te desmayaste hace cuatro días en tu recamara y te golpeaste muy fuerte la cabeza. Creímos que...- él no termino la frase-. Tu madre viene en camino. Se pondrá tan feliz de verte con los ojos abierto.
- Cuatro días dices. Eso quiere decir que lo que vi... ¿Acaso soñé despierta?

Albert Hokings no dijo nada. Sus ojos avellana la miraron desconcertado y con un aire de miedo en ellos. Su garganta luchaba con él queriendo expulsar lo que su mente deseaba decir. Al final cedió y su lengua articulo los sonidos de sus cuerdas, que se convirtieron en palabras intrigantes.

- Creo que no fue un sueño, Vee. Y también creo que ha llegado la hora de hablar de tu padre... y de los ángeles.

sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 1: Plumas Negras, Hielo Blanco.



Todo era oscuridad. 

La luz penetraba débilmente y no lograba llegar a ninguna parte, incluso su sola existencia se convertía en un peligro para ellos. El aire soplaba suave, acariciando las plumas de sus alas y penetrando los huesos hasta el tuétano. Congelando la esencia misma sus almas, si es que tenían todavía una.

Dos figuras se lograban ver dentro de la habitación. Sus cuerpos se confundían en la oscuridad, eran como dos sombras abrazadas, como dos almas enlazadas. Las alas de uno de ellos se alzaban sobre su espalda; eran negras y muy grades. Aleteaban y se paralizaban por momentos, se extendían y contraían en intervalos casi uniformes. El eco del roce de sus cuerpos llenaba todo el lugar, y la oscuridad se convertía en su cómplice.

Dos manos blancas arañaban la espalda de aquel ser alado, mientras unos gemidos se dejaban oír al compás. El ambiente olía a sudor y humedad. 

- Ah... aah.

Afuera, la luna brillaba enorme en el cielo; era tan grande como nunca antes lo fue, y ademas... era roja. De un rojo sangre. Las estrellas titilaban a su alrededor como niñas sonrientes en un campo de vació absoluto. Dentro de aquel lugar no existía nada ni nadie más que ellos dos.

- Eres lo que siempre deseé. Eres mi amor prohibido.
- Y tu mi condena eterna.

Rozaban sus cuerpos con pasión, una desbordada y ardiente. Besaban el elixir de sus bocas y con sus manos recorrían el templo de sus cuerpos. Aquella fue la noche en que Kalhó y Azaní se unieron para siempre... y también fue la noche en que juntos, firmaron su  carta de muerte.

Ω

Los Sheadh vigilaban atentos la Cueva del Último Suspiro. Tan rígidos como una roca y huecos como un bamboo, observaban la entrada de día y de noche, esperando que de ella salieran los que la ocupaban, para tomarlos en el acto. Pero nunca lograban su cometido, pues de ella no salía mas que un enorme cuervo volando, el cual regresaba en noche y se iba al amanecer, cada dos días.

- Hemos vigilado varias semanas, y no hemos visto ni rastro de ellos.
- La paciencia, es la virtud mas grande Belhko. Ellos saldrán y cuando suceda podremos juzgar su crimen.
- ¿No podemos simplemente entrar y aprenderlos?- se quejo Belhko, quien era joven y temerario.
- Hay ciertas reglas en nuestro mundo, joven Sheadh, y una de ellas es no ocupar la Cueva del Último Suspiro, a menos que esta nos invite a hacer, cosa que como vez, no ha hecho y dudo que lo haga. Ella consciente esto. No esta con nosotros.
- Hemos de irrumpir las reglas esta vez. Ellos no pueden estar juntos, Vernamil. El no tiene el derecho de amar.

                                                      Ω

Azaní despertaba de un sueño placentero en el colchón de paja que había dentro. Sus pálidos brazos se abrieron a los extremos de su cuerpo, como abrazando la nada. Era totalmente blanca y su cuerpo destilaba una ligera estela de humo grisáceo. Ella era un hada del agua. Una Ninfa.

- Haz vuelto, amado mío.
- Prometí no tardar, amada mía.

Un cuerpo negro, una sombra caminaba en la oscuridad de la cueva. Detrás de ese cuerpo, unas formas gigantes se alzaron como dos brazos emplumados; las alas negras de Kahló se alzaban sobre su fuerte espalda -Kalhó era un ángel. Un juez de la redención, destinado a dar sentencia a los pecadores del mundo. Era un alma estancada en la mitad del todo, obligado a sentir el dolor del mundo-, se dirigió hacia su amada. Su cuerpo estaba desnudo y dejaba ver las cicatrices del dolor en él.

- Acércate a mi. Necesito sentir tu calor en mi cuerpo de hielo, calentarme con tu ardiente presencia  Ven y conoceme una vez mas, amado ángel mío.

Kalhó fue hacia ella y juntos se entregaron el uno al otro, una vez mas.

Ω

- Ya es hora. No podemos permitir esta atrocidad mas tiempo, ¡Hemos de acabar con ellos de una vez por todas!

Los grito de batalla se hacían sonar afuera. Miles de guerreros Sheadh hacían eco en el bosque de pinos, en los campos cubiertos de nieve.

- Los ángeles y las hadas no deben unir su sangre. El amor entre ellos no debe ser, ¡Acabemos con el traidor de la pureza y la santidad!

Y como una nube de plumas plateadas y moteadas, emprendieron el vuelo hacia la Cueva del Último Suspiro, al ataque de quien había traicionado su hermandad.

Un estrépito retumbó en el cielo. La nieve cayó de los arboles y las bestias se alejaron de la cueva a toda prisa, como escapando de un depredador. Dentro, el techo de piedra temblo, al igual que el suelo y las paredes. Parecía un terremoto, y los amantes condenados despertaron alertados por aquel movimiento repentino.

- ¿Qué fue eso? -dijo Azani.
- Esto no es cosa de la tierra. Algo ha provocado este evento tan extraño.
- Tengo miedo Kahló.
- No temas, amor. Nada nos puede pasar aquí dentro. La cueva nos protege.

Pero como si el destino fuera en contra de la voluntad de la cueva, una exploción de aire y fuego azoto contra ella y miles de trozos de piedra ardiendo salieron volando en varias direcciones. Los Sheadh habían llegado ya a la entrada de la Cueva del Último Suspiro.

Miles de flechas ardientes chocaban contra las paredes de piedra de aquella morada, y su entrada se destrozo con el primer impacto.

 - ¡Los tenemos atrapados, ellos son NUESTROS!

La voz de Vernamil sobresalía de entre todo aquel caos, y como si fuese una invitación a un festín, todos los ángeles guerreros gritaron a una voz y volaron, corrieron y saltaron sobre la cueva, queriendo alcanzar su entrada.

- Vete de aquí, Anazi. ¡VETE!
- No me iré sin ti. Jamás te dejaré, ¿lo olvidas? Estamos unidos por la eternidad.
- Ellos consideran nuestro amor una blasfemia. No se apiadaran de ti, ni de tu alma, porque creen que no tienes una. Te torturaran y me haran verte sufrir mientras mueres y a ti verme morir contigo. No podre soportar tu perdida frente a mi. ¡HUYE, VETE A LOS LAGOS, DONDE ELLOS NO TIENE PODER!

Y terminando de decir esto, una intensa luz blanca penetró la oscuridad de la cueva y cientos de ángeles entraron, tomaron el cuerpo alado de Kahló y lo derribaron en el piso de barro. Anazi corrió tan rápido como sus piernas le permitían, esquivando rocas y saltandolas. Llego a una pequeña puerta al mundo acuático, y sumergiéndose en él se perdió y dejó todo atrás.

- ¿Dónde está el hada?
- Se fue, y nunca volverá...
- Pues tu tampoco, Kalhó Exterium. Te exiliaremos a la oscuridad del universo, para siempre...

Ω

Anazi estaba sentada en una roca, a la orilla del rió de los lamentos. En sus brazos sostenía algo... algo que se movía  y emitía sonidos extraños; como lamentos chillones. Los ojos del hada eran cristalinos y se hallaban llenos de lagrimas, y además, un dolor desgarrante se reflejaba en ellos.

- Lamento esto, de verdad lo lamento... pero no tengo alternativa. Esto... esto es lo mejor para ti, mi querido capullo de alas negras.

Retiró un mechón de cabello dorado de su mirada, para poder ver con claridad el fruto de su amor con Kahló. En sus brazos, un bebé de cabellos negros y piel blanca se retorcía en ellos. Dormía placida y tranquilamente en su mundo inocente y de paz. El peligro no era parte de su realidad. Despertó. Unos ojos grises como la luna la miraban alegres y atenta.

- Eres Kelamir. El Príncipe del cielo y las aguas. Jamás olvides eso...

Comenzó a hablar en una lengua antigua y extraña, posó su mano en la cabeza de su hijo y transfirió a él su poder de hielo. Camino hacia la entrada de una choza a la orilla del río y luego se desvaneció en el aire. Se perdió en la atmósfera como el humo; se fundió con la niebla.

El chillido del bebé despertó a la pareja de ancianos que vivía en la choza. Era el amanecer y los viejos no habían despertado aún a su mañana.

- Salomón, ¿escuchas eso? ¿qué es, un gato?
- Ha de ser un gato o un conejo moribundo. Déjame dormir Dorotea.
- ¡Salomón! Será mejor que vayas conmigo a ver que emite ese chillido o conocerás lo cruel que puedo ser.
- Esta bien, vayamos a ver que "chilla" así.

Caminaron hacia la puerta, pero cual fue su sorpresa que, cuando miraron hacia afuera, vieron en la entrada el cuerpo regordete de un niño envuelto en una manta blanca, adornada con hilos de plata.

- ¡Salomón! Es un niño, ¡UN NIÑO!

Salomón miro extrañado el cuerpo que se retorcía en el suelo, había escuchado leyendas de demonios que se disfrazaban de bebés para atacar a sus victimas. Caminó con cautela hacia el pequeño, y llegando a él, lo tocó con una vara larga, evitando el contacto físico.

- ¡Salomón Morshil, no seas ridículo! 

Dorotea caminó decidida hacia el niño, y empujando a su esposo, se agachó y recogió al pequeño.

- ¡Dorotea! No recuerdas las leyendas de los demonios bebé.
- Es una criatura indenfensa, no veo nada que...

Pero al tenerlo en sus brazos, Dorotea sintió algo extraño en la espalda del niño. Algo que sobresalía de su cuerpo, como un bulto, o dos, que movían independientemente del resto de su cuerpo. Dorotea Mosrhil comenzó a retirar lentamente la tela fina y suave que protegía al pequeño del exterior. Salomón ahogo un grito al ver lo que la tela guardaba, y Dorotea no hizo más que abrir muy grandes lo ojos. El niño tenía dos pequeñas alas negras en la espalda.

- ¡TE DIJE QUE ES UN DEMONIO! ¡ES UN DEMONIO, UN MALDITO DEMON...!
- ¡CÁLLATE SALOMÓN! No es un demonio, ¿que no vez su pureza? Además... ¿qué es eso en el suelo?

Abajo, donde el bebé se hallaba, estaba doblada y arrugada una fina hoja color sepia, la cual tenía como sello una delgada capa de un material azul celeste que brillaba con el reflejo de la luz. Dorotea se arrodillo para recogerla y examinarla.

- Parece una carta... y tiene un nombre escrito en ella con tinta -Dorotea titubeo unos segundos-, parece sangre.
- Dejemos a este niño, querida. Solo nos traerá problemas.
- ¡Guarda silencio Salomón! Parece que es el nombre del niño... aquí dice algo:

Este es el producto de mi amor con un ser celestial. Su nombre es Kelamir. Seas quien seas, muestrale esta carta a mi hijo hasta que el este preparado, hasta que sea mayor. 
          Con un amor que siempre te acompañará, mi capullo de alas negras. Tu madre. 
Y después de leer lo que la cara de la hoja decía, alzó la mirada para ver a su esposo.

- ¿Sabes lo que esto significa querido?
- No.
- Ahora somos padres... nuestras plegarias se escucharon, Salomón. Este niño es nuestro ahora.

Y a regañadientes, Salomón Morshil tomó la hoja color sepia de las manos de su mujer, mientras Dororea llevaba al niño alado en brazos y juntos caminaron hacia la choza, entrando a ella para guardarse del frío de la mañana en el bosque.